Erosión progresiva, pronóstico oscuro
na angustia difusa recorre la República. Cada mes, cada semana, una nueva crisis. Un hecho escandaloso que sacudiría hasta la raíz a cualquier régimen verdaderamente democrático. El régimen parece desmoronarse sin una respuesta eficaz del gobierno. Las reformas de Peña y sus decisiones centrales provocan indignación en la mayoría, ésta no se manifiesta aún como conciencia y como acción organizada.
La fuga de El Chapo Guzmán de una cárcel de máxima seguridad es un signo de ineptitud y/o corrupción: al final resultan lo mismo. Aún más grave es el fracaso de la estrategia contra la delincuencia organizada. El número de homicidios está al alza y las cifras aceptadas oficialmente son de 120 mil muertos, 280 mil desplazados y 20 mil desaparecidos. No hay rendición de cuentas respecto de casos de gran exposición pública como las matanzas de Iguala y Tlatlaya. El incremento del flujo de sustancias ilícitas a Estados Unidos ha aumentado y también el consumo en México. El tráfico con anfetaminas, opio y éxtasis está aumentando y las bandas criminales se han multiplicado como el secuestro, la extorsión y el robo. Todo ello a pesar de que se triplicó el gasto en seguridad pública entre 2006 y 2015.
Otros hechos recientes que revelan la debilidad del proyecto de Peña es la evidencia del desmantelamiento voluntario y sistemático de Pemex. Aunque este proceso tiene más de 20 años, la sobrexplotación fiscal en este sexenio ha dejado a la paraestatal en precaria situación financiera. Ni siquiera Pemex es capaz de explorar las áreas que le fueron asignadas en la ronda cero. El miércoles pasado, por primera vez, México abrió la licitación de bloques petroleros a inversionistas privados; el resultado fue peor que los pronósticos pesimistas: de 14 áreas de exploración en licitación, sólo se otorgaron dos. Las expectativas internacionales han caído, en gran medida, por la baja de los precios del petróleo, pero también porque la situación económica del país tenderá al deterioro en los próximos dos años.
La respuesta del régimen a estos eventos críticos es una discreta mezcla de cinismo con negación. En cambio, la masa popular reacciona volviendo a El Chapo un ídolo, una especie de Chucho el Roto contemporáneo. Como dice Jenaro Villamil ( La caída del telepresidente): “El peñismo, a dos años de su inicio espectacular y su actual crisis, constituye sólo un proyecto de concentración de poder, pero no un proyecto de restauración del Estado… Se ha convertido en un mal administrador de la decadencia…” Es muy difícil inventar desenlaces. Quizás la parálisis de la imaginación política se debe a que no nos atrevemos a aceptar el desenlace trágico que nos espera, de seguir el empeoramiento.