e ríen, o al menos nos hacen reír de lo que de otra manera nos pone mal, nos enfurece o deprime, nos entristece y mata de la pena. Saben que lo que ocurre en este desfondado país no es chistoso. De primer momento la fuga del Chapo nos dio risa, que ni qué, pero duró unos segundos. En realidad, él y sus ex captores, y sobre todo los dueños de México (que ya no somos nosotros), son quienes se están riendo. Llevan rato. Los términos cambian, la jodedumbre es progresiva y, según los eventos muestran, no tiene fondo. Pronto serán 30 años de que comenzaron sus carcajadas, cuando perdimos la oportunidad de detenerlos. En 1988 se pudo evitar la llegada de los beneficiados por el hundimiento de México. No nos dimos cuenta de que ese fue la última oportunidad, al menos electoral, de detener a quienes nos estaban robando la historia y una buena tajada de futuro. Regresamos entonces a nuestras casas a prepararnos para la próxima, y ésta no llegó. Hoy nuestra herencia es una red de agujeros, como dicen los cantos mexicanos. Un túnel que ojalá se redujera sólo al de Almoloya. Cambian los términos: del libre comercio, el libre marcado y el inminente ingreso al primer mundo, hasta lo que los cantinflescos gobernantes-marchantes llaman hoy Ronda Uno.
Su burla viene de lejos, tan inamovible como ese espectro llamado Joaquín Gamboa Pascoe, mandamás de ese cascarón vacío llamado CTM, remanente de cuando hubo un movimiento obrero con derechos conquistados en la ley y la práctica a pesar de los Fidelones y el PRI de la picaresca ancestral. Cuando en abril pasado se desbordó el descontento de los jornaleros agrícolas en San Quintín y salieron los golpeadores de la
CTM y la CROC (siglas que nada dicen a las nuevas generaciones), vino a la memoria ese tiempo en que las centrales obreras eran una de las zonas más traicioneras del poder y su líder entonces vitalicio destapaba presidentes. Pero había proletariado libre también. Del poder obrero nacional, corrupto y corporativo, quedan jirones. De pilar del PRI, sus líderes pasaron a mascotas en la tercera edad, inmunes a la vergüenza y la justicia. Apenas en febrero, el actual anciano vitalicio de la CTM salió unos minutos de su féretro, como el abuelo de La familia Monster, para inaugurarse una estatua de cuerpo entero, monumental y magnánima, y decir dos o tres frases olvidables (Gamboa Pascoe nunca fue un hombre de ideas; se sospecha que lo suyo no son neuronas sino correas de obediencia cínica). Vestido como figurín, las telarañas sacudidas para la ocasión, volvió a estar rodeado de políticos y empresarios, a quienes les da más risa condescendiente que otra cosa ese señor del proletariado que ya fue.
Gente con él, con sus relojes de oro y yates, juniors insultantes y contratos prostituidos, cuyos personeros han levantado el dedito cada que se arranca otro pedazo a las leyes otrora nacionales, están entre los culpables de la jodedumbre mexicana que mantiene en la pobreza a las tres cuartas partes de la población. Ayudaron a echar por el caño de la historia los derechos de sus bases, cuando las tuvieron. Llama la atención, o ya ni eso, el silencio que en discursos y columnas periodísticas se dedica al escandaloso club de líderes que aniquilaron el movimiento obrero hinchados de dinero, prebendas y propiedades, montados sobre gremios en extinción o reconvertidos al libre mercado de la mano de obra barata y desechable. Mientras se bombardea con furia apocalíptica a los trabajadores disidentes (electricistas, maestros democráticos) poco o nada se dice de mastodontes tétricos como Carlos Romero Dechamps, Víctor Flores, Joel Ayala, el citado Gamboa Pascoe que ni obrero fue nunca, y hasta hace poco Elba Esther Gordillo. Allá arriba todos son cómplices y beneficiarios, ¿qué podrían decir?
Han pasado 20 años de la insurrección zapatista en Chiapas, y casi 10 de la oaxaqueña. Aunque la primera sigue viva, está arrinconada. Mas el proceso de desmantelamiento nacional sigue su curso. Nos habituamos a la palabra guerra, antes desconocida para México. Y las guerras de hoy son de la peor especie, las libran delincuentes políticos y delincuentes a secas, siempre contra nosotros. Se siguen riendo, en un país deliberadamente deseducado, con derechos sociales hechos polvo. ¿De qué está formada la cultura de los nuevos jóvenes, desarraigados a escala masiva? Payasos, locutores y actrices de telenovelas promueven votos como refrescos y champús, incrustados en el poder, trivializando la dudosa democracia electoral. Los presidentes se retratan con reyes de opereta como si fuera lo único que importa, reparten televisores y migajas de migajas al pobrerío. La otra repartición, la de la riqueza nacional, no parece tener fin.
El túnel de Almoloya es la suma de todas las metáforas. Por eso los moneros estupendos dan envidia. Se ríen para no llorar. Pero, como los baleados de la revolución, nos duele cuando reímos. Lo demás se nos va en lamentarnos. ¿Hasta cuándo?