alí del cine; volví del futuro. Bueno, de un cierto futuro; porque no hay un futuro, sino muchos futuros. Todo depende de quién, cómo y cuándo lo visualice, lo imagine y lo construya. Hoy los futurólogos y los futuristas han vuelto a preocuparse y mucho, y la magia del cine se ha venido a sumar a la preocupación por el futuro. Ya no se trata solamente de películas de ciencia ficción o de engendros comerciales que alimentan la catástrofe. Sino de una legítima preocupación por lo que viene, alimentado por lo que existe. Antes fueron los libros. Las obras de George Orwell ( 1984) y de Aldous Huxley ( Un mundo feliz) fueron dos novelas premonitorias con dos visiones particulares del porvenir. Hoy las librerías desbordan títulos dedicados al futuro, escritos por científicos, grupos de expertos, patrocinados por fundaciones o corporaciones y, en menor escala, por escritores. A ese punto ha llegado la preocupación por el devenir, en un mundo que ya no sabe distinguir los límites (se han vuelto líquidos) de las innumerables crisis que día con día aparecen y se entretejen por todos los rincones del mundo.
El cine también tiene obras clásicas sobre el futuro. Entre las que recuerdo con más emoción están Blade runner (1982), Gattaca (1997) y Children of men (2006), de nuestro Alfonso Cuarón, y, por supuesto, la trilogía de Volver al futuro. Sin embargo, hay novedades en este panorama. Una película que apareció y se mantuvo en cartelera durante las semanas recientes: Tomorrowland. Este filme, producido por Walt Disney Pictures, tiene una marcada diferencia, porque está dedicada a los niños y jóvenes, y porque justo deposita en ellos la responsabilidad de lo que sucederá en un futuro muy próximo. De hecho parte de la evidencia científica más reciente que apunta a un escenario catastrófico de seguirse las tendencias actuales. En consecuencia, todo indica que será la generación que hoy tiene entre 15 y 30 años la que decidirá el destino de la humanidad o de la especie.
La buena intención de la película, que reconoce que el futuro que visualizamos desde el presente puede, y debe, ser modificado por la acción de nosotros mismos, entra en duda porque cae en dos situaciones tramposas. La primera es que las imágenes que muestra del mundo ideal, sigue siendo urbano e industrial, con enormes edificios de acero y cristal, un enjambre de pistas para autos y autobuses de alta velocidad, pequeños vehículos aéreos y, claro, para aparecer ecológicos, llenos de plantas, agua y hasta pequeñas cascadas. Una ciudad con el cielo limpio y una cierta armonía. Sin embargo, el paisaje urbano que nos muestra se parece más a las actuales construcciones verdes de Abu Dabi o Dubái, en Emiratos Árabes Unidos, o a un parque temático de los que Disneylandia suele impulsar por el mundo, que a un escenario realmente diferente o alternativo.
El segundo elemento es que la película sigue depositando el destino de toda la humanidad en los soñadores (dreamers), que dada la trama del filme se trata de los innovadores tecnológicos. La idea de que son los individuos y no la sociedad organizada en torno a objetivos comunes sigue prevaleciendo como un fantasma indestructible de la ideología liberal y/o neoliberal. Acepta que el presente está muy difícil y que estamos obligados a modificarlo a riesgo de un colapso, pero repite el error de creer que son los individuos convertidos en genios tecnológicos (y probablemente empresariales) los que sacarán a la especie humana del atolladero actual. Una vez más se trata de una visión aséptica y políticamente neutra del futuro.
Como lo hemos señalado repetidamente, cuando visualizamos las opciones futuras desde la ecología política, imaginamos situaciones en que los valores, procesos, mecanismos e instituciones que hoy dominan no existen más y son sustituidos por justo sus antinomias o contrarios. El gran desafío es la re-constitución del poder social y el control ciudadano sobre las élites económicas y políticas. Ello supone construir o reconstruir el poder social en territorios concretos, lo cual significa fundamentalmente la restauración ecológica y la recuperación de la equidad social. En esta perspectiva, la superación de la crisis será la sustitución paulatina y gradual de las actuales instituciones por aquellas creadas por el poder ciudadano. A las gigantescas compañías monopólicas seguirán las cooperativas, microempresas y empresas de escala familiar; a los grandes bancos, cajas de ahorro, bancos populares y cooperativas de crédito; a las cadenas comerciales el comercio justo, orgánico y directo entre productores y consumidores. A la producción estatal o privada de energías fósiles y del agua, seguirá la producción doméstica o comunitaria de energías solares y renovables y de agua; a los grandes latifundios, base de los agronegocios, las reformas agrarias de inspiración agroecológica; a los espacios naturales, escénicos y de esparcimiento hoy privatizados, su reconversión en espacios públicos y gratuitos administrados por los ciudadanos locales. Y, naturalmente, el paso de una ilegítima democracia electoral o representativa a una democracia directa, de abajo hacia arriba.
Como los diminutos miembros de un hormiguero, cada ser humano imagina un futuro que es único. Pero su sueño individual, sin suprimirse, desemboca y se conecta con un sueño colectivo o de especie. Todo parece que tenemos la obligación de soñar con uno solo, con un futuro común. Todos, sin excepción caminamos, quiero decir nos deslizamos, hacia delante inmersos en un porvenir que es tan colectivo como el aire, la atmósfera, el agua o los atardeceres. El futuro es un bien común como el planeta en que habitamos. El espacio se construye por la acción humana combinada con el entorno, incluyendo el resto de los seres vivos, y eso constituye la historia. Somos una especie más entre muchas. Quizás algún día lograremos entenderlo. Y que no sea demasiado tarde…