a visión predominante sobre el campo. La prevaleciente en el país fue por 30 años coherente con las políticas de fomento productivo rural. El campo debe producir alimentos baratos, expulsar mano de obra excedente y generar divisas. Las políticas de protección social tenían un carácter reactivo. En los setenta hubo una política activa, con énfasis en las poblaciones indígenas bajo el término genérico de marginación. A partir de los noventa y hasta la fecha bajo esa misma visión se establece claramente la disociación entre políticas de protección social y de fomento productivo. La primera tendría un propósito de administrar la pobreza rural y la segunda buscaría el desarrollo empresarial de algunas regiones y productos, guiado por las demandas del mercado.
De suerte tal que sin cuestionar directamente la visión del campo que subyacía en distintos momentos del país e incluso en el contexto de rutas de desarrollo diferentes –una orientada por intervenciones estatales en una economía cerrada; otra por las fuerzas de mercado en una economía abierta–, el resultado en todos los casos ha sido la supeditación de unas políticas a otras, la desarticulación en sus objetivos y la fragmentación en la implantación.
Dependencia del sendero. Esa visión del campo genera casi en automático una dependencia del sendero que adquiere dos dimensiones. Por una parte la dependencia del sendero de las instituciones derivada de las décadas de existencia de una Secretaría de Agricultura bajo diferentes denominaciones, pero siempre marcado por un enfoque productivista
y la implantación reciente de Sedesol en un momento en que se suponía que los afectados por las reforma estructurales lo serían temporalmente hasta que las propias fuerzas del mercado los reorientaran a otras actividades y empleos.
Enfoque productivista. Bajo este término me refiero a una visión que distingue entre agricultores que tienen potencial productivo y aquellos que no lo tienen. Lo cual para empezar es un contrasentido. La manera de distinguirlos podía ser la pretendida vocación agrícola de la tierra o la dinámica de los mercados. Más que las respuestas es la pregunta la que está equivocada. La pregunta no es quiénes tienen potencial y quiénes no; sino bajo cuáles condiciones –políticas, económicas, sociales, y a partir de qué tipo de intervenciones y de regulaciones– puede aprovecharse un determinado potencial productivo en un determinado territorio con diversos actores.
Lo anterior exige pregonar enfáticamente lo que la visión predominante negaba: que los campesinos pobres sí tienen potencial productivo y sí pueden dejar de ser pobres.
Reglas informales. La otra dimensión de la dependencia del sendero es en términos de la conjunción de reglas formales, normas informales y mecanismos de aplicación efectiva de las leyes. North, el economista institucional, respondió a la crítica sobre el carácter determinista de su concepto incorporando el término de andamios como construcciones humanas a partir de un determinado capital físico y capital humano a partir de un sistema de creencias (2005). Insistirá el autor en la interacción entre el sistema de creencias y el marco institucional.
Culturas burocráticas. En la falta de coherencia entre política social y política productiva en el medio rural juegan un papel clave las culturas burocráticas. Éstas se reproducen en las agencias gubernamentales, se trasmiten a través del personal de oficina y de campo que ejecutan las intervenciones, y se recrean en la interacción entre agentes públicos y agentes privados.
El punto decisivo es la idea detrás de la visión del campo: lo moderno es lo urbano, lo atrasado es lo rural. Sin embargo la dilución de fronteras entre ciudad y campo hace indispensable una re-visión del campo, más a partir de un enfoque territorial que sectorial.