ob Marley volaba en sus nubes de reggae, y volvía loca a la gente, fuera o no de su natal Jamaica. Era un tipo singular, desprendido, nunca miró arriba de sus hombros. Su paisano, Usain Bolt, es un monstruo que vuela sobre las pistas de atletismo. Gigante, físicamente hablando, es humilde como Marley. Son herederos de Jimmy Cliff, el hombre que puso a Jamaica en el mapamundi.

Bolt ganó este domingo por un suspiro la final de los 100 metros del Mundial de Atletismo al gringo Justin Gatlin, y lo hizo pese a no estar en su mejor estado de gracia. Ganaron su voluntad y su orgullo, combustible invaluable en todos los órdenes de la vida. Ganó porque los demás no tuvieron ese punto extra, el que marca diferencias.

Nada complicado equiparar voluntades y orgullos en la práctica deportiva con cualquier otra disciplina laboral. Querer es la base, y luego viene lo demás. La apatía es el ya merito, el conformarse con migajas. Y en México somos adictos a esa droga. Somos capaces de ver los errores, de ubicar a los responsables, pero nos puede el cuatismo porque así protegemos las burbujas que de mala manera creamos.

Es la regla que mal controla el deporte nacional, es la dinámica que aún permea a algunas empresas que no acaban de asumirse como tales. Importa más blindar a los incondicionales, así sean unos perfectos buenos para nada, que agarrar al toro por los cuernos para limpiar el ruedo.

Nuestro futbol es muestra cabal de ese despropósito. Lamentable que el Tuca Ferretti se haya prestado a la bufonada de turno de la FMF. Hasta hace unos días parecía ser una excepción en el mediocre teatro futbolero nacional. Ya no: su interinato no deja de ser una muestra de cobardía. Pura mediocridad.

Nada que ver con el orgullo y la tenacidad de Cliff, Marley y Bolt, lobos solitarios que nunca soñaron ser grandes. El destino, y su actitud, los llevó a lo más alto.

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