uando vio a la chica encaramada 20 metros arriba de él, desnuda y apenas asida a una roca que sobresalía del alto arenal, Pelle pensó por un momento que todo aquello era inútil y frívolo, pero enseguida desechó la duda y con su tiranía habitual comenzó a gritar órdenes a su gente y a la modelo, que no parecía tener miedo ni nada. La idea era que ella se acomodara en la arena y desde allí pudiera posar. Antes de que Pelle supiera qué otra instrucción darle, ella pegó un gran salto con agilidad de gato y se incrustó de espaldas en el hueco que su cuerpo le abrió a la arena. Maravillado, Pelle comenzó a disparar y agitar su simio interior. De acuerdo, hacía un pastiche de Edward Weston con su musa Charis Wilson ampliamente desnuda en la arena, pero aquí se añadía un factor de riesgo, de acrobacia, que Weston-Wilson nunca tuvieron. Y la presente modelo no era nada suyo, salvo una relación contractual. No que Pelle no pudiera hacerse amante de sus modelos una que otra vez. Pero no ésta.
Como otros fotógrafos de guerra que conozco, Pelle no está intacto, pero hace años que dejó la violencia como tema y se volcó al paisaje y los desnudos con suficiente éxito comercial como para sostener una oficinita en el Centro y un equipo portátil de cuatro asistentes de producción e iluminación. Como todo en su vida, la locación era un capricho. Un arenal alto y empinado en el desierto de Baja California que descubrió durante una travesía en bicicleta de La Paz a Ensenada en años más verdes y deportivos siguiendo a una gringa inalcanzable. Lo mantuvo archivado en la memoria y ahora el arenal le ocupaba la creatividad y la chamba.
En contra de su costumbre, a esta modelo no la contrató a través de una agencia sino que la vio salir del mercado de la Roma, por la calle de Campeche, y la abordó para ofrecerle un trabajo, que le describió en breve. La chica, lindísima y muy qué-más-da, aceptó sin titubeos y se dejó sacar unas instantáneas allí mismo sin posar posando. Formada en la escuela de la selfie, tenía conciencia de cómo retratan sus visajes y posturas, sin ser profesional conocía su imagen. Dijo llamarse Dulce.
La salida se concretó una semana después. Volaron a Los Cabos y rentaron dos camionetas, con la idea de una sirviera de vestidor para la modelo; ni falta que hizo, ella se desnudó cuando fue el momento delante de todos y trepó la loma sin prisa, deslumbrante, pero Pelle no sacó ninguna foto, iba contra sus principios robar el trasero de una mujer sin su permiso. Ella alcanzó la roca en lo alto, sacudió la arena de sus muslos, su firme ombligo, sus pechos, y en cuanto Pelle se puso a ladrar indicaciones ella saltó. Como que ya había planeado lo que iba a hacer. Pelle en su vanidad creyó que Dulce le leía el pensamiento, pero ella sólo leía su propio pensamiento, se estaba divirtiendo, al fin ni era su trabajo.
Pelle disparó cuanto pudo. Sólo blanco y negro, conste. Era el concepto. Suave e imperceptible, en cámara lenta, como reptil, la chica cambiaba de postura siempre de frente, un poco más abierta de muslos, un poco menos, el rostro de perfil, la cabellera de frente, luego al revés. Y oscuro, central, siempre el origen del mundo que dijera Courbet.
Si esta dedicación de Pelle para producir
escenas con mujeres contentas de tener el cuerpo que tienen no es todavía la de los tardíos Renoir, Picasso o Degas, atrapados en la belleza inaccesible, Susana y los viejos, es porque Pelle no es tan viejo. Pero comparte similares lubricidad voyeurista y egolatría de macho cabrio. Ser fotógrafo, artista, le da la coartada perfecta para cumplir en imagen sus inconfesables, sus caprichos, sus absurdidades. Es lo bueno de la sublimación. Que no es delito.
De pronto el diablo invadió a Pelle. Pidió a la chica que se incorporara, algo que parecía imposible, si estaba casi de pie. Dulce lo intentó dos veces sin éxito. Pelle la insultó, le rogó, la elogió, le ordenó. Ella hizo un nuevo esfuerzo y claro, perdió el equilibrio, giró en el aire con una estela de arena desprendiéndose de su espalda, cayó sobre una duna varios metros abajo y rodó hasta que se detuvo a un metro del tripié de Pelle mudo.
La chica se incorporó, se sacudió la arena de pelo y hombros, sonrió para sí, miró con enojo burlón a los ojos de Pelle, le dijo servido
, caminó a su hato de ropa y se vistió delante de todos igual que se había desvestido. ¿Quieres algo? dijo el asistente y ella dijo chicle.
Pelle entró en crisis de conciencia autodestructiva mientras levantaba el equipo. Bajo los efectos del sol todo le resultaba castillos de arena que se desmoronan. Necesitaba un litro de agua, rápido. Y un trago.
En cambio Dulce, aunque se llevó sus raspones, no se quejó ni un segundo. ¿Recuerdan lo que cantaba Cindy Lauper una generación atrás? Some boys take a beautiful girl/ And hide her away from the rest of the world/ I want to be the one to walk in the sun/ Oh girls they want to have fun. Ese era el espíritu.