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Lectura: el Muro de las Lamentaciones
L

os datos sobre comprensión lectora en México son desoladores. De acuerdo con la prueba del Plan Nacional para la Evaluación de los Aprendizajes (Planea), 64 por ciento de quienes concluyen el bachillerato tienen conocimientos insuficientes para comprender lo que leen. Imaginemos, entonces, el desastre en el mismo rubro entre la población con estudios primarios y secundarios.

El examen de Planea lo presentaron un millón 37 mil 775 estudiantes, y la mayoría de quienes cursaron su educación media superior, tanto en subsistemas públicos como privados, tienen carencias en competencias disciplinarias básicas, pues sólo identifican la información explícita en un texto: tema central y algunos elementos discursivos, opiniones y hechos (noticia de Laura Poy Solano, La Jornada, 5/8/15). Las cifras pueden llevar a centrar el problema en el estudiantado, lo cual sería culpabilizar al último eslabón de una larga cadena. El problema es el sistema educativo y lo que Juan Domingo Argüelles llama “lo social y pedagógico, es decir […] la realidad circundante de los lectores y los no lectores” (http://archivo.estepais.com/site/2012/%c2%bfpor-que-es-un-problema-la-lectura/comment-page-1/ ).

En la prueba de Planea ha sido evaluado el sistema educativo del país. No todo, porque en el ejercicio no participaron la UNAM ni el IPN, pero sí gran parte que tiene la responsabilidad de impartir estudios de bachillerato a cientos de miles de jóvenes mexicanos. El sistema ha sido incapaz de proveer herramientas básicas para la comprensión de textos y, no exagero, para la comprensión de la vida.

Leer, dialogar y comprender bien lo que leemos tiene relación ineludible con la vida cotidiana; entre la comprensión lectora y la experiencia de vivir hay vasos comunicantes. Para ilustrar lo anterior, desde hace varios años comparto con el estudiantado de mis cursos un breve texto que de forma hilarante plantea la relación entre entendimiento de las palabras y acción/inacción: ¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de la mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio (Ana María Shua, Naufragio, en Lauro Zavala, Relatos vertiginosos: antología de cuentos mínimos, Alfaguara, México, 2007, p. 68).

Nos estamos yendo a pique, y las autoridades educativas son meras espectadoras de la tragedia. En la presentación de los resultados de la prueba Planea el subsecretario de Educación Media Superior, Rodolfo Tuirán, y el subsecretario de Planeación y Evaluación de Políticas Educativas, Javier Treviño Cantú, parecían investigadores del tema y no, como lo son, responsables del subsistema educativo que arroja resultados tan alarmantes. Lo suyo fue más rito de plañideras maldiciendo su desventura en el Muro de las Lamentaciones que acto de responsabilidad y prospectiva para imaginar cómo salir del laberinto.

Una de las incongruencias del sistema educativo mexicano y las costosas campañas que presentan a la población el acto de leer en forma idílica es que ignoran el adverso contexto socioeconómico en que vive la gran mayoría la ciudadanía. Sería más efectivo ocupar el presupuesto en apoyar el fortalecimiento de comunidades de aprendizaje existentes en muchas partes del país, que buscan y se esfuerzan en contagiar a otros y otras la lectura por placer y no por obligación.

Para ganar adeptos al acto cotidiano de leer se avanza más ampliando espacios a quienes son lectores y lectoras por gusto, que mediante bombardeo mediático donde aparecen personajes públicos que no leen invitando a la teleaudiencia a leer. No es con exhortos de quien carece de autoridad para convencer a la ciudadanía para que se acerque a los libros como lograremos trascender la tragedia expuesta en los resultados de Planea. Hacen más para contagiar el gusto por la lectura pequeños esfuerzos que se alejan del sermoneo, que evitan incurrir en el desdén y estigmatización de quienes no leen determinadas obras consideradas obligatorias por la llamada alta cultura.

Los lectores consuetudinarios cumplen bien cuando transmiten su gusto, y los descubrimientos que conlleva éste, de manera no amenazante para los legos, como lo hacía, por ejemplo, José Emilio Pacheco. En un texto que he rescatado por estos días, el autor de Las batallas en el desierto compartió que leer es una forma de sensibilización, tiene el poder de abrir nuestro horizonte: Un mundo sin lectura es un orbe en que el otro sólo puede aparecer como el enemigo. No sé quién es, qué piensa, cuáles son sus razones. Sobre todo, no tengo palabras para dialogar con él. Por tanto sólo puedo percibirlo como amenaza (La lectura como placer, Libros de México, núm. 37, octubre-diciembre 1994, p. 30).

El sistema educativo que está multiplicando exponencialmente estudiantes incapaces de comprender lo que leen es un lastre. Hay que transformarlo de raíz. El ánimo de cambio y la capacidad para efectuarlo no los tiene la élite burocrática que preside la SEP. Como en otros temas, en la difusión de la lectura hay reservas alentadoras en la sociedad, que perseveran para contagiar un gusto que amplía y profundiza la creación de ciudadanía democrática.