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El cuaderno de la memoria antifascista de Adolfo Sánchez Vázquez
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engo frente a mí una foto de mi padre tomada en 1937 durante la reunión de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) celebrada en Valencia ese año. La obtuve por casualidad divagando en la red, justo en estos días que la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM celebra el centenario de su natalicio. No la conocía. La imagen capta al joven Sánchez Vázquez sentado en las gradas de un auditorio al lado de Fernando Claudín, dirigente juvenil comunista. En la misma fila también figura Gonzalo, su hermano menor, militante como él. Puede ser que esa fotografía registre el último encuentro personal entre ellos, antes de que la guerra y la derrota los llevaran a una dolorosa, larga y forzada separación. Para la familia, la instantánea tiene, como es natural, un valor inapreciable.

Sánchez Vázquez acababa de ser designado director de Ahora, el órgano central de la Juventud Comunista, en sustitución del mismo Claudín, que se reincorporaba a la comisión ejecutiva en Valencia, donde ya se encontraba el gobierno republicano. En cierta forma, el nombramiento era un reconocimiento a su temprana vocación política y literaria, a la voluntad de resistir en su Málaga natal el genocidio fascista materializado durante el bombardeo por cielo y mar que diezmó a las personas indefensas que huían a pie hacia Almería. El paso por Ahora le daría al poeta Sánchez Vázquez, amigo de Emilio Prados y admirador de Antonio Machado, una nueva manera de entender y vivir el nexo entre cultura y militancia y, aunque no salió indemne de algunos contratiempos, la experiencia fortaleció su carácter para cumplir después con las responsabilidades en el frente, al lado de Santiago Álvarez, comisario del quinto Cuerpo de Ejército, donde ocuparía la dirección de la revista Acero, destinada a los combatientes de la 11 división, una brigada de choque.

En unos apuntes personales, Sánchez Vázquez admite que ese año de 1937 “viví otra experiencia agradable…”, cosa rara en la Guerra Civil. Se trataba, cito, de la celebración de la segunda parte en Madrid del Congreso Internacional de Escritores, que ya había efectuado la primera parte en Valencia. Fue un congreso muy importante en primer lugar por la relevancia de los escritores que asistieron. “Fui invitado a asistir al congreso en mi calidad de director del periódico Ahora, y esto dio ocasión a un joven como yo de veintiún años de saludar personalmente a un gran número de los delegados y de conversar sobre todo con los latinoamericanos, además de hacerlo largamente con los españoles como Bergamín, Corpus Barga, Rafael Alberti y muchos otros”. Y prosigue: “A Madrid llegaron, e intervinieron con sus palabras entusiastas, escritores como Tristán Tzara, que con su dadaísmo había abierto un parteaguas en la literatura universal. Asistió también André Malraux, cuya novela La condición humana tanto me había impresionado, y con ellos otros tantos escritores famosos europeos. También acudieron al congreso escritores latinoamericanos, entre los que se contaba el peruano César Vallejo. Y llegó también una delegación mexicana de la que formaban parte Octavio Paz, Carlos Pellicer, Juan de la Cabada y José Mancisidor”. En cuanto a su tarea en el congreso, Sánchez Vázquez explica: “Mi convivencia con los delegados extranjeros no sólo fue en el hotel en que se hospedaban y donde tuvieron ocasión de experimentar lo que era un bombardeo aéreo. A un grupo de ellos los acompañé a visitar el frente, al que se podía llegar en tranvía, y facilitarles su conversación con los soldados, que yo traducía del francés. Y así pudieron darse cuenta in situ del espíritu combativo de ellos, gracias al cual habían salvado a Madrid, y de su disposición a seguir en la lucha hasta que el enemigo hubiera sido derrotado”.

De aquel encuentro, Sánchez Vázquez conservó un registro excepcional que guardó con celo y orgullo a través del tiempo, cruzando las fronteras y el océano. Se trata, en sus palabras, de un cuaderno que contiene saludos a la juventud española de escritores de diversos países. Son frases espontáneas dichas al calor de los acontecimientos, un auténtico cuaderno del tiempo, de la memoria. Entre las firmas destacan los autógrafos de André Malraux, Ilia Ehremburg, Stephen Spender y M. Koltsov (el gran periodista soviético, del que en España se decía que era los ojos de Stalin, pero como tantos otros fue fusilado a su regreso a Moscú), pero hay también mensajes de algunos menos conocidos, como el chino Seu Ring Hai; o testimonios escritos en los idiomas de los autores, como ocurre con los alemanes Maria Osten y Erich Weinert, el danés Martin Andersen Nexö , los holandeses J. Brouwer y Jef Last, el belga Denis Marion, el noruego Nordalh Grieg y el suizo Charles F. Vaucher.

En ese mosaico multinacional hallamos a los latinoamericanos Pablo Rojas Paz, Cayetano Córdova Iturburu, Raúl González Tuñón, Vicente Sáenz, así como los españoles José Herrera Petere, Plá y Beltrán y Eugenio Imaz, a los cubanos Félix Pita Rodríguez y otros. Conmovedor entre ellos resulta por su fuerza evocadora el texto del gran poeta César Vallejo, quien confiesa… El día de mayor exaltación humana que registrará mi vida será el día en que he visto Madrid en armas, defendiendo las libertades del mundo. Vicente Huidobro, breve, anota: La juventud de España ha rejuvenecido al mundo. El mismo día 8 de julio de 1937 el gran escritor cubano Alejo Carpentier exclama: ¡Vivan las juventudes españolas, que ofrecen al mundo, actualmente, el más hermoso espectáculo de dignidad y fuerza, de abnegación y heroísmo! El también cubano Juan Marinello reflexiona: La visita a Madrid convence de dos hechos importantísimos: el horror del crimen fachista y la heroicidad sin límite del pueblo español. Ojalá todos los asistentes a este congreso lleven a sus puertos la visión justa de este crimen y de este heroísmo. Es la hora de la fraternidad y todos cierran filas en defensa de España amenazada por el fascismo. El muy joven Octavio Paz, acompañado de Elena Garro, escribe un saludo franco y comprometido. Dice: Para los camaradas de la J.S.U. de Madrid: como miembro de la J.S.U. de México y como artista, y fundamentalmente como hombre convencido de que el fascismo es el enemigo del género humano, digo a ustedes que no sólo admiro la extraordinaria fuerza de su actitud, sino que, como todos los jóvenes progresistas mexicanos, me solidarizo con su lucha, con la lucha de la juventud española, vanguardia del mundo. Madrid, 8 de julio 1937.

Durante su vida en México, Sánchez Vázquez valoró estos recuerdos que, en definitiva, eran la expresión de la solidaridad de la avanzada de la cultura contra la irracionalidad. Esa historia destilaría sus frutos lentamente. Tendrían que pasar años antes de que el joven poeta se transformara en el original filósofo marxista que surgió ya en el exilio, cuando la vocación reflexiva, racional, lo condujo a buscar las raíces de aquella teoría que, además de explicar al mundo postulaba como su primera tarea la necesidad de transformarlo. Hoy, a 100 años de su natalicio, sigue entre nosotros.