Encrucijada
nmerso en la campaña para la relección, en lo que espera sea su quinto periodo consecutivo al frente de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko afronta una encrucijada que puede llevar este pequeño país eslavo hacia un giro definitivo de acercamiento con Occidente o, por el contrario, hacia una mayor dependencia de Rusia.
En los 21 años que ejerce la presidencia, Lukashenko ha sacado provecho de la privilegiada ubicación de Bielorrusia, entre los países de la OTAN en Europa y Rusia, lo cual le permitió obtener del Kremlin abundantes recursos para mantener la economía a flote y, a su vez, reducir el efecto de las sanciones impuestas desde Occidente por censurar los medios de comunicación y encarcelar a los líderes opositores.
Lukashenko cambió su discurso hace un año, cuestionó la forma en que Rusia llevó a cabo la anexión de Crimea y se mostró preocupado de que Moscú planteara que históricamente le pertenece Polesia o cualquier otra región del territorio bielorruso. Se ofreció como mediador en el conflicto en el este de Ucrania y anfitrión en las dos cumbres celebradas en Minsk para negociar un alto el fuego. A partir de este hecho comenzó a mejorar la relación con Europa, que debe reforzarse con su reciente amnistía a los políticos opositores.
El desplome de los precios internacionales de los hidrocarburos, principal fuente de ingresos de sus acreedores tradicionales, Rusia en primer término y cuyos recursos aportan 20 por ciento del producto interno bruto bielorruso, impide a Lukashenko utilizar esta vez el infalible estratagema de elevar salarios y pensiones antes de cada votación. En busca de créditos en las capitales europeas, y tras arremeter contra los magnates rusos que quieren apropiarse de nuestras empresas a cambio de centavos
, el mandatario convirtió la defensa de la soberanía nacional en el principal lema de su campaña.
Y en ese contexto Rusia –volcada en contrarrestar el despliegue de la OTAN en Europa Oriental– acaba de anunciar que la semana próxima entregará a Lukashenko el proyecto final para instalar la primera base militar rusa en Bielorrusia, aparte de los radares que ya funcionan. Según los rumores, se trata de un aeródromo para albergar cazabombarderos SU-27, aunque no se excluye un intento de revivir las pistas e infraestructura de la base de bombarderos pesados, portadores de explosivos nucleares, que existió en tiempos soviéticos.
Si Lukashenko acepta la propuesta rusa echará por tierra todos los avances que logró con Occidente y podrá olvidarse de los créditos, además de que volverán a ponerse en tela de juicio los resultados de las elecciones, habrá nuevas sanciones y de nuevo le colgarán el sambenito de último dictador de Europa
.
Pero si la rechaza, Lukashenko obtendrá recursos que, en esta coyuntura y quizás en el mediano plazo, Rusia no puede darle, pero quedará en evidencia frente a la principal tesis electoral, con que piensa derrotar a la oposición, de que es el único garante de la independencia de Bielorrusia.