Mostrará en la Biblioteca Nacional de Rumania 15 de los que tomó al filósofo
Haga lo que quiera
, dijo el autor de Historia y utopía al fotógrafo
Ese material permanecía inédito, pues sólo se publicó una imagen en la portada de La Jornada del 21 de febrero de 1990
La exposición conmemora 80 años de relaciones diplomáticas de México con ese país
Martes 8 de septiembre de 2015, p. 4
La seducción es el arma secreta del fotógrafo Rogelio Cuéllar (DF, 1950) para retratar a las figuras de las letras y el arte más reacias a la cámara.
Seducir con el silencio, las miradas o la plática son tácticas que utiliza para obtener lo que desea.
En el caso del filósofo y escritor de origen rumano Emil Cioran (1911-1995), una fotografía de Esther Seligson, su traductora en México –tomada por Cuéllar en la puerta de su casa–, fue la llave mágica.
Haga lo que quiera
, externó conmovido el autor de Historia y utopía.
El resultado de esa invitación son siete rollos cuyo contenido permanecía inédito. Sólo se publicó una imagen en la portada de La Jornada en la edición del 21 de febrero de 1990.
El martes 15 de septiembre Cuéllar exhibirá 15 fotografías de un metro cuadrado, digitalizadas a partir de negativo analógico y cinco contactos en la Biblioteca Nacional de Rumania, en Bucarest, con motivo de los 80 años de relaciones diplomáticas entre ese país y México.
Al fotógrafo le gusta enseñar los contactos, porque muestran el proceso de cómo busco la fotografía, con errores y el encuadre mal
.
Cita en la ciudad luz
Respecto del trabajo retratístico hecho con E.M. Cioran, como firmaba el pensador, Rogelio Cuéllar explica a La Jornada: “Son los desafíos de mis admirados que me propongo, sin dimensionar adónde podía llegar. Todo es a partir de las lecturas de sus libros o conocer su obra pictórica o escultórica, que me ha llevado a ir a la búsqueda de ellos.
El más reciente fue Michel Tournier que, por medio de un amigo mutuo en París, me puso en contacto y me llevó a su casa fuera de la ciudad.
En el caso de Cioran su enlace fue Esther Seligson, amiga suya desde los años 70 del siglo pasado.
Las primeras traducciones que Cuéllar leyó de la obra del rumano fueron las de Seligson. El fotógrafo tenía proyectado ir a Francia a finales de los años 80 del siglo pasado para fotografiar a Pierre Alechinsky y Valerio Adami, amigos de Vicente Rojo, quien le había dado sus datos. También quería conocer a Antoni Tàpies, en Barcelona, cuyas señas también le fueron proporcionadas por Rojo.
A finales de 1989, Cuéllar se fue a París. Hospedado en casa de su amigo Alberto Ramírez y su esposa, Fanny, el fotógrafo se comunicó a casa de Cioran, quien, tajante, le dijo:
No me interesa que me haga fotografías, pero si viene de parte de Esther Seligson, me trae un libro y me muestra su trabajo, quiero conocerlo.
Cioran le dio cita a Rogelio Cuéllar para principios de 1990, es decir, tres meses después, a las 11 de la mañana, en su departamento frente a la estación Odeón del Metro.
Mientras tanto, Cuéllar conoció a Alechinsky y Adami, y se fue a Barcelona, donde lo esperaba Gabriel Macotela.
Ahí, gracias a la crítica de arte Victoria Combalía, la Raquel Tibol de Barcelona
, pudo entrar a la casa de Tàpies y fotografiar al artista.
De regreso a París, el fotógrafo acudió puntualmente a la cita con Cioran. Encontró pegado en la puerta de entrada del edificio un papel dirigido a su persona, que le indicaba el número de piso. Ya arriba, otro papel que le anunciaba haber llegado.
Emoción por tenerlo enfrente
La esposa de Cioran, Simone Boué, sirvió de traductora. Al mostrar al filósofo sus fotogra-fías, Cuéllar se percató de “sus manos largas, su cabellera blanca peinada y su reloj chueco hasta por acá –señala su antebrazo–; en fin, su presencia”. Repetía, monsieur Cioran, je suis photographe
. Fue la imagen de Esther (Seligson) la que cambió el rumbo de la visita. En unos 15 minutos le tomé 87 fotos
, relata Cuéllar.
–¿Cuál fue su impresión de Cioran?
–La limpieza de la mirada, una mirada profunda, después de leer su desencanto de la historia, de la vida, que me sorprendió, que es contradictorio. Su presencia, la elegancia física, su piel transparente, las arrugas, las canas, o sea, como sujeto fotografiable me encontré a una escultura viviente.
Y la emoción de tenerlo enfrente y dialogar con él. Obviamente, mi diálogo no fue nada filosófico, ni pregunta alguna, primero que nada porque me imponía mucho. Si hubiera sabido francés, rumano o italiano tampoco hubiera podido dialogar con él.