n fantasma recorre Estados Unidos y el Reino Unido… el fantasma de la democracia, he oído últimamente. En nuestro vecino del norte y en el destino reciente de un avión colmado de secretarios de Estado y amigos cercanos de Peña Nieto –conjuntos casi indistinguibles– se desenvuelven dos procesos electorales diferentes, en los que ha emergido, de manera por completo inesperada, una opción democrática progresista. Allá se trata de elegir a un nuevo líder del Partido Laborista, tras la derrota frente a los conservadores de Cameron, cada vez más parecidos a los del Tea Party de esta orilla del Atlántico. Acá se pugna por las candidaturas presidenciales del duopolio político-electoral. En ambos han aparecido aspirantes que reavivan competencias más bien rutinarias y predecibles. Bernie Sanders y Jim Corbyn, como se les alude en los medios, responden a un rechazo creciente y a un enfado también al alza: el enfado con el establishment político, dominado por el dinero, y el rechazo a la desigualdad, cada vez más aguda y notoria en ambas naciones. Ambos se atreven a presentar propuestas de política, mientras la mayoría de sus contendientes, estadunidenses y británicos (con una lamentable excepción entre los primeros), intenta evitar toda controversia y prefiere hablar de nimiedades o presentar planteamientos esterilizados. Sanders y Corbyn han sido denunciados, además, como populistas que significan un peligro para sus países y, dado el peso internacional de éstos, para el mundo. Populista
: la descalificación de moda.
Tony Blair y Gordon Brown mantuvieron en el poder a los laboristas por 13 años, a partir de 1997, con tres victorias consecutivas del primero. Suele considerarse que fue el llamado nuevo laborismo
–un abandono gradual acumulativo de las posiciones características de la socialdemocracia– lo que explica tales triunfos. El desgaste del new labor explicaría, en esta visión convencional, las derrotas de Brown, primero, y de Ed Miliband en mayo último. Es precisamente contra este enfoque simplista y acartonado que se levanta la candidatura de Corbyn para liderar al Partido Laborista.
Ante el riesgo de estancamiento secular que, al igual que otras economías avanzadas, enfrenta la británica, Corbyn ha planteado medidas concretas para una reactivación económica basada en más empleos, incluyendo empleos públicos, y mejores salarios que estimulen la demanda, así como la renovación de los servicios públicos, en especial los de salud y educación, degradados en calidad y cobertura. La urgente modernización de la infraestructura de transporte podría alcanzarse también con un componente importante de inversión pública. Una restructuración del sistema impositivo, que elevara su progresividad, incluiría sobre todo impuestos prediales y sobre herencias. Progresividad impositiva contra desigualdad, propone Corbyn.
Ha sido lamentable la reacción de los tres últimos líderes laboristas ante la alta probabilidad de que Corbyn gane la elección más abierta, participativa y democrática de la historia del partido, que se cierra este sábado. Han repetido el eslogan de que un radical de izquierda
–populista, además– sería inelegible. Los ex dirigentes, que no fueron elegidos, están convencidos de que las bases del partido son incapaces de seleccionar un líder elegible. Tuvo que ser Martin Wolf, el conservador e ilustrado articulista del Financial Times, quien les corrigiera la plana: Corbyn puede presentar un programa radical, pero racional, dijo.
Para apreciar la larga carrera legislativa del senador Sanders, iniciada en 1990, baste saber que la NRA, el poderoso lobby de las armas y los pistoleros, le impone su más baja calificación. Sanders ha tenido un constante empeño en limitar y controlar la posesión individual de armas: prohibición de las semiautomáticas y automáticas y revisión previa del historial de quienes las adquieren. El propio Sanders sintetizó para la CNN el domingo antepasado otras posiciones y propuestas: regulación estricta de Wall Street, para evitar nuevas crisis especulativas; anulación del oleoducto Keystone XL, para cuidar el ambiente y prevenir el cambio climático; salario mínimo de 25 dólares por hora y mayor tributación de personas y empresas opulentas, para abatir la desigualdad; extensión de la educación superior gratuita, para igualar las oportunidades; en fin, modernización y expansión de infraestructura y empleos formales adicionales bien remunerados, sobre todo para los jóvenes. Nada radical o traído de los cabellos.
A diferencia de otros aspirantes, Sanders ha desarrollado una campaña a ras de tierra, financiada por gran número de donaciones mínimas, por debajo de 100 o 50 dólares; ha movilizado, a semejanza de lo hecho por Obama, a legiones de jóvenes voluntarios entusiastas; ha atraído a sus mítines y reuniones a miles de interesados, en ciudades pequeñas y poblados. Su campaña ha sido reconocida como la de mayor respuesta ciudadana directa. Sanders, quien por lo general ha aparecido este verano en mangas de camisa –indicio innegable, desde luego, de su catadura populista–, habla en forma directa y clara. Como domina los temas que discute puede darse el lujo del lenguaje sencillo. Sanders ha hecho entrar una corriente de aire fresco y vitalizador a la oligárquica política del dinero, dominante en Estados Unidos.
A pesar de la excelencia de sus propuestas de política y de sus exitosos modos de actuar político, Sanders ha sido recibido con indiferencia y hostilidad por los dirigentes demócratas. Parecen no explicarse cómo puede atreverse a buscar una candidatura por ellos reservada a la señora Clinton (cuya ventaja sobre Sanders en las encuestas se ha estrechado de manera significativa) o a algún otro representante del establishment, como podría ser el vicepresidente Biden. La prensa y otros medios de información lo ven, en el mejor de los casos, con condescendencia. A veces van más allá. Un columnista de un diario de circulación nacional cometió el despropósito de igualar las aspiraciones de Sanders y ¡Trump! con el común denominador del populismo. ¡Faltaba menos! Hay calificativos, etiquetas vacías y sin sentido, que sirven para cualquier cosa.
Es probable que el sábado 12 se anuncie en el Reino Unido la elección de Corbyn como líder del Partido Laborista. Sus primeras batallas serán dentro del propio partido, sobre todo en el llamado partido parlamentario, es decir entre los miembros laboristas de los Comunes, para integrar el gabinete sombra y establecer una base de apoyo y trabajo. La mezquindad de sus oponentes puede tratar de forzar su renuncia dificultando un desempeño normal al frente del partido y como líder de la oposición.
Es sumamente improbable que en Estados Unidos Sanders obtenga la candidatura demócrata. Habrá, sin embargo, prestado un servicio eminente a su partido y al sistema político al marcar un rumbo que algún día podría tornarse mayoritario.