ahti, Finlandia. El tercer concierto del Festival Sibelius 150, que se llevó a cabo hace unos días en esta ciudad finlandesa, fue otra notable exhibición de musicalidad de altos vuelos. La Orquesta Sinfónica de la BBC se presentó bajo la batuta de su actual titular, el finlandés Sakari Oramo, uno de los más destacados directores de su generación. Oramo abrió su programa con el poema sinfónico Una saga, cuya trama sonora construyó con precisión quirúrgica, con atención puntual a los elementos épicos de la partitura, y con una enorme sutileza en el camino hacia la disolución final de la obra en el silencio. Para concluir, el director de la Sinfónica de la BBC dirigió la enorme sinfonía vocal Kullervo, la obra que le significó a Sibelius su primer y muy duradero éxito. Gran orquesta, coro masculino, dos solistas vocales, una partitura extensa y compleja, fueron los elementos que Oramo mantuvo bajo un apretado y total control a lo largo de toda la obra. Con la precisa y siempre eficaz atención que prestó al Coro Polytech, a los solistas Johanna Rusanen y Waltteri Torikka y a su numerosa y diversificada orquesta, Sakari Oramo no sólo logró una versión muy potente, emotiva y rica en matices de Kullervo, sino que dejó la impresión clara de que muy probablemente sea un eficaz director concertador de ópera. La homogeneidad de color, afinación, fraseo y articulación del coro, fue de un nivel sobresaliente. La energía inagotable aplicada por Oramo a esta versión de Kullervo fue transmitida a los dos solistas vocales, quienes cantaron los roles de Kullervo y su hermana/amante con toda la rabia y desesperanza que merece esta trágica historia de incesto, culpa, expiación y muerte.
El cuarto concierto del Festival Sibelius 150 de Lahti representó la primera de las dos participaciones de Okko Kamu, director artístico del festival, en esta ocasión al frente de la Orquesta Sinfónica de la BBC. Desde el punto de vista del repertorio, este fue el concierto estelar, debido a que Kamu incluyó en el programa las dos obras más famosas y reconocidas de todas las que se escucharon aquí en Lahti: el Concierto para violín y la Segunda sinfonía de Sibelius. El solista del concierto, Sergei Malov, se mostró poseedor de una técnica más que suficiente para abordar esta obra de Sibelius, y a la vez, eligió un camino expresivo más intelectual que pasional. El resultado conjunto de estos dos elementos fue una interpretación clara y diáfana, pero distante y menos emotiva de lo que pudiera esperarse si se considera el perfil netamente romántico del Concierto para violín de Jean Sibelius. Más apasionada y expresiva resultó, en todo caso, la ejecución de la pieza de Béla Bartók que Malov ofreció como encore. El acompañamiento de Kamu y la orquesta inglesa, cien por ciento al servicio de Malov, con todas las dinámicas colocadas a la perfección, y con un aprovechamiento máximo de dos elementos complementarios de importancia capital: la sabia y bien balanceada escritura de Sibelius, y las cualidades acústicas formidables de la sala de conciertos de Lahti que lleva su nombre.
En su interpretación de la luminosa Segunda sinfonía de Sibelius, Okko Kamu optó por construir de manera fluida y sinuosa (a diferencia de interpretaciones más abruptas y tajantes) el extraño y fascinante rompecabezas de motivos y temas del primer movimiento, y obtuvo una precisión indeclinable en el complejo scherzo Vivacissimo de la sinfonía. Y en la expansiva declamación el final de la obra, Kamu demostró su larga experiencia con Sibelius a través de dos propuestas igualmente efectivas: la primera, apretar un poco el tempo antes de la coda, para hacer después más evidente la pausada solemnidad de las últimas páginas; la segunda, mantener a los metales bajo control en ese episodio previo para después soltarles las riendas y lograr así una apoteosis muy sonora y de un centelleante color orquestal.
Un par de días antes, en la Sala Kalevi Aho del Instituto de Música de Lahti, el pianista Folke Gräsbeck había ofrecido un atractivo recital formado por un buen número de piezas de Sibelius que pueden ser etiquetadas como música de salón, pero en algunas de las cuales hay apuntes de una expresión más ambiciosa. Fue particularmente interesante notar en algunas de las piezas interpretadas por Gräsbeck las fugaces sombras melódicas de otras obras de Sibelius, como el Andante festivo para cuerdas y la canción patriótica Canto de los atenienses.