Opinión
Ver día anteriorJueves 24 de septiembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cambiar la política, el mensaje de Corbyn
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orpresas te da la vida. El zarpazo contra la utopía reformista de Tsipras vino a restaurar el orden en la mesa europea y nos devolvió al inamovible neoliberalismo vencedor. Pero los hechos son tercos, las ilusiones resurgen y voces inesperadas saltan a la escena, como lo hizo Jeremy Corbyn al despedazar las encuestas (y el hígado de muchos de sus correligionarios) al ganar la presidencia del Partido Laborista de Gran Bretaña, que hasta hoy –tras los Blair, los Brown y demás terceristas– permanecía impotente, hundiéndose en la mayor crisis de credibilidad de su historia. A la condescendencia irónica hacia el viejo izquierdista dentro del partido se aunó el rugido clasista de David Cameron, que de inmediato lo clasificó como una amenaza a nuestra seguridad nacional, nuestra seguridad económica y la seguridad de la familia. Ya sabemos qué significan esas palabras cuando se pronuncian desde el poder, así que no la tiene fácil el nuevo líder del laborismo. Pero, ¿por qué tanta irritación?

A los conservadores de ambos partidos les molesta la vuelta a los principios fundadores de la socialdemocracia británica, actualizados por Corbyn en su discurso de la victoria, al señalar que “la esperanza de cambio y la aportación de grandes ideas ha vuelto al centro de la política: acabar con la austeridad, enfrentarse a la desigualdad, trabajar en pro de la paz y la justicia social en nuestro país y fuera de él. Por esas razones se fundó el Partido Laborista hace más de un siglo… Esta elección le ha dado nueva fuerza para el siglo XXI a ese propósito fundacional: un Partido Laborista que dé voz al 99 por ciento”.

Sin duda, a sus adversarios les molesta que el nuevo líder apele a ese pasado que los herederos de Margater Thatcher daban por enterrado hace años, pero sobre todo les inquieta que a su favor se hayan pronunciado miles de jóvenes hartos de la vieja política y motivados por una idea del cambio que lo mismo recorre Grecia que España, marcando la aparición de importantes grietas en el gran muro de la intolerancia neoliberal. Eso es lo que no pueden creer los autosatisfechos burócratas europeos ni sus grandes intelectuales, incapaces de hacer una valoración objetiva de lo que está pasando en el seno de la democracia y con la democracia. Ignoran que la estabilidad del sistema no significa ausencia de conflicto o plena satisfacción de antiguas y recientes necesidades. Que la democracia, para la ciudadanía, no es mero artificio procedimental sino horizonte de justicia y equidad. La historia próxima está marcada por el continuo estira y afloja entre las fuerzas que se miran a sí mismas como la representación non plus ultra de un capitalismo siempre moderno y globalizado, en perpetuo desarrollo, y aquellas corrientes que, desde la minoría cultural, la marginalidad social o la exclusión real, aspiran a la equidad, a representar a la mayoría realmente excluida que cada día busca salidas, aferrándose en principio a los símbolos de esperanza, a una ética más que a las ideologías. La gran crisis mostró las debilidades del nuevo orden dominado por el poder financiero, así como la pérdida de sentido de una democracia contrapuesta a las exigencias básicas de la sociedad devoradas por la desigualdad y el clasismo. Si el fracaso de las tentaciones revolucionarias fortaleció el estado de bienestar como aspiración universal, la arrogancia del nuevo poder global, debilitado o extinguido su adversario histórico, volvió a polarizar al mundo para someterlo a su antojo y conveniencia.

El maniqueísmo impidió juzgar el significado y los riesgos de los fundamentalismos emergentes; tampoco permitió entender qué nos decía un mundo arrinconado por la violencia social, hundido en la miseria y la desigualdad o amenazado por el terrorismo con sus viejos y largos vínculos con el pasado, cargando la muerte encima, con su plétora de agravios no resueltos pero trágicamente inadvertidos por Occidente.

Corbyn es un símbolo de que el mundo se mueve a pesar de todo. Y lo es en varios planos que podrían servirnos de lecciones. Más allá de las propuestas, me ha gustado el tono, la serenidad del hombre comprometido para afrontar la crisis de su partido. Sin estridencias verbales o declaratorias maximalistas supo ganar la confianza de los jóvenes, que ya habían renunciado a la participación política. Les ofreció dignidad, diálogo, en suma, esperanza.

“Podemos –les dijo– crear una nueva clase de política: más amable, más respetuosa, pero también valerosa. Hacemos posibles las cosas haciendo campaña por el cambio. Podemos cambiar mentalidades, podemos cambiar la política, podemos mejorar las cosas. Luchamos y vencimos sobre la base de medidas políticas, no de personalidades, sin abusos ni rencor”. Palabras para la reflexión que nuestras polarizadas izquierdas deberían atender para cambiar aquí y ahora la política que repele al ciudadano común.