En 1959 fundó el grupo Cómicos de la Legua, en Querétaro
Domingo 27 de septiembre de 2015, p. 7
Bastaba decir teatro para que el rostro de Hugo Gutiérrez Vega se tornara en luz, y es que esa disciplina fue la gran pasión de su vida, a la par de la poesía y de Lucinda, su esposa.
Poesía y teatro se ayuntaron en él de manera natural desde edad muy temprana y a lo largo de su existencia. El maestro gustaba de juntar ambas artes porque, decía, en el Parnaso existen dos lugares santos donde habitan las musas de una y otra.
Versátil en su ser y quehacer, lo mismo poeta que periodista, abogado que diplomático, traductor que promotor cultural y catedrático universitario, don Hugo se dio el tiempo para cultivar y ejercer su pasión por el arte teatral.
Lo hizo tanto en el terreno de la actuación y de la dirección como en el de la fundación de compañías, entre ellas Cómicos de la Legua, establecida en Querétaro desde 1959.
Incursionó de igual manera en la dramaturgia, aunque la dejó de lado al no considerarse apto para ella, como relató en entrevista al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) con motivo de su 80 cumpleaños, el 11 de febrero de 2014.
“Escribí largas obras de teatro en verso, de capa y espada, imitando a Lope de Vega, que, afortunadamente, se perdieron en un cambio de casa (…) y ya no volví a incurrir, preferí ser actor; fui director también, pero preferí ser actor, porque los actores al final nos apoderamos de la obra, así que somos los ‘ganones’”.
El poeta dirigió asimismo el Teatro Latinoamericano de Roma y el grupo de Teatro Español de la Universidad de Londres, y se desempeñó de actor de la compañía de repertorio de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Desde su trinchera como servidor universitario, en la dirección de la Casa del Lago y la coordinación de Difusión Cultural de la máxima casa de estudios del país, ayudó al surgimiento de un importante movimiento teatral.
En éste participaron figuras como Fiona Alexander, Alejandro Luna, Juan José Gurrola y Ludwik Margules, según contó en una ocasión el director escénico Eduardo Ruiz Saviñón, quien también formó parte de ese movimiento.
Un acercamiento revelador y al mismo tiempo emotivo a este universo del polifacético intelectual es posible gracias al dramaturgo, narrador y director de teatro David Olguín, quien, producto de una charla, realizó el libro Hugo Gutiérrez Vega: memorias.
Vocación temprana
En ese volumen, publicado por Ediciones El Milagro-Universidad Autónoma de Nuevo León, el poeta jalisciense narra que su primera aproximación al fenómeno de la representación teatral fue desde muy pequeño, a los ocho o nueve años de edad.
“Con un primo y una prima armábamos pequeñas obras para las que no necesitábamos público. La información nos venía de textos como El corsario negro o Sandokán, de Salgari, o de algunos personajes de Julio Verne, o de cosas que veíamos en el cine”, contó al citado creador escénico.
La vocación teatral del poeta, apenas cumplidos los 20 años, lo llevó a viajar a Nueva York para matricularse en el Actors Studio, fundado por Elia Kazan en 1947 y dirigido por Lee Strasberg, según refiere en un texto Alejandro Pescador. Ahí conoció al actor Marlon Brando, como lo haría en otros tiempos y lugares con Eugene Ionesco y Dario Fo.
Olguín aclara en la presentación del citado volumen que Gutiérrez Vega reúne tantas facetas y campos de interés que es difícil definirlo como hombre de teatro, y ante todo se le piensa como poeta.
“Sin embargo, ese otro que es él mismo tiene nostalgia intensa del momento en que fue actor, en que vivió en el extraño país del escenario y no tuvo más horizonte que ese, porque ahí habitaba –en palabras del poeta– la verdadera vida”, escribe el director escénico.
A Hugo le mueve lo que ya no está, lo que añora. El teatro le enseñó la fugacidad y, me atrevería a decir, nutrió buena parte de su temple poético, pues hay mucho de nostalgia en la poesía de Gutiérrez Vega.