Imperativo actualizar los métodos para elegir rector en la UNAM
oda la semana he sido víctima de la culpa por mi analfabetismo manual que ocasionó la pérdida de la parte final de la columneta pasada. En ella había ya expresado algunas sugerencias para que conservando, por esta ocasión, el actual método de elección del rector, los prohombres responsables de llevarla a cabo entendieran que si 20 años no es nada
, 70 sí lo son. Ellos tienen en sus manos (pero a las manos las manda el cerebro), la posibilidad de que sin reformas a la Ley Orgánica (por demás deseables, pero imposibles en el actual momento) puedan jalonar, hasta nuestra época, a la UNAM de 1945.
Las características demográficas, académicas, políticas, administrativas, científicas, tecnológicas de cada etapa son tan diferentes, que hablar de una actualización de los métodos de elección que enuncia la Ley Orgánica (LO), resulta imperativa. No hay que recurrir al expediente extremo de una reforma legislativa (por ahora), a la que todo mundo teme. Basta tomarle la palabra a la ley que, en el segundo párrafo de la fracción l, de su artículo sexto, señala que para: “nombrar al rector, conocer de la renuncia de éste, y removerlo por causa grave, que la Junta apreciará discrecionalmente(…) la Junta explorará, en la forma que estime prudente, la opinión de los universitarios”. Ya hablaremos, si hay oportunidad más adelante, de la forma por demás meliflua, timorata y evidentemente riesgosa, del uso en la LO, de términos como exploración, prudencia y sobre todo, discrecionalmente.
Pero por ahora, aprovechemos esa breve pero precisa instrucción que la ley le imparte a la Junta de Gobierno: explorar, aunque sea con prudencia (recuérdese que esta es la primera de las cuatro virtudes cardinales), la ignota opinión de algunos 399 mil universitarios. Colguémonos de esta light coyuntura y colémonos por este resquicio, para atenuar, alivianar la decimonónica disposición que representa delegar en 15 personas, (a las que su espejito, espejito, les confirma diariamente que son las más idóneas, de entre los 400 mil universitarios), la responsabilidad, el honor y los daños o beneficios colaterales, que implica designar a quien habrá de regir la vida de la institución, al menos por los próximos cuatro años.
Para otorgar a esa decisión cupular un mínimo de legitimidad, es necesario aplicar con inteligencia, imaginación y, por supuesto, voluntad, todos los medios, métodos, instrumentos de la contemporaneidad que permitan la incorporación de los estudiantes de licenciatura y posgrado, de los maestros, los investigadores, el personal administrativo y de servicio a participar en una decisión en la que tienen el derecho y la obligación de ser incluidos.
Estoy convencido que desde la primera Junta de Gobierno (cuya conformación ya croniqué y a la que no escatimé reconocimientos), hasta la presente, el trabajo de exploración desarrollado por suprema jerarquía universitaria para conocer la opinión de la comunidad ha sido tan arduo, como el de un grupo de boy scouts explorando en las añoradas islas de CU. También, que las elecciones rectoriles han sido siempre, unas más y otras menos, inducidas o palomeadas por el gobierno federal. Y tampoco me resulta extraño, lo viví, la intervención de poderes fácticos y sectores diversos de la sociedad: religiosos, políticos, gremiales, capillas culturales y científicas, y aún intereses extranacionales. Aclaro que a mí esto en lo absoluto me asombra o me parece inusitado. Lo que me resultaría inexplicable y pleno de sospechosismo es que la vida de uno de los pilares básicos de la nación no despertara interés, preocupación y una noble o perversa gana de control y dominio.
Frente a esta peligrosa, muy peligrosa realidad, la mejor estrategia defensiva es encontrar, pero ya, las fórmulas que permitan a los universitarios decidir, de la manera más informada, consciente y libre sobre su presente y su destino. ¿O qué la autonomía no conlleva la potestad de autogobernarse de acuerdo con sus propias leyes y organismos?
Previendo interpretaciones torpes o dolosas aclaro que éste no es un alegato por una elección universal, secreta e igualitaria, pero sí por una universal, incluyente, participativa y racionalmente ponderada. Cada sector tiene problemas, expectativas, limitaciones, propuesta y utopías que son desconocidas en el topus uranus. Todos los saberes juntos de los 15 miembros de la Junta de Gobierno no pueden alcanzar para comprender la problemática múltiple, diversa, de ese microcosmos que es la UNAM (ahora empeñada a volver a ser, como antaño, nacional. Antes, de todos los rumbos del territorio, cortando nuestros umbilicales cordones yucatecos, sonorenses, bajacalifornianos de arriba o de abajo, poblanos o tlaxcaltecas y… ¡Claro! saltillenses, veníamos (plenos de sueños y muertos de miedo), a nuestra universidad. Ahora es al contrario: la UNAM, con su espíritu libertario, democrático, laico, nacionalista ha sembrado campus en sitios afortunados de varias entidades. Habrá de ser para bien nacional).
Me ilustraron mucho los datos proporcionados por Emir Olivares Alonso en esta páginas y de Marion Lloyd, del Seminario de Educación Superior, sobre las distintas formas de elección de rector en importantes universidades de este continente y el europeo: Argentina, Chile, Estados Unidos, por una parte, y España, Alemania, Italia, Reino Unido. En algunos casos, como en Chile, lo nombran los profesores, en otros, como sucede en Escocia, los estudiantes. En la Universidad de París la decisión corresponde al presidente, tras consultar con sus ministros. Aunque como siempre, mi verborrea rebasa el espacio, no quiero deja afuera un información de Marion, que recoge un dato que debemos a Romualdo Zárate y su grupo de trabajo, que nos dice: de 36 universidades públicas y autónomas que existían en 2007, 13 escogían a su rector igual que la UNAM, por medio de una Junta de Gobierno, 18 por decisión del Consejo Universitario y cinco por votación universal, secreta y directa. Ergo: razonemos y actuemos en consecuencia.
Al respecto (y a otros respectos) tengo más cosas que decir, por ejemplo. 1. Considero que, casi de manera permanente, la mayoría de los miembros de las sucesivas juntas han sido, la crème de la crème, universitaria. 2. Considero también, que éstos suelen olvidar que su elección fue la más indirecta conocida. Ejemplifico con el caso que más conozco: el propio. Los alumnos de cada grado de los cinco de la carrera de derecho eligieron a alguien que, en su nombre, designe a un representante ante el Consejo Universitario. Quienes fuimos electos consejeros pudimos elegir, dentro de una terna, propuesta por el rector, a los miembros de la Junta de Gobierno los que, a su vez, eligieron al rector. Dentro de estos cinco pasos, ¿alguien puede ayudarme a descubrir en dónde quedó la opinión de la comunidad?
Ante la inminencia del inevitable x me veo obligado al acostumbrado abrupto final: 1. ¿Se dan cuenta los 15 notables de la Junta de Gobierno que convocar a toda la comunidad a expresar libre y responsablemente los nombre de las personas que consideren idóneas para ocupar el cargo de rector y las razones de sus propuesta
representa una burla despiadada? Con mínimo decoro y de cara a la comunidad convocada, podría cada uno de los 15 sostener que ese llamado tiene el más mínimo viso de seriedad, de sentido? Qué pobre y ofensiva estratagema para decir: ¡cumplimos el mandato de la ley! ¡Exploramos! Que concepto más pobre tienen de los universitarios, ¿desde los chicos de iniciación hasta los académicos de jubilación retardada, habrá quien los tome en serio? Anden, den nombres, descúbranos al mesías. ¡Que surja el bronco
puma. Cómo diría la abuela: Ni la burla perdonan.
A cambio de este despropósito, ¡saludo! Como se decía en los años 40, la buena intención de los 15, para solicitar a las autoridades que los medios universitarios de comunicación, otorguen espacio
para que los candidatos nos digan qué piensan. ¿Habrá espacio para que la comunidad diga qué necesita, propone, reclama?
Propuestas serias, derechas, factibles el próximo lunes.
La vez primera que nos divisamos fue desde trincheras opuestas. La vida, al final, nos ayuntó y me permitió el privilegio de su consideración. Me saltaré cosas urgentes de ahora, para cronicar sobre las de siempre. Dedicaré mis renglones para dar mi testimonio, antiguo testimonio, de un hombre superior de nuestro tiempo: Hugo.
Twitter: @ortiztejeda