l fenómeno sociopolítico que respalda al dúo estadunidense-inglés de actuales líderes emergentes (Bernie Sanders, independiente, y Jeremy Corbyn, laborista) es básicamente idéntico. Este ambiente, que toca a buena parte de la población de esos países, tiene como sedimento la afectación que el modelo económico dominante viene ocasionando. Sólo una pequeña parte de sus respectivos pueblos se salva de los daños, esos que se sitúan en los estratos de ingresos superiores (10 por ciento). Pero el elemento más dañino para el bienestar general es ya fácilmente identificable: la galopante desigualdad que ocasiona. Bien puede decirse que toda la estructura normativa existente, incluidas las instituciones y hasta las costumbres aceptadas, trabajan para aumentar los privilegios (riqueza y oportunidades) de una muy reducida capa poblacional. La vida democrática es, también, dañada por la concentración de los recursos en la mera cúspide de la pirámide, permitiendo la formación de plutocracias soberbias y cerradas. Nada, hasta ahora, detiene este maligno proceso, aunque los signos de sus limitantes se aparecen por doquier.
Los referidos liderazgos emergentes, por su parte, comparten un sinnúmero creciente de contenidos programáticos, cuyo centro neurálgico es el combate a la desbocada desigualdad. Su agendas sociales son vastas e incluyentes. Ponen acento en la calidad de la educación pública y gratuita sin demérito, para Sanders, de las grandes instituciones privadas de su país. Los dos insisten, con pasión, en temas de seguridad social (pensiones, salud) que se alejan de la tendencia privatizadora y restrictiva del neoliberalismo. Sus propuestas de políticas públicas se radican, con tajante rechazo, sobre la extendida aplicación de austero (austericidio) corte presupuestario. Comparten visiones de un mundo en paz y rechazan, por tanto, el feroz militarismo que distingue a sus respectivas naciones. Anteponen una fiscalidad creciente, para que la riqueza y los elevados ingresos aumenten sus aportaciones.
Hasta sus rasgos personales son parecidos, tanto en edad como en apariencia física e intachable conducta pública. Ambos líderes son apoyados por dinámicos segmentos de profesionales de reciente ingreso al mercado laboral de alta calificación. La avanzada edad de ellos mismos (Sanders, 77 años, y Corbyn, 66) es un distintivo que no puede pasar inadvertido pues, lejos de alejar a los votantes jóvenes, les trasmiten confianza. El halo de esperanza que acarrean consigo les da un toque fresco a sus recientes campañas, uno a la presidencia (Sanders) y el otro a la dirigencia de un partido laborista (Corbyn), siendo éste un partido pretendidamente de izquierda, pero que ha sido copado, en recientes años, por líderes conservadores subordinados al financierismo dominante, tanto en Europa como en Estados Unidos. La honestidad de ellos dos se refleja hasta en su manera de vestir, sin detalles de lujo alguno, uso de transporte modesto (incluso bicicleta) y viviendas emparentadas con la clase media.
Con semejantes agendas y conducta no podían esperar algo menos que el desprecio de los miembros de sus respectivos establishments. A ninguno le auguran llegar, tanto a la presidencia estadunidense como a ser primer ministro de Inglaterra. Tampoco tienen cabida o simpatías entre la casi totalidad de los programas consagrados de famosos comunicadores, ya sean radio-televisivos o de la gran prensa escrita. En las redes sociales, en cambio, el activismo de sus apoyadores ha explotado con fervor. La corbynmanía ya es una realidad con auténtico sello progresista. Sanders, por su parte, reúne crecientes y entusiastas audiencias que se cuentan por decenas de miles, algo por completo inusitado para precandidatos independientes. Hillary Clinton, que encabeza por ahora las encuestas de intención de voto, apenas ha superado el par de miles de apoyadores. Las venideras y ya próximas primarias de los demócratas –por los cuales compite Sanders– serán un inequívoco medidor de la intensidad y dirección de los vientos electorales futuros. Corbyn tendrá que esperar un tanto más de tiempo para colmar sus expectativas: las elecciones generales serán en 2020, si no se tienen que adelantar.
El acento, sin embargo, no está puesto, como se puede observar aquí, sobre las personalidades y perfiles de estos líderes, sino en el enchufe alcanzado con el vigoroso fenómeno actual que los ha catapultado. Tampoco este movimiento, de matizada ruptura sistémica, es privativo de dichas potencias mundiales. Es similar al experimentado en otras naciones, como España, Francia o Grecia en Europa. En varios países de Sudamérica (Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Uruguay o Venezuela) se adelantaron a cambios de trascendencia innegable. La importancia de lo que ahora sucede en Estados Unidos e Inglaterra aporta una novedosa modalidad: son economías centrales, fieramente regidas por el financierismo neoliberal. El impacto, que ya transmite este fenómeno, se esparcirá por inesperados lugares adicionales. México no quedará inmune a dicha influencia. A pesar del desconocimiento que tanto Sanders como Corbyn sufren –hasta en los medios más enterados de lo que acontece en la escena mundial–, sus reverberaciones no tardarán en transmitirse a una nación, por demás inquieta, dependiente como ésta.