uan Soldado nació en 1914, es decir, durante los tiempos de la Revolución Mexicana, y llegó en algún momento, pero desde luego muy joven y en calidad de soldado, al regimiento que se encontraba en Tijuana. El origen de la devoción está asociada a una trama de situaciones y tensiones sociales muy complicadas en ambos lados de la frontera. En la década de 1930 la ciudad de Tijuana se convirtió en lugar de paso, pero también de permanencia para muchos trabajadores deportados de Estados Unidos, sufrió el impacto económico del fin de la ley seca en ese país, que se hizo peor aún con el cierre del casino Agua Caliente, que dio lugar a movilizaciones sindicales intensas. A raíz de la Guerra Cristera, la Iglesia católica dejó apenas un sacerdote en Baja California, asentado en Mexicali, que acudía una vez al año a decir misa a Tijuana. En ese contexto, dice Vanderwood, los católicos de la región tenían que vivir su religiosidad como podían. En Tijuana, tierra de inmigrantes, no había santos patronos ni imágenes intercesoras para solicitar ayuda y agradecer favores.
Por su parte, en la zona de San Diego, California, la prensa había dado cuenta, en esos mismos años, de varios secuestros y asesinatos de niños y adultos, lo que tenía alarmada a la población fronteriza, y la memoria colectiva mantenía el recuerdo del secuestro y asesinato del hijo de Charles Lindberg.
En ese ambiente social, una niña de ocho años fue violada y asesinada cuando salió a hacer unas compras y nunca regresó. Al día siguiente la encontraron muerta. Para pedir castigo y demandar la entrega del presunto asesino, el soldado Juan Castillo Morales, diversas organizaciones sociales, en especial los sindicatos, organizaron protestas, quemaron la comandancia municipal y el palacio de gobierno, lo que dejó varios heridos y muertos y la preocupación de las autoridades estatales y federales. Así las cosas, el soldado Juan Castillo Morales fue inmediatamente apresado, acusado, juzgado, condenado a muerte y fusilado. Su fusilamiento fue extraño: se formó de inmediato una corte marcial, la sentencia se hizo de manera pública –algo muy inusual en México para ese tiempo– y se le aplicó la ley fuga, una medida ilegal, que por eso mismo se suele realizar en lugares aislados y sin público. En el caso de Juan Soldado fue exactamente al revés: fue fusilado en la mañana para permitir que los fotógrafos de los periódicos tuvieran suficiente luz para hacer sus tomas y para que pudieran asistir los que quisieran ser testigos del acontecimiento. Todo lo anterior se explicaría por la necesidad de tomar medidas que permitieran restablecer la autoridad en una Tijuana revoltosa.
El caso, desde la desaparición de la niña, tuvo una amplísima difusión en ambos lados de la frontera. El recuerdo de otros casos en California estaban presentes en la mente de la gente, así como lo horroroso de la muerte de la niña. La agitación social que se desató y la manera en que Juan fue ejecutado hicieron que la noticia se publicara, durante días, en periódicos locales y nacionales de Estados Unidos y de México.
Juan Soldado fue enterrado en el cementerio donde alguien puso una cruz con su nombre y fecha. La niña, enterrada a pocos metros de Juan, había sido vengada, pero al mismo tiempo a un soldado joven, lejos de su casa y su familia, se le había aplicado una muerte infame: la ley fuga. La niña nunca recibió ofrendas y poco después fue trasladada a otro cementerio. En cambio, el mismo día de la muerte de Juan comenzaron a acudir los curiosos a su tumba, y poco después empezó a correr la versión de que allí salía sangre, que el ánima del soldado declaraba su inocencia y pedía que castigaran al verdadero culpable. Juan Soldado había comenzado a ser redimido por la gente de Tijuana. Se decía que era inocente, que había sido el chivo expiatorio de un militar de rango superior que era el verdadero violador y asesino de la niña.
En la tradición católica se sabía que los que morían de manera repentina y sin miedo estaban cerca de Dios, por lo cual Juan podía ser un buen intermediario con la divinidad. En la memoria colectiva estaba presente la historia de Jesús Malverde y la manera en que la gente convirtió su tumba en lugar de peregrinación.
Así las cosas, muy pronto comenzaron a llegar las ofrendas a nombre ya solamente de Juan Soldado: flores, piedras pequeñas. La gente además comenzó a congregarse frente a su tumba a rezar el rosario; muy pronto también comenzó a saberse de los milagros, de los que empezaron a dar cuenta ofrendas y exvotos relacionados con la salud, el trabajo, resolución de conflictos, el cruce de la frontera.
La colocación de piedras, que aparece en los casos de Malverde y Juan Soldado, parece ser una práctica funeraria muy vieja en los cementerios de México, pero que se considera una señal de respeto por una vida bien vivida o por un sacrificio bien recibido. La transformación de Juan y el inicio de la devoción sucedieron en el mismo año de su muerte. La devoción a Juan Soldado se asoció, cada vez más, a un fenómeno imparable: el paso de trabajadores y migrantes a Estados Unidos. La visita a la tumba de Juan Soldado o llevar un amuleto con su imagen era una forma de asegurar el buen tránsito por la línea fronteriza, de protegerse en las travesías por Estados Unidos, de conseguir un buen trabajo en el otro lado, de regresar, sano y salvo, algún día a México.