l yugo social, político, económico y cultural impuesto por el modelo de acumulación vigente es, ¡sin duda!, excluyente, autoritario y asfixiante. La devastación que ocasiona su feroz paso no deja espacio disponible sin ocupar. Tampoco menosprecia valor alguno que pueda trastocar en beneficio de sus mandantes. La variedad de los derechos humanos de los ciudadanos del mundo se reduce a manjar apetecible a sus mandíbulas. Y no son, los anteriores, juicios exagerados o huecos, dado su alcance y margen de maniobra. El financierismo, como orientación hegemónica de las plutocracias, se cuela y rellena todos los intersticios de la vida organizada de los pueblos. Escenifica, de hecho, una descarnada lucha por el poder donde no hay tregua o respeto para lo ajeno y, menos aún, por las llamadas conquistas populares. Se tiene el deseo y, en especial, la voluntad y los instrumentos para proseguir hasta las finales consecuencias en esta que es una real cual cruenta guerra de ocupación.
Para los patrocinadores de tal modelo no hay, por tanto, actividad intocable o de menor aprecio para sus arraigadas pulsiones acumulativas de riquezas, poder y oportunidades. Ahí donde hay trabajo (individual o colectivo) o creación de valor ven puertas para la siguiente captura, trátese de niveles de salarios por disminuir –en aras de la competitividad, alegan– como de la amplísima gama de servicios públicos, sitios idóneos donde asentar sus reales. Todas estas actividades de alcances masivos son susceptibles de ser embuchadas y forzar la actividad privada: cárceles, comedores comunitarios, enseñanza, ejércitos, conocimientos, policías, juzgados, drenaje, selvas, aguas, costas, drogas, aire y demás. Todo, sin excepción ni miramientos, se convierte en terreno propicio para acrecentar dominios, mientras más vastos, mejor.
Frente a este tipo de agresiones continuas, ¿cuál es el papel que debe jugar la izquierda? O mejor dicho, ¿qué ha estado haciendo la versión mexicana de esa fuerza, mientras las derechas avanzaban sobre los derechos más elementales del ciudadano a una vida digna? En términos groseros ha colaborado con dicha tendencia (Pacto por México), claro está, en la medida de sus cortas ( chuchas) capacidades. Duele decirlo, pero esa ha sido su reciente (de 30 años a la fecha) postura. Ha involucionado hacia un pragmatismo decadente. Sus pleitos no se enfocan en sus enemigos o rivales, sino que son intestinos. La meta de sobrevivencia y el orgullo de posesión se agotan en ocupar cuanto sitial burocrático esté disponible en sus organismos, sociales, culturales o políticos. En las estructuras económicas no ha tenido influencia ni lugar alguno. Para salvar cara, el poder cupular ha esparcido la torpe distinción entre una izquierda moderna, dialogante y positiva respecto de aquella rijosa, opositora a ultranza y que no cede punto alguno. A esta última versión la estigmatiza como peleonera, divisoria, simplista y mesiánica: una clase de postura a la que, sin ambages, se le niega hasta el mínimo matiz izquierdizante.
Es por eso que la reciente y, ciertamente, cupular discusión acerca de las alborotables candidaturas independientes se desprende del actual mar de inquietudes, enojos y temores prevalecientes. Se trata de acciones preventivas diseñadas desde las altas esferas –públicas, privadas e intelectuales– contra el factible arribo al poder de un germen antisistema. Un algo que pueda convertirse en real peligro para el orden establecido,sobre todo al considerar las escasas respuestas que se tienen en el abanico ideológico y programático del modelo neoliberal para lidiar con el acelerado e inocultable deterioro social. Mientras tanto, la desigualdad, procreada desde el mismo centro de las recitadas reformas estructurales aterrizadas en leyes, instituciones, rituales y conductas, avanza con velocidad alarmante. Sus efectos, por demás dañinos, ya no pueden ocultarse, en especial aquellos que circulan sobre una economía estancada.
Las posibilidades de una alternancia que abra la cancha a una izquierda realmente trasformadora de la realidad imperante se ven, por ahora, adelgazadas en extremo. La falta de alianzas externas (de Morena o de una versión similar) efectivas y coincidentes son y serán un obstáculo. Sin los apoyos de fuerzas afines no será posible a un partido o candidato hacerse del poder central: el voto mayoritario es condición necesaria de sustentación, pero, por desgracia actual, no suficiente. México es un estado dependiente y subdesarrollado que gravita alrededor del mayor imperio del mundo. Allá la estructura de poder ha sido usurpada por enormes corporaciones que requieren, para su continuidad, de satélites explotables en su beneficio. Permitir una disidencia en su frontera es, entonces, formular una petición de principio por demás dudosa o imposible de concretar. La única posibilidad se daría en la emergencia de que en el mismo núcleo central del neoliberalismo financierista ocurriera una ruptura, aunque fuera de tonos menores.
El caso de la lucha iniciada por el gobierno electo de Grecia por salvaguardar los derechos de sus ciudadanos, vitalmente afectados por la crisis es, al respecto, aleccionador. Frente al incipiente desplante democrático del pueblo griego se alzó el endurecido autoritarismo europeo, dominado por la dupla bancaria-industrial alemana. No hubo oportunidad alguna de negociación o concordia. Alexis Tsipras, con su arraigado europeísmo a cuestas, tuvo que ceder ante tan avasallante poder. La vieja Europa solidaria, progresista e igualitaria ya no existe. Ahora la conducen, sin mayores escrúpulos y avarientas manos, los núcleos empresariales incrustados en el mando político. En cuanto al caso mexicano, la izquierda perdió, desde hace años, la posibilidad de contacto con los liderazgos, las experiencias y concreciones de las luchas por la independencia llevadas a cabo por varias naciones sudamericanas en los pasados 10 años. No tendrá, por tanto, tan vitales respaldos, cruciales para hacerse de un tipo singular de poder que implicaría, en efecto, un movimiento de tipo ciertamente liberador.