Domingo 11 de octubre de 2015, p. a16
No en balde fue que el escritor Vicente Leñero (1933-2014) estudió ingeniería civil. Cierto, él mismo confesó no pocas veces su desencanto con esa profesión e incluso llegó a declarar que su novela Los albañiles, considerada piedra angular de su producción literaria, era una venganza
contra los medios de construcción, contra los maestros de la mezcla y la cuchara.
Yo sufrí mucho en la ingeniería, y en la literatura encontré mi medio de expresión natural
, dijo a este redactor en una entrevista el 13 de marzo de 2013.
“Si hubiera seguido en ingeniería, sin duda estaría absolutamente frustrado. En mi libro La gota de agua cuento lo que fue para mí esa carrera y la de pendejadas que cometí en ella. Claro, en un libro puede uno hacer también muchas pendejadas, pero no daño a nadie.”
Y esos estudios no fueron en balde porque si algún aspecto distinguió al autor jalisciense, además de la versatilidad de su pluma, que le permitió incursionar también en la dramaturgia, el guión y el periodismo, fue la de ser un gran constructor de literatura.
Sin importar el género que abordara, logró erigir una escritura sólida y consolidada, de impecable planeación, con firmes cimientos y estructuras, formas sobrias, finos acabados y seleccionados materiales lingüísticos. Su obra es un claro ejemplo de ingeniería literaria.
Sobre tal característica ahonda Elena Poniatowska en el prólogo de la reciente edición de Los albañiles, publicada por Seix Barral como parte de la Biblioteca Vicente Leñero.
“En Los albañiles está presente una de las obsesiones literarias de Leñero: la técnica de narración. A Vicente no le preocupó tanto lo que iba a decir, sino cómo lo iba a decir. Escribía y rescribía a mano hasta quedar conforme con los planos que se desplegaban como logaritmos ante sus ojos”, refiere la escritora y periodista.
En esa novela, prosigue Poniatowska, el autor “diseña una novela-edificio que sus personajes levantan en la avenida Cuauhtémoc. En sus trazos muestra la indiferencia, la miseria y la injusticia de una sociedad que perdió sus cimientos y en cualquier momento se puede venir abajo.
Nos consuela saber que siempre habrá un constructor-autor dispuesto a levantar ladrillo sobre ladrillo para legarnos esta casa-libro que nos resguardará de la intemperie.
Ganadora del Premio Biblioteca Breve en 1963, mismo año en que se publicó la primera edición, Los albañiles es la punta de lanza de una serie de títulos que aquel sello editorial dependiente de Grupo Planeta redita este año a manera de homenaje postmórtem a ese escritor imprescindible en la literatura mexicana, fallecido el 3 de diciembre de 2014, a los 81 años.
Como parte de las bibliotecas Seix Barral, la dedicada a Vicente Leñero se une a las de otras reconocidas lumbreras, entre las que figuran Octavio Paz y Ernesto Sabato.
Los títulos publicados hasta la fecha como parte de esa serie son Los albañiles, El garabato, Estudio Q, Redil de Ovejas, Los periodistas, El Evangelio de Lucas Gavilán y Los pasos de Jorge Ibargüengoitia.
Cada uno de ellos es enriquecido por el prólogo de reconocidas figuras de la literatura mexicana. El proyecto, según la editorial, es que sea una colección abierta, por lo cual se incluirán otros libros más adelante.
La primera, Los albañiles, es una novela polifónica que versa sobre cómo el asesinato de un viejo velador de una obra en construcción desata una serie de pesquisas que revelará mucho más que al culpable.
Llevada al cine y al teatro es una narración que captura comportamientos, modos de hablar y rasgos sociales de una época del país que no ha sido del todo superada.
Los periodistas, con presentación de Julio Scherer y prólogo de Carmen Aristegui, es una obra híbrida en la que se conjugan a partes iguales la novela, el testimonio y la crónica.
En ella se refieren de manera apasionada los sucesos que originaron una nueva era del periodismo en México: el golpe del gobierno de Luis Echeverría al periódico Excélsior en 1976, entonces el más importante del país
Al lado El garabato, la novela Estudio Q es considerada una de las obras más audaces de Vicente Leñero, por su voluntad exploratoria de las posibilidades de la literatura.
Con prólogo de Vicente Quitarte, en ella se abordan las vicisitudes de un personaje de telenovela, la manera en que se rebela, se opone a verse constreñido a las limitaciones del texto que la da existencia y de la producción que lo exhibe en las pantallas.
Se trata del propio Leñero, el futuro dramaturgo y guionista, quien sigue sus peripecias en una indagación premonitoria acerca del libre albedrío y la creciente importancia de los medios.
Hasta aquí, ejemplos de una obra disciplinada y bien terminada, edificada con rigor, deleite, pasión y el deseo humilde y expreso de poder ser disfrutada por otros.
Escribir para que alguien me lea y se identifique conmigo es suficiente. Lo maravilloso que tienen los libros, frente al teatro y el cine, es que uno los lanza como botellas al mar; no sabe quién los va a leer ni qué impresión van a dar
, según refirió el maestro en la citada charla con La Jornada.
El libro es una aventura que exige un sentido de humildad de la buena. Ese es el agradable misterio que tiene la literatura.
Texto: Ángel Vargas