e dice que en agosto de 1944 el general Dietrich von Choltitz salvó la ciudad de Paris de la destrucción. La leyenda cuenta que había recibido órdenes estrictas de Hitler de no rendir la capital francesa a los aliados bajo ninguna circunstancia. El ejército alemán debía luchar hasta el último hombre y la ciudad debería quedar en ruinas antes de ser abandonada. Llegado el caso, Von Choltitz tendría que dinamitar puentes, iglesias, museos y hasta la torre Eiffel antes de dejar la ciudad.
En sus memorias von Choltitz contó cómo había rehusado cumplir esas órdenes que representaban un atentado en contra de la humanidad y la civilización. El título era bueno, ¿Arde París?, pero la historia era falsa.
Von Choltitz no fue una blanca paloma que en un momento de lucidez salvó a la Ciudad Luz de la destrucción. Su pasado tenebroso estuvo marcado por la destrucción de Rotterdam y, en el frente oriental, de Sebastopol, además del asesinato de la población judía en esa ciudad. Su carrera en el frente oriental es ejemplo de la complicidad de los mandos militares con la política de genocidio nazi. Pero sus memorias fueron una eficaz cortina de humo que le permitió entrar en la posguerra como una especie de héroe en lugar de un criminal de guerra.
El título de las memorias de Von Choltitz evoca casi literalmente la nueva batalla para la que se prepara París. Dentro de seis semanas se llevará a cabo la vigésimo primera Conferencia de las partes (COP21) de la Convención marco sobre cambio climático (CMCC). Sin exagerar, se trata de la conferencia mundial más importante sobre el cambio climático pues en ella se definirá el régimen de reducción de emisiones de gases invernadero y el futuro del clima en el planeta.
Los escenarios no son halagüeños. Hasta ahora se ha ido aceptando como base de todas las negociaciones el objetivo de estabilizar el aumento de temperatura en 2 grados centígrados para fines del siglo. Ese objetivo se ha ido aceptando a raíz de los trabajos del Panel intergubernamental sobre cambio climático (IPCC). Entre 1880 y 2012 la temperatura promedio de superficie ha aumentado 0.85 grados centígrados.
Muchos científicos consideran que el objetivo de 2 grados centígrados es ya demasiado arriesgado y puede acarrear consecuencias desastrosas. Pero una meta de 1.5 grados centígrados ya no es alcanzable. En los últimos 800 mil años se registraron aumentos de temperatura de 2 grados C y aunque no están asociados con desequilibrios radicales, sí están vinculados a incrementos importantes (hasta de 10 metros) en el nivel promedio del mar.
Esos escenarios indican que se necesita reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a unas 20 giga toneladas anuales de CO2 equivalente para el año 2020. Pero en la actualidad (datos de 2014) las emisiones se acercan a las 40 giga toneladas y se ve muy difícil una reducción en los niveles de emisiones que nos permita alcanzar el objetivo trazado por el IPCC. Al contrario, la inercia que provocan las inversiones en infraestructura ligada al perfil energético basado en combustibles fósiles hacen pensable que en 2020 se genere un volumen de emisiones cercano a las 45 gigatoneladas de CO2 equivalente.
Lo más alarmante de ese pronóstico es que las emisiones reales al día de hoy ya están colocando al planeta en la trayectoria del peor escenario posible, con una probabilidad creciente de generar aumentos en la temperatura de entre 3.2 y 5.4 grados centígrados hacia finales del siglo (y concentraciones superiores a las 1000 partes por millón de CO2 equivalente en la atmósfera). Ese nivel de perturbación climática conlleva una muy alta (socialmente inaceptable) probabilidad de desencadenar eventos catastróficos para la humanidad.
En la COP21 no se esperan cambios radicales. Las conferencias de las partes se han venido sucediendo en los últimos cinco años sin que se haya logrado establecer un régimen regulatorio capaz de reducir de manera eficaz las emisiones de gases de efecto invernadero. La tendencia que domina cada vez con mayor fuerza es la de permitir a cada país fijar metas de reducciones de manera voluntaria. Estas metas voluntarias corren un muy alto riesgo de ser incumplidas y quedar como letra muerta. La COP21 puede ser la gran fiesta del lobby de las industrias fósiles, incluyendo a productores primarios y consumidores fundamentales (aquellos cuyos productos son inútiles sin combustibles fósiles).
París sufrió ya dos olas de calor extremo en la última década. En 2003 murieron 15 mil personas. Hace dos meses el termómetro volvió a subir y la nueva ola provocó 700 muertes. No se puede afirmar que estas olas de calor están directamente ligadas al calentamiento global, pero estos eventos son consistentes con las predicciones de los escenarios sobre cambio climático. La temperatura también va a subir durante la COP21. Y las mentiras sobre la eficacia de los mecanismos voluntarios para reducir emisiones estarán a la orden del día. ¿Podrá el aparato de propaganda de los poderes establecidos contar una mentira tan eficaz como la de Von Choltitz?
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