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México SA

Reformas: sólo promesas

Desarrollo: lista de espera

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El presidente Enrique Peña Nieto se tomó ayer una foto con asistentes al foro México Cumbre de Negocios, que se realiza en Guadalajara, JaliscoFoto Notimex
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oro en el que se presentan, foro en el que los funcionarios gubernamentales cacarean que México es el país que más reformas ha impulsado a lo largo de las últimas tres décadas, pero siempre olvidan mencionar que también es el que menos resultados positivos ha obtenido como producto de tales cambios. De hecho, a cada sexenio reformador ha correspondido menor crecimiento económico y mayor deterioro social.

Los propios números oficiales dan cuenta de ello: Miguel de la Madrid llevó a cabo la obra negra de la transformación mexicana; destruir para construir, decía, e inició el drástico giro en política económica, y le fue como en feria: una tasa anual promedio de 0.34 por ciento de crecimiento. Llegó el arquitecto Salinas y dio rienda suelta a los acabados de la moderna obra: 3.9 por ciento de tasa anual.

Siguieron Zedillo (3.5 de tasa anual promedio), Fox (2.3), Calderón (1.8) y Peña Nieto (1.8 por ciento, si bien va, en su primera mitad). Todo cambiaron, todo reformaron, todo modernizaron… y los resultados son cada vez peores. Antes de esos próceres de la modernidad la economía nacional crecía 6 por ciento cada año; ahora lo hace, en el mejor de los casos, 2 por ciento, con ganas de empeorar.

Esos son los resultados concretos, pero no falta el entusiasta que salga con mágicos pronósticos. Ayer, en la Cumbre de Negocios que se lleva cabo en Guadalajara (con el eslogan favor de no perder el tiempo buscando culpables), la jefa de la Misión México del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dora Iakova, aseguró que la economía mexicana “tiene un panorama positivo a futuro y se perfila como el país con la mejor tasa de crecimiento en América Latina… Aun con los constantes cambios en la expectativa de crecimiento, este país ha tenido un buen desempeño durante 2015 y si se compara con el resto de América Latina, puede ser que tenga el mejor crecimiento de la región”.

Dicho pronunciamiento se ha repetido hasta el agotamiento por todos los representantes del FMI en México (y los del Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la OCDE y todos los demás), con resultados proporcionalmente inversos a sus respectivos entusiasmos declarativos. Desde el inicio de la década de los 80, México ha sido uno de los laboratorios experimentales preferidos por dichos organismos supuestamente multilaterales, y de todas las han perdido todas. Cada ajuste estructural, reforma o modernización por ellos emprendidos ha terminado en sonado fracaso para el país y, obviamente, sus habitantes (conejillos de Indias por cortesía de seis tristes gobiernos neoliberales), aunque no, desde luego, para los usufructuarios del poder.

En la última década, para no ir más lejos, la economía mexicana registró una tasa anual promedio de crecimiento de 2.3 por ciento, muy cerca de la reportada por Haití (2 por ciento). Sin tanta alharaca reformadora, a otras naciones latinoamericanas les ha ido un poco mejor (Panamá, 8 por ciento; Perú, 6; República Dominicana, 5.5; Bolivia, 5; Argentina y Cuba, 4; Chile y Guatemala, 3.7; incluso Brasil, que anda de capa caída, 2.8; los números son de la Cepal). Entonces, el más reciente comentario del FMI lo pueden meter en el mismo sitio que todos los anteriores.

Han transcurrido, prácticamente, tres años y las reformas peñanietistas han sido tan efectivas y contundentes que a estas alturas el inquilino de Los Pinos sólo puede presumir (y lo repite un día sí y el siguiente también) que las tarifas telefónicas y las eléctricas se han reducido (con sus asegunes estas últimas). El paraíso prometido, como sucedió en los cinco sexenios previos, se mantiene en lista de espera.

Tres décadas y pico reformando al país y, como advierte el premio Nobel Paul Krugman, para que México avance no bastan las reformas, y tal vez el mejor ejemplo de ello, que sintetiza los resultados de esos 30 y tantos años, es lo que el propio Nobel de Economía dijo en la cumbre de negocios de Guadalajara: “a mediados de los años 80 del siglo pasado (cuando la reformitis caminaba a paso veloz), el PIB por habitante en México era equivalente a 38 por ciento del de Estados Unidos, y ahora, después de tres décadas, es de 32 por ciento… todavía no se ha visto una aceleración en el crecimiento mexicano ni en los estándares de desarrollo”.

“El largo proceso de reformas en México (La Jornada, Roberto González Amador) no ha logrado acelerar el crecimiento de la economía, aseguró Krugman, quien puso en duda que los cambios estructurales promovidos por el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto eleven el crecimiento del producto interno bruto a tasas de 7 por ciento, que no se han logrado en el país en las últimas cuatro décadas… si están esperando ver un crecimiento de 7 por ciento por estas reformas estructurales, no es muy probable que suceda”.

En efecto, la última ocasión en la que México registró un crecimiento económico superior a la tasa referida por Krugman se registró 34 años atrás, en 1981, cuando fue de 8.53 por ciento. De allí en adelante, reforma tras reforma, permanentemente cuesta abajo.

Pero, de acuerdo con la versión oficial, entre reformas y acuerdos México saldrá avante y en breve a paso firme ingresará por las majestuosas puertas del primer mundo, algo que por lo demás se prometió desde la primera reforma de la temporada.

Lo anterior viene a cuento porque el siempre atinado secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, comienza a ponerle números al oscuro ATP. En este tenor, el susodicho asegura que con el más reciente acuerdo comercial (político, en realidad) la economía mexicana añadirá 1.3 puntos porcentuales a su tasa regular de crecimiento.

La nostalgia invade a los mexicanos, porque las mismas palabras y el mismo fervor fueron la norma a la hora de promover y justificar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, con la salvedad de que su contribución al crecimiento mexicano sería muy superior al que eventualmente aportaría el ATP. Y allí están los resultados: México, país maquilador, ultra dependiente del vecino norteño, y con un crecimiento sostenido de 2 por ciento, y empeorando.

Las rebanadas del pastel

Lo que faltaba: EPN se declara guadalupano. Yo creo que, en buena medida, el tener un saldo blanco ante el impacto de este huracán se debe en mucho a la fe del pueblo de México. ¡Aleluya!

Twitter: @cafevega