as descalificaciones a Morena por no contar con un programa que sea de real izquierda moderna
se suceden cada determinado tiempo. Se parte de negaciones a priori y sujetas a la autoridad de los proponentes, basados en su buen o gran prestigio de analistas o académicos. Poco, por no decir nada, adicional aportan en este respecto los dedicados al trabajo de columnas de prensa cotidianas, por lo general efímeras o, como con frecuencia acontece, inspiradas en soplos anónimos. Por lo demás, los partidos están obligados, por ley, a presentar al INE (o al IFE anterior) la plataforma ideológica que sostendrían en la contienda y que sería (se espera) guía en un futuro gobierno si se ganaran las elecciones.
Durante las campañas de 2006 y de 2012, cuando AMLO fue el candidato de una coalición donde el PRD era el partido principal, se elaboró, con el detalle y la profundidad requeridos, un amplio planteamiento conceptual. En ello participó un conjunto notable de políticos, académicos e intelectuales de prestigio reconocido, quizá el grupo de mayor calidad que partido alguno pudiera haber integrado con ese fin. Así, en ambas campañas se presentaron sendos documentos que contenían los suficientes conceptos y las propuestas de acción. Este cuerpo doctrinario puede, para los penetrados por las dudas, ser consultado en cualquier momento. No eran un conjunto de promesas voluntariosas, tampoco un amasijo desordenado de ideas, sino el consciente pronunciamiento de una agrupación de izquierda inteligente y de sana intención. Un testimonio citable. Una bien planteada hoja de ruta para el factible gobierno de la izquierda en aquellos momentos.
No fueron varios los temas o renglones de este citado esfuerzo que se modificaron en el curso de la contienda, las contingencias de campaña son comunes. Quizá la principal se refiere a la intención de no modificar una defectuosa escala fiscal con el ánimo de no provocar a la poderosa plutocracia. Los ingresos no percibidos se sustituirían, se afirmó, con ahorros y el combate a la corrupción, una confianza ciertamente sobrestimada. Tampoco se puso el debido acento en el salario y el empleo, ambos conceptos vitales para la igualdad y apertura de horizontes. Se soslayaron también, al calor de la competencia, algunos derechos humanos, en especial de las minorías. Todos estos aspectos vitales para un programa exhaustivo y definitorio de la izquierda.
Muchas cosas han pasado desde entonces y el pensamiento que hoy puede ser aportado desde posturas progresistas. Importantes hallazgos, documentados por sólidos estudios e investigaciones, han salido a la luz, originados por militantes de izquierda o por personas ajenas a los partidos, pero con esa misma inclinación. Todo un andamiaje que contribuye a la vigencia de propuestas que, en una renovada contienda, pueda presentarse a la sociedad. Hoy se cuenta con varias certezas que antes no se contemplaban. Con la experiencia, de casi tres décadas, aplicando, sin titubeos, un modelo concentrador de la riqueza tal y como el que hoy se padece, se puede avanzar con prontitud y justeza. La crueldad de los sufrimientos y las cortedades que, como sólidas evidencias hoy se conocen, da esperanza para vivir un momento de inflexión que tanto se espera.
Hoy sabemos, con las debidas certezas, que no hay desarrollo ni justicia o paz sin una infraestructura social de igualdad. Esta es la condición indispensable para construir una sociedad sin las carencias, debilidades y pobreza que hoy distinguen a México, por ejemplo. Esa es también la información que aportan las naciones (escandinavas) del norte de Europa. Allá, la primacía de la igualdad como cimiento de todo lo demás les ha permitido consolidar un generoso estado de bienestar acompasado por un crecimiento con justicia distributiva. Buscar tales ideales se presentan como las ineludibles concreciones de la izquierda.
Para darle contenido, en sus muchas variantes de aplicación, es necesario desgranar el conjunto de políticas de contenido preciso. Un partido que aspire a plantarse delante de los hombres y mujeres, armados con sus votos y prestos a darlos por una construcción social, política y económica igualitaria como su elixir central. La Cepal nos dice en su último comunicado que no hay manera de saltarse este tipo de problemática cuando 80 por ciento del ingreso de los hogares latinoamericanos proviene del salario. Y, de que este es, por ahora y por desgracia (20 por ciento) sólo una garantía de pobreza y no una salida hacia el bienestar. ¿Cómo se podría sustentar una izquierda que no considera la discriminación, de géneros por ejemplo, cuando, dice la Cepal, sólo 38 por ciento del total de ingresos lo captan las mujeres y el resto (62) los hombres. El salario remunerador, entonces, se presenta como el punto nodal a plantear en un programa que pretenda sostener un futuro gobierno de izquierda. Claro está que tal definición no recae en agrupaciones como varias de las otrora famosas de la Europa civilizada: un empaque socialdemócrata que ha dado, en la práctica, una voltereta por demás neoliberal, financierista y de derecha a sus políticas públicas y demás ofrecimientos. Copia de lo cual ahora se anda postulando como un pretendidamente moderno horizonte para México.