l ministro francés de Relaciones Exteriores, Laurent Fabius, fue objeto de espionaje por el Servicio Federal de Inteligencia de Alemania (BND, por sus siglas en alemán), reveló ayer la radio pública Berlín-Brandeburgo (RBB), en lo que constituye un nuevo dato del escándalo que estalló el mes pasado cuando varios medios informativos alemanes dieron a conocer que esa dependencia de inteligencia desarrolló en años recientes un trabajo de vigilancia subrepticia e intercepción de las comunicaciones de políticos de Francia y otras naciones del viejo continente e incluso de embajadas estadunidenses, fuera por decisión propia o por solicitud de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos.
De acuerdo con lo difundido ayer, el BND también espió a organismos multilaterales como la Comisión Europea, la Corte Internacional de Justicia de La Haya, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) estadunidense.
El encadenamiento de revelaciones coloca en una situación extremadamente incómoda al gobierno de Angela Merkel por tres razones: por el hecho mismo del inaceptable espionaje a gobiernos aliados y a organismos internacionales; por la evidencia de la total supeditación de las instancias alemanas de inteligencia a la NSA y porque hace dos años la misma Merkel tronó contra Washington cuando se dio a conocer que su propio teléfono celular y los de varios colaboradores habían sido intervenidos por el gobierno de Estados Unidos.
Espiar a los amigos es totalmente inaceptable
, dijo entonces la jefa del gobierno alemán en reacción a esos hechos, contenidos en la información del ex analista de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) Edward Snowden. El hecho es que el BND colaboró activamente con la instancia estadunidense que sometía a observación ilícita a los gobernantes alemanes y que, al mismo tiempo, actuó en contra de oficinas de la superpotencia aliada y de otros gobiernos amigos
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El asunto permite entrever, por otra parte, el grado de paranoia, descomposición e incoherencia al que han llegado las relaciones entre Berlín y Washington y entre éstos y el resto de los países occidentales. La imagen idílica de una Unión Europea cohesionada, articulada en torno al eje Francia-Alemania, da paso a una percepción más realista: entre los gobiernos del viejo continente privan la desconfianza, la intriga y los golpes bajos. Y si ese es el nivel de hostilidad entre ellos –el espionaje es una actividad eminentemente hostil– cabe preguntarse por el grado de vigilancia subrepticia a la que tienen sometidas a otras naciones que no forman parte de la UE, particularmente de América Latina y Asia.
Finalmente, ha de tomarse nota del deprimente cinismo que ha impregnado al quehacer gubernamental de los países occidentales, de la impunidad con la que operan y de la impotencia de las respectivas opiniones públicas: en 1973 Richard Nixon hubo de renunciar a la Presidencia de Estados Unidos cuando se descubrió que había espiado a sus rivales del Partido Demócrata, pero hoy en día tanto Barack Obama como Angela Merkel permanecen aferrados a sus cargos a pesar de que lo hecho por sus gobiernos es mucho más grave. Y ello habla del enorme deterioro experimentado por las democracias occidentales en las cuatro décadas transcurridas desde el escándalo conocido como Watergate.