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Ver día anteriorDomingo 15 de noviembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La indispensable lucha por las ideas
L

as ideas se convierten en una fuerza material –viscosamente conservadora, reaccionaria o incluso revolucionaria– cuando millones de personas las hacen suyas.

Para ejercer el terror y asesinar millones de enfermos mentales, discapacitados, izquierdistas, gitanos y judíos, Hitler antes debió conquistar las mentes de una gran masa de sus conciudadanos mediante una mezcla de milenarismo y de mitos (el tercer Reich venía después del segundo– el imperio romano-germánico con su orden verticalista– y del primero, el de Cristo) con las estupideces sobre la existencia de razas puras, la superioridad de los arios y la inferioridad de los judíos y de los mestizos y, como aglutinante de toda esa bazofia cultural, la idea de la supuesta continuidad del nacionalismo, el socialismo y de la rebelión en la historia alemana en el nacional-socialismo, con su bandera roja en la que campeaba el signo solar –la esvástica– indoeuropeo.

Por su parte, para oprimir a los pueblos colonizados, los diversos imperialismos tuvieron que convencer a grandes sectores populares de que eran portadores de la civilización a pueblos inferiores (en muchos de los cuales, sin embargo, había nacido la civilización cuando en Europa vivían hordas bárbaras).

Por último, para mantener su dominación, el capitalismo de los monopolios debió imponer al mundo la ideología del consumo, del egoísmo, del fin de las solidaridades comunitarias campesinas, de la sumisión al mercado porque no habría una alternativa al mismo. Por eso estamos al borde de una catástrofe ecológica y social, pues esa ideología capitalista destructora es compartida por la mayoría de las poblaciones urbanizadas del planeta.

La estructura económica es antes que nada una relación entre personas y clases, no entre bienes y capitales. Es el resultado de la evolución de las creencias imperantes en determinado momento, del nivel de cultura de las sociedades, del peso político e ideológico relativo de las diferentes clases en pugna. Los dominantes, para explotar y oprimir a las grandes mayorías, necesitan siempre aparecer como representantes de los intereses comunes. Lo hicieron primero como reyes por derecho divino, representantes de todos ante Dios y lo hacen hoy como paladines de la supuesta unidad nacional (aunque apenas representen a una fracción de los privilegiados).

De ahí la necesidad de librar una batalla ideológica para desenmascarar a los servidores políticos y a los sacerdotes culturales de los opresores y presentar sin velos, claramente, la realidad de las relaciones sociales, ideológicas, políticas y económicas que los gobernantes capitalistas permanentemente disfrazan.

Cristina Fernández de Kirchner, por ejemplo, proclamaba que representaba a 40 millones de argentinos y hablaba de la unidad nacional entre capitalistas y trabajadores. Así confundió y desarmó ideológicamente a éstos y a los pobres que creían en ella y reforzó económica y culturalmente a los capitalistas que la usaban y toleraban. La generalización de las ideas del capitalismo financiero y de la reacción le hizo perder la mayoría al kirchnerismo y permitió a los grandes capitalistas organizar sus fuerzas detrás de Mauricio Macri, un pelele multimillonario sin ideas ni fuerza propias que probablemente ganará la presidencia de la república.

Los gobernadores que favorecían a la gran minería y permitían el envenenamiento de las aguas, los gobernadores del Opus Dei opuestos, como Cristina misma, a la ley del aborto, la designación por la presidente de un comandante en jefe de las fuerzas armadas de un general que fuera represor durante la dictadura, el pago serial de una deuda externa ilegal e impagable, prepararon igualmente el camino a Macri, el cual proviene del menemismo.

Es indispensable, por tanto, una batalla político-cultural para combatir las consecuencias nefastas –para Argentina, Brasil, Bolivia, Venezuela– de esa unidad ideológica de las distintas fuerzas capitalistas que ha contagiado a la mayoría de los trabajadores.

La lucha por la independencia política de los trabajadores frente a los candidatos y partidos capitalistas pasa ahora en Argentina por la propaganda en favor del voto en blanco, como paso inicial de la independencia de clase.

Perón llamó a votar en 1958 por Arturo Frondizi y millones de obreros peronistas no acataron su orden y votaron en blanco o formaron partidos obreros regionales. El 19 de julio de este año, el kirchnerismo llamó también a votar en blanco en el balotaje entre el ex ministro kirchnerista Lousteau y el candidato de Macri. En el peronismo, por consiguiente, el voto en blanco tiene carta de ciudadanía y sólo los ignorantes de la historia argentina y de qué es la democracia pueden indignarse si el ciudadano-pollo se niega hoy a elegir entre ser hervido a fuego lento o violentamente cocinado a las brasas. Esa opción es tan reaccionaria que hasta los liberal-socialistas (el Partido Socialista Argentino, de Hermes Binner) y los radicales más honestos llaman a votar en blanco...

No se trata, en el fondo, de un problema táctico porque los votos nulos, en este caso, no serían suficientes para compensar los votos que el kirchnerismo supo perder. Lo que está en juego es quién es el protagonista del cambio social.

Para los que padecen el síndrome del autobusero y acatan el cartelito que dice no molestar a quien conduce, no hay dudas. Quienes critican por la izquierda a un gobierno que consideran progresista o quienes no votan a candidatos funestos, son agentes del imperialismo. Porque, según ellos, son los dirigentes quienes garantizan el cambio y a ellos deben subordinarse los trabajadores. Para los revolucionarios, en cambio, el socialismo sólo es posible con el desarrollo del poder de base y de la conciencia de los trabajadores. El voto en blanco es un paso para construir eso.