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Ver día anteriorDomingo 15 de noviembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Al pie del Templo Mayor
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uténtica caja de sorpresas es el subsuelo del Centro Histórico de la ciudad, que se levantó sobre México-Tenochtitlan, urbe que estaba en su plenitud a la llegada de los españoles. En varias ocasiones hemos escrito sobre los hallazgos que frecuentemente salen a la luz. Hoy nuevamente nos sorprenden con descubrimientos que dan vida a las descripciones que hicieron, los que podemos considerar, los primeros cronistas, entre otros, Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo. Recientemente, con la guía privilegiada del tlatoani Eduardo Matos, quien sacó a la luz el Templo Mayor, conocimos nuevos vestigios. Son fruto del Programa de Arqueología Urbana (PAU), que estableció Matos en 1991 y del Proyecto Templo Mayor, que comenzó hace 37 años. Actualmente lo coordina el talentoso arqueólogo Leonardo López Luján.

Iniciamos el recorrido por la amplia explanada que va a ser el nuevo acceso al Templo Mayor y el museo. Ahí se encuentra el cuauhxicalco, impresionante edificio circular adornado con cabezas de serpiente. Según varios cronistas, en este sitio se enterraron después de ser cremados algunos tlatoanis, como Axayácatl, Tízoc y Ahuízotl. A su lado se encontró el árbol sagrado, que es el tronco de un gran encino en un notable estado de conservación. En el gran vestíbulo se conservan pisos de distintas épocas, antes de la llegada de los españoles. Uno de los más antiguos, situado frente al Templo Mayor, del lado dedicado a Huitzilopochtli, está formado con losas que muestran serpientes reptantes, prisioneros y sacrificados, que hacen alusión al sitio como lugar del combate entre Coyolxauhqui y Huitzilopochtli. Admira la destreza del tallado de la piedra que siglos más tarde advertimos en las tallas del barroco.

De ahí nos encaminamos a la calle de Guatemala, donde tuvimos la oportunidad de ver otro de los descubrimientos del PAU, que dirige el dedicado arqueólogo Raúl Barrera. Ni más ni menos, que el Huey Tzompantli de Tenochtitlan. Literalmente, en náhuatl significa muro de cabezas; consistía en una pared o empalizada en la que se ensartaban en una vara las cabezas de los sacrificados en honor a los dioses. También tenían ese destino enemigos que eran capturados, sacrificados y decapitados como una advertencia del poderío de los mexicas.

En otro predio trabajan en el salvamento del templo de Ehécatl Quetzal- cóatl, dios del viento. Por lo pronto, ya se aprecia con claridad la parte semicircular que caracterizaba los monumentos dedicados a esa deidad.

El último sitio fue el Centro Cultural de España, que resguarda en sus entrañas parte del Calmecac, la escuela de los nobles indígenas. Tras una extraordinaria restauración se construyó un museo de sitio que está varios metros debajo de la superficie. Además de los vestigios del edificio: escalinatas, patios, bases de columnas y pavimentos, se pueden apreciar muchos objetos de barro, porcelana, hierro y piedra de cinco siglos, que se encontraron en la excavación. Sobresalen unas grandes almenas en forma de caracol, de gran hermosura y en perfecto estado de conservación. Se muestra un video que recrea cómo debe haber sido el recinto y es deslumbrante. Este sitio está abierto al público.

De todo ello van a hablar los arqueólogos y especialistas que los han trabajado, en la Primera mesa redonda de Tenochtitlan, al pie del Templo Mayor: excavaciones y estudios recientes. Se va a llevar a cabo del lunes 30 de noviembre al viernes 4 de diciembre, en el aula mayor de El Colegio Nacional, en Donceles 104. Eduardo Matos va a impartir una conferencia magistral.

El remate del deleitoso paseo fue una sabrosa comida en el restaurante Azul Histórico. Se encuentra adentro del bello palacio del conde de Miravalle, situado en Isabel la Católica 30. Iniciamos con unos caracoles del Pacífico y unos tamalitos de chaya. Sobresalieron en los platos fuertes la lengua en estofado tabasqueño y el chile relleno horneado. De postre el dulce de papaya.