on muy pocas excepciones, ninguno de los países árabes es democrático, y muchos de sus connacionales –no todos ni la mayoría– siguen instalados en las Cruzadas, pero ahora al revés: matar impíos, como lo hicieron los cristianos –no todos– hace 900 años y más. Tienen autos, televisores, teléfonos celulares y armamento moderno en lugar de lanzas y espadas, pero la religión los domina más allá de los templos, desde el Estado y sus leyes basadas en los libros sagrados
interpretados a modo. Esa vieja historia, de los cristianos invadiendo sus territorios y asesinando a los infieles, se repite ahora pero en sentido contrario y con varios siglos de retraso: todos los aliados de los países colonialistas e imperialistas son enemigos del Islam, de los fanáticos de esta religión que son ahora sus vengadores, incluso de quienes han querido convivir con otras religiones y otras costumbres, que son los moderados.
No todos los musulmanes son fanáticos ni violentos, como es obvio, pero los yihadistas sí, y su venganza está en el orden del día: matar es su divisa, no convencer, y cuando intentan convencer es para aumentar sus grupos militares, convertir a tranquilos musulmanes (incluso niños) en guerreros, en cruzados del islamismo, en vengadores históricos
de las afrentas y muerte sufridas durante siglos por la civilización
occidental y cristiana. Son creyentes que ofrendan su vida por su religión, como Valentín de la sierra en México, según el corrido en su nombre.
El tema no es ni puede ser analizado en blanco y negro. No todos los cristianos blancos en Estados Unidos han sido del Ku Klux Klan ni todos los negros de ese país son drogadictos. No todos los franceses estuvieron a favor de la colonización de Argelia, que duró más de 100 años, ni todos los ingleses apoyaron la colonización de India. No todos los españoles expulsaron judíos durante el catoliquísimo reinado de Fernando e Isabel, precisamente en nombre de su religión, ni todos los alemanes fueron nazis de la misma manera que no todos los judíos apoyan los crímenes del Estado de Israel contra los palestinos. Ejemplos de colonialismo y de invasiones militares de los países imperialistas podrían llenar un espacio muchísimo mayor que este.
Si todos los pueblos que han sido sojuzgados vengaran las vejaciones que sufrieron hace siglos o pocos años, todo el planeta estaría en guerra permanente y la civilización, que intenta subsistir pese a sus profundas contradicciones, no existiría. El perdón tampoco y la convivencia pacífica y civilizada menos.
Quizá no existe en la Tierra un país que no haya sufrido agravios de sus conquistadores, colonizadores, invasores o de minorías poderosas de la misma nacionalidad pero diferente posición de clase. En el sentido de los talibanes y los yihadistas, habría venganzas planeadas y espontáneas todos los días en todo el mundo y en éste viviríamos en zozobra permanente los que respetamos al otro y los que son indiferentes a ese respeto. Siempre habrá justos que paguen por pecadores, si vale la figura. Y el terrorismo, en cualquiera de sus formas, desde las bombas de suicidas hasta las operaciones quirúrgicas
con las armas más sofisticadas, provoca daños directos y colaterales de inocentes que no tienen nada que ver con los motivos de los fanáticos y de los extremistas, sean éstos fieles a un dios guerrero y vengativo o a un concepto falso como la democracia occidental, que dista mucho de serlo (con muy pocas excepciones).
La intolerancia es en gran medida la razón de tantas sinrazones y las religiones asumidas de manera fanática, además de los intereses económicos (cuyo dios es el dinero), son su complemento. ¿Qué diferencia hay entre los motivos de las antiguas Cruzadas y las invasiones a Irak, para sólo citar dos ejemplos? Atrás de la intolerancia y de sus complementos, según sea el caso en el tiempo y en el espacio, está la proclividad al dominio, a dominar territorios y sus riquezas, a dominar personas que producen y consumen, a dominar por vía de la imposición de valores que muchos creen eternos y los mejores
, a dominar los mercados. Dominar, junto con venganzas, son los motivos de las guerras, de las llamadas tradicionales
y de las que recurren al terrorismo y al miedo de poblaciones que sólo quieren vivir en paz… hasta que las agreden y entonces quieren también venganza, una venganza en la que probablemente no habían pensado antes de sentir miedo o de ver morir a sus parientes y amigos. Un círculo vicioso que más bien parece una espiral. El cuento que nunca acaba y la irracionalidad en manos de quienes toman decisiones con base en la intolerancia y sus afanes de dominio. La venganza cobró, otra vez, carta de naturalización, y se ha convertido en ineludible
(Putin dixit).
¡Qué presente y qué futuro! Nadie quiere aprender del pasado ni corregir los muchos errores cometidos. Bueno, algunos sí, pero nuestra opinión no cuenta. Somos mayoría, pero no tenemos el poder ni el fanatismo de otros.