Opinión
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Una mirada desde fuera: París y el Estado Islámico
E

n febrero, a raíz de los asesinatos a miembros de la revista Charlie Hebdo, escribí que nada de lo anterior –desempleo, discriminación, intervenciones imperialistas– justifica el horrendo crimen. Llorar a las víctimas de bombardeos en Afganistán o Irak exige también llorar como tantos lo hemos hecho por las muertes de los caricaturistas de Charlie.

En cambio, ambas cuestiones, los asesinatos del fundamentalismo islámico a poblaciones inocentes cristianas o musulmanas, y la exclusión que sufren las poblaciones de origen musulmán nos deben llevar a discutir entre quienes creemos que es fundamental preservar la democracia liberal, sobre sus debilidades, y cómo corregirlas. En nada ayuda empero el ataque a los valores centrales del pluralismo.

Pero para defender la democracia liberal también tenemos la obligación de entender mejor los recientes crímenes cometidos en París, o antes, el acto terrorista contra el avión de pasajeros que sobrevolaba el desierto de Sinaí o antes los miles de musulmanes asesinados por el Estado Islámico.

Sí, se trata de un Estado. Con territorio, autoridades... hasta moneda propia. Un Estado dirigido por criminales y con leyes basadas en una interpretación literal y fundamentalista del Corán. Es una versión del salafismo. Este nombre deriva de una palabra en árabe que significa nuestros piadosos antepasados. Pero hay otra vertiente del salafismo denominada quietista o reflexiva porque propone que antes de excomulgar a los demás cada uno debe purificarse a sí mismo.

Sí, se trata de un Estado Islámico. Todos su planteamientos provienen de lo que llaman la metodología profética siguiendo literalmente las enseñanzas del profeta Muhammad. Uno de sus conceptos centrales, el takfir o la excomunión de infieles que esta corriente ideológica del islamismo la aplica a otros musulmanes –sobre todo los chiítas, que son alrededor de 200 millones en el mundo– y no sólo a occidentales. El Estado Islámico está comprometido con lo que llama la purificación de los caracterizados como infieles. Aquellos cristianos que viven bajo su yugo son exonerados de una ejecución sumaria siempre y cuando paguen un impuesto especial y reconozcan que están en estado de sumisión.

Antes del EI sólo los wahhabis en el siglo XVIII intentaron aplicar una versión así de literal y radical del modelo profético, y terminaron conquistando lo que ahora es en gran parte Arabia Saudita. Por cierto que sus dirigentes también están en la lista de infieles del Estado Islámico.

A diferencia de Al-Qaeda, el EI requiere un territorio para construir el califato según las enseñanzas originales. Según uno de sus principales voceros ideológicos, Musa Cerantonio, el califato no es sólo una entidad política, sino también un medio de salvación dado que exige a todos los musulmanes un juramento de fidelidad. Quienes no lo hacen y mueren, se quedan en una especie de limbo.

La organización interna del EI es rigurosamente piramidal y en su vértice se encuentra el califa Abu Bakr al-Bagdadi, quien ha sido el líder de EI desde 2010. Uno de los datos más relevantes de su biografía es que estuvo prisionero después de la segunda intervención estadunidense en un lugar llamado Campo Bucca, donde conoció a dos militares del antiguo ejército de Saddam Hussein y que ahora son dos de sus más prominentes lugartenientes.

Para este artículo me he basado en el estupendo ensayo de Graeme Wood publicado en The Atlantic de febrero de este año.

www.theatlantic.com/international/ archive/2015/02/what-isis-really-wants-reader-response-atlantic/385710/

En el siguiente artículo quisiera comentar sobre dos temas que me parecen íntimamente ligados: por qué el EI logra atraer a jóvenes nacidos en países de Europa y Estados Unidos y cómo la intervención estadunidense en Irak generó el vacío llenado por EI en parte de Irak y Siria.

gustavogordillo.blogspot.com/

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