Recuerdos XVII
n la anterior entrega mencionábamos el nombre de don Tomás Valles Vivar, como uno de los hombres que, como empresario de la Plaza México, tuvo una gran importancia y que bien pero muy requetebién supo aprovechar a la fiesta para promoverse a escala nacional, quizás como nadie después de él.
Fue un genio.
Nació en Camargo, Chihuahua, en octubre de 1900 y desde joven destacó por su estatura y su corpulencia y, a la vez, por su despierta inteligencia. Como su familia estaba bien forrada, se dio a conocer, allá en su estado, como mecenas del arte y lo mismo ayudaba a artistas, que a pintores, cantantes, compositores y escritores. Gracias al prestigio que alcanzó fue nombrado tesorero general del estado y más tarde electo diputado federal y senador, lo que yo, en lo personal, considero lo catapultaron a mayores alturas, pero no a las que él ambicionaba y fue entonces que fijó sus ojos en la Plaza México y en la posibilidad de ser empresario para que su nombre fuera más conocido todavía.
No he podido indagar cómo fue que se entendió con don Moisés Cosío, pero el caso es que un buen día se le anunció como el nuevo amo y señor de los destinos del coso de la colonia Nochebuena y de ahí pa’l real.
Y qué bien lo hizo.
Organizó corridas con matadores de primera fila y no se anduvo con remilgos para contratar ganaderías afamadas y, por lo que a los novilleros se refiere, formó una especie de investigadores
que recorrían plazas de provincia, en busca de posibles futuros ases de la tauromaquia, con lo que los aficionados y el público en general lo ensalzaban mañana, tarde y noche y, como buen abusado
que era, declaró que estaba perdiendo fuertes sumas de dinero, pero que su ánimo era hacer de la México una de las plazas más afamadas del orbe, lo que tal vez haya sido verdad o mero cuento
, pero lo cierto es que su declaración lo elevó aún más en el ánimo de la gente.
Sólo que…
En 1946, se supo que la fiebre aftosa había invadido al México ganadero por lo que las autoridades anunciaron una serie de drásticas medidas, entre ellas el llamado rifle sanitario
–a lo cual ya me he referido en anterior colaboración–, lo cual afectaría severamente a la fiesta brava en todo el país.
Y la fiesta tembló.
* * *
Que no era para menos.
¿Qué sería de la fiesta?
¿Se terminaría?
¿Y las fuentes de trabajo que de ella dependían y dependen?
Terrible amenaza.
Pero ahí estaba la chucha cuerera de don Tomás, que había establecido fuertes lazos con las autoridades federales y del DF y ofreció adquirir enormes terrenos y dividirlos en potreros y de esta manera poder establecer cuarentenas a cargo de veterinarios nombrados por el gobierno para no suspender los festejos en la Plaza México
Con los ganaderos de bravo llegó a un acuerdo: fijarían el precio de común acuerdo, pagando el empresario el 50 por ciento al llegar los encierros y si estaban limpios
, el resto al ser lidiados.
Y claro que aceptaron.
Que yo sepa no se reprobó ningún toro de lidia y al declararse el fin de la fiebre, los bonos del señor Valles estaban ya en todo lo alto.
El norteño estaba en la cima y parece ser que el presidente Adolfo Ruiz Cortines se fijó en su talento y cualidades y lo designó director general de la CEIMSA –hoy día Conasupo–, siendo considerado uno de los hombres fuertes
del gabinete con grandes posibilidades para encabezar alguna secretaría de Estado.
Tendría yo unos 18 años de edad, cuando mi padre me dijo que fuera a las oficinas de don Tomás, en el famoso edificio La Mariscala, casi en contra esquina del hermoso Palacio de Correos, y le hiciera entrega de dos grandes sobres, que supuse serían de temas taurinos, y para allá me fui, pero era imposible ingresar, un verdadero enjambre de periodistas tenía invadida la banqueta y buena parte del arroyo, así que no había modo.
Tras un buen rato de espera, apareció don Tomás y materialmente lo acribillaron a preguntas y en una de tantas me fui colando hasta llegar frente a él y le dije: Señor, soy hijo de don Abraham Bitar y me dijo que le entregara estos sobres
.
–A ver, fulanito, te encargo estos documentos y a usted, jovencito, lo espero en mi oficina a las 6 de la tarde.
Misión cumplida.
Continuará...
(AAB)