ecuerdo una extraordinaria exhibición que vi hace tiempo en Londres, The Quick and the Dead (¿La rapidez y la muerte, lo rápido y lo muerto?) en el Royal College of Art, pequeña galería situada cerca de los grandes museos victorianos, el Albert y Victoria, el Museo de Historia Natural. Se exhiben los estudios que del cuerpo humano hicieron pintores, dibujantes y escultores a partir de Leonardo da Vinci: esqueletos, cuerpos desollados y disecados. Esos dibujos, pinturas, grabados, fotografías, esculturas, recorren cinco siglos y marcan distintos cambios culturales, y sin embargo, la imaginería es tan relevante y poderosa actualmente como lo fue en el momento de ser creada, por lo que muchos artistas siguieron trabajando ese tema, como lo demostró durante la primera mitad del siglo un gran pintor inglés, Stanley Spencer, antecesor ilustre de Lucien Freud y Francis Bacon.
En muchos de estos dibujos, esculturas y pinturas a los que me refiero es visible la conjunción entre texto e imagen, en especial cuando de anatomía y fisiología se trata. Leonardo da Vinci, uno de los primeros en disecar el cuerpo humano, se alababa de haber deshecho más de diez cuerpos humanos
y en su Proemio a la anatomía hablaba de la náusea que le producía acercarse a esos cuerpos con el cuchillo en la mano, mientras intentaba penetrar en su interior: el coraje necesario para dominar el miedo y el asco cuando en las noches cohabitaba con cadáveres descuartizados o desollados, espantosos de mirar: el precio a pagar para quien intentara ir más allá de la epidermis.
Una imagen muy poderosa, la del artista solitario que en el silencio de la noche trata de descubrir los secretos que oculta la piel: uno de los más significativos era verificar las profundas diferencias entre el cuerpo femenino y el masculino. Violentas, inquietantes son las imágenes en que la tersura de un cuerpo perfecto esculpido en mármol o marfil se altera debido a un corte brutal que muestra con toda minucia la conformación anatómica de cada uno de los órganos de la reproducción, sobre todo si se trata de un cuerpo femenino.
Pietro de Cortona esculpe el cuerpo grácil de una joven cuyo rostro engalanado contrasta con su bajo vientre tajado y es la propia joven quien separa con sus dedos la piel para exhibir su interior, casi como un gesto de coquetería: estudio anatómico y a la vez muestra de cortesanía. Anon, un artista situado a caballo entre el siglo XVIII y el XIX, confronta dos cuerpos en los que se delinean por igual la circulación de las venas y las arterias, el corazón, los pulmones, el estómago, todas las vísceras y los aparatos de reproducción; colocados al lado, simétricamente, algunos esqueletos o cuerpos desollados, exhiben la conformación muscular del ser humano o su conformación ósea. Del mismo artista, una escultura en mármol, representa a una mujer embarazada, el vientre cercenado como si se tratara de una caja que con la tapa abierta dejara ver la matriz, abierta a su vez para mostrar el feto. Los grabados de Odoardo Fialetti ostentan el cuerpo de una mujer cuyos órganos interiores conforman una flor. En otra imagen se representa a una niña que exhibe su conformación genital. La figura más impactante es la de una mujer sentada, confeccionada en cera, con la vitalidad engañosa que esa materia le confiere, es de André-Pierre Pinson, artista francés del siglo XVIII. La cámara de la disección se convierte, a pesar de los horrores que convoca, en un lugar de magnificencia y gloria, de exaltación y de triunfo, la absoluta perfección de lo que, antes oculto, ha sido develado.