Un intro sinfónico abrió la ruta para el goce y el baile de los asistentes al Auditorio Nacional
pesado y perrón
Domingo 6 de diciembre de 2015, p. 8
“–A mí me gustan los corridos, porque son los hechos reales de nuestro pueblo.
–Sí, a mí también me gustan porque en ellos se canta la pura verdad.
–Pues pónlos.
–Orale, ahí va.” Con este diálogo entre amigos comienzan los conciertos de Los Tigres del Norte y fue lo que escucharon la noche del pasado viernes los asistentes al primero de los dos que ofreció el grupo de Sinaloa en el Auditorio Nacional.
Con filarmónica, los felinos gruperos cantaron sus éxitos, sus historias norteñas. Jorge Hernández lamenta que ya no les pidan las composiciones de sus primeros años, sus chotises y valses. Todo cambió con Contrabando y traición, historia de amor que los cambios sociales y políticos de México convirtieron en narcocorrido, a fuerza de realidad, de muertes entre cárteles, de narcos encarcelados, de corrupción y huidas de prisiones de alta seguridad.
Periódicos cantados
Los corridos de Los Tigres del Norte hoy son periódicos cantados, crónicas más creíbles que las noticias de supuestos analistas geopolíticos. No se diga comparados con lorocutores.
Con un intro sinfónico de sus éxitos abrieron camino. Esa ruta se marcó cuando grabaron su disco de la serie MTV. Hicieron dúos con estrellas del pop y del rock.
Su público no va a oír partituras, sino rolas pesadas, perronas
, como se dice en el medio grupero, al calor de un six pack, con el sombrero empinado; botas picudas hechas con piel de un animal llamado vinil. Otros hasta de zalea de víbora. Es el look de los bailes, con la estética norteña, para gastarse con gusto la quincena.
Mucho sombrerudo en las primeras filas del Auditorio Nacional. Ustedes son nuestros jefes de jefes
, dijo Jorge al público, que le respondió con aplausos. Se oye la melodía ídem, cuya letra para nada cifrada es clara alusión a los grupos que quieren disputar el lugar de honor a Los Tigres: muchos pollos que apenas nacieron quieren pelear con el gallo. Lo mismo para narcos polluelos que se sienten señores de los cielos o patrones de la montaña. No cualquiera se le escapa al ejército.
La reina del sur o la mujer que repartió droga en dos continentes y que aprendió el acento de España para no levantar sospechas. Son los pequeños detalles que se le fueron a Pérez-Reverte, quien no conoce con profundidad el ámbito grupero, que para que se revele requiere de viajar con los regionales días y noches. Mucha carretera.
Los acordeones Honner se estiran cual gusanos. A veces parecen órganos catedralicios, otras el llanto de una madre que llora la muerte de su hijo. Tragos de amargo dolor.
Se oye Rosita de olivo, tradicional, de cuando Los Tigres vivían a un lado de los huizaches. El público de las primeras filas baila en su lugar. Otros levantan polvo en los pasillos. El personal de seguridad quiere hacer su exagerado trabajo y pide, ordena, que la gente se siente. Eso es represión, una falta de criterio. No agarran la onda.
Larga velada
Siguen Directo al corazón, Ni parientes somos, Prisión de amor. En las pantallas se ve a Andrés Calamaro cantando La jaula de oro. El astro ha dicho que si hay un grupo roquero ese es el de Los Tigres.
Golpes en el corazón fue un acabose, un clímax, el cenit. Ruge el Auditorio. En las pantallas se proyectan imágenes del dúo con Paulina Rubio. A cantar y a bailar. Valen gorro los carapálida de seguridad.
La manzanita, símil de una mujer suculenta. El gallo giro, Lágrimas del corazón, Pedro y Pablo, La puerta negra, que es el tema que más gusta al Buki de todos los que cantan los felinos. Morir matando. Sigue la velada. Desde un principio la voz de Jorge se oye dañada. Un día antes cantaron y no fue poca cosa. Con todo, Jorge nunca ha dejado colgado al público. Enfermo ha cantado durante horas.
Ya van tres horas y el Metro cerró. A pagar taxis. Algunos salen raudos para alcanzar el camión. Dentro del Auditorio, Los Tigres siguen cantando, rugiendo. Su huella es de pisar fuerte. Son músicos sencillos, humildes, siempre dispuestos a firmar un recuerdo, a dar un saludo.