ace unos días, en los muros de una galería de Polanco, observé una pintura de Irma Palacios, realizada hace tiempo y simultáneamente observé otra (en ámbito privado) mucho más reciente que me sorprendió por estar tan despojada de elementos como las famosas pinturas casi lisas de Ad Reinhardt.
Obedeciendo a una generosa invitación de la pintora me dirigí a su estudio para ver algunos trabajos, todos realizados este mismo año. Solemos decir que Irma es una pintora abstracta del calibre de Lilia Carrillo con quien, por cierto, no guarda nexo alguno, excepto que ninguna de las dos es mexicanista
. Irma es más bien una pintora de atmósferas que pudiera tal vez admirar a pintores como Monet o hasta Turner si se quiere. Proclive a manifestar sus sentires respecto de la pintura, me dijo como observación que desde hace algún tiempo quería quitar cada vez más, hasta llegar a la esencia
.
Para mis adentros me dije: ¿querrá dejar la tela de lino así, casi sin tocar? ¿Querrá dotarla de una o dos piceladas, un poco al modo de las cerámicas de oriente? ¿Será que la esencia es aplicar una ligera capa de color, quizá en degradaciones?
Recordé que existió hace décadas un movimiento argentino denominado esencialismo pictórico
, que era hasta abarrocado en cuanto a color y formas. La idea de cancelar toda referencia identificable no es nueva en Irma Palacios, es parte de su quehacer y a lo largo del tiempo puede hacerse más notable, o por el contrario, analogar sus composiciones con posibles recuerdos o alusiones veladas a elementos concretos, como piedras, germinaciones, ritmos.
Nada vinculable con esencialismo
, término más bien aplicable a la filosofía que a la pintura, como ya comenté, había ocurrido. Palacios sigue siendo a veces plácida, otras turbulenta, ambiciosa del plano que le proporciona la tela, mismo que no sólo cubre, sino que se antoja que podría desbordar, además de que es una pintora lírica que recrea sensaciones que parece haber experimentado y que acaso traspone a sus soportes o al menos es capaz de provocar asociaciones. Puede tratarse de un litoral, de un objeto sumergido en aguas, mismas que por su volumen ha desplazado, de la sensación que provoca un estallido, de un campo florido visto a mucha distancia con lente desafocada, de una grieta profunda sobre un plano, de una puesta de sol en la que no se ve el sol, del reflejo de un elemento sobre otro, de un evento sideral del que se sabe algo.
No se trata de retratos
de esos fenómenos o elementos, aunque la sensación de diurno y nocturno es muy perceptible en cuanto a orquestaciones colorísticas. No hay, es cierto, ese hacer justicia al objeto
del que hablaba con gran acierto Mikel Dufrenne, hablando de realismo, no existe tampoco, en lo más mínimo, la intención de hacer reconocer y sin embargo sí ocurre el parecido con algo que es posible experimentar y que el veedor evoca o complementa por asociación con lo que mira y eso fue lo que me llamó la atención. Cosa que corroboré al ir preguntando el título de los cuadros, todos lo tienen, ya sea que ella misma bautice o que lo haga alguno de sus allegados siempre y cuando su sentir coincida con el suyo.
Lo que sucede es que sicológicamente me sorprendió al percatarme de que el conjunto visto era contrario a su deseo de suprimir
y puedo inferir que el desencadenamiento de su quehacer pictórico quizá pueda depender, como he insinuado, de visiones de elementos o fenómenos reales, pero en la misma medida de recuerdos de detalles de otras pinturas u obras del pasado (hasta de un manuscrito iluminado por algún monje), de un muro derruido visto desde una polvareda, del sonido de un instrumento o del ritmo de un poema, sensaciones que van tomando cuerpo en tanto ella aborda el hecho de plantarse a pintar sobre el soporte, de tal manera que hasta puede pensarse que puede no tener una idea del todo clara (aunque sí un lineamiento emotivo general) de lo que va a salir.
Sería el momento de que se realizara una retrospectiva muy selectiva de su trayectoria.