lgún día nos lamentaremos, pero hoy el desenlace parece inequívoco: se acabó la aventura del giro idiosincrático, apoyado en el auge de las materias primas y propulsado por masas irredentas que reclaman inclusión y poco más. ¿A dónde puede ir esta América Latina que desafió reyes y mandatarios del imperio, coadyuvó a la supervivencia y eventual relanzamiento de Cuba y se atrevió a proponer un socialismo del siglo XXI
? Por lo pronto a la derecha, que gobernará por coalición o por su cuenta, sin saber bien a bien a qué atenerse.
De Venezuela habrá que esperar todavía sorpresas y sinsabores; de Brasil, desengaños y marrullerías groseras de corruptos y logreros y, tal vez, iniciativas de rehabilitación del movimiento originario basado en el proletariado paulista y acompañado por lo mejor de la intelectualidad progresista: un conglomerado vasto y multicolor que quiso y esperó pasos mayores que la dificultad y rigidez del mundo que rechazó.
Frente a la victoria de Mauricio Macri y la derrota de Cristina Fernández de Kirchner, Evo Morales llama a meditar y no hay duda de que tal empeño tendría que empezar con él mismo: ¿en verdad tiene sentido cambiar constituciones para emprender otra relección? ¿Es indispensable la relección para sostener y avanzar en la búsqueda de la vida buena y la reivindicación étnica, nacional y popular en que está empeñado? ¿En verdad es imperioso este otro camino único? ¿Y qué entonces con la democracia que porta e implica como elemento originario y constitutivo la posibilidad de la alternancia?
Es probable que, en el futuro, algún historiador generoso califique de gran primera aventura a esta ronda que termina, después de tanta década perdida. Por ahora, la realidad nos habla de una Venezuela con regresiones abruptas en los coeficientes de pobreza que el chavismo presumía, con razón, haber abatido. En Brasil la máquina de las maravillas parece pasmada en tanto que la recesión se profundiza y alarga, y el desempleo con inflación reaparece como ominosa combinatoria. Y en Argentina, la tierra del privilegio y la promesa, alimentados por la riqueza natural, se aloja en la derecha corriente que exige domar
la inflación con los viejos y crueles remedios, dejando para otro momento el relanzamiento del crecimiento.
No deja de resultar curioso que Macri, el heredero del conglomerado financiero-industrial, evoque la memoria de Arturo Frondizi, cuyo desarrollismo primario y hasta original inspiró a tantos en los primeros enfrentamientos de la guerra fría, convertida por la Revolución Cubana y la necedad estadunidense en escenario abierto, nada conjetural, a todo lo largo del continente americano. Qué quiere decir desarrollismo hoy, habiendo pasado tanta agua bajo el puente, será una de las cuestiones que la gestión económica profesional y técnica
ofrecida por el nuevo mandatario argentino tendrá que dirimir y pronto.
A diferencia de aquel pasado no tan lejano, marcado por los extremos de una guerra fría llevada al delirio por Ronald Reagan y Margaret Thatcher y sus respectivos caballeros templarios, y la aberración humanitaria por los esbirros criminales como Augusto Pinochet o Jorge Rafael Videla and Co., el presente contempla otra sociedad y otra cultura. En la región y el mundo o, por lo menos, en lo que convenimos en llamar hemisferio occidental.
Derechos humanos y reclamo de equidad e inclusión ya no son fórmulas de minorías, aunque haya una mayoría dispuesta, o casi, a intercambiar la libertad apenas recuperada por algo de seguridad económica y social. El extremo occidente
de Alain Rouquié parece querer revolverse en pos de sus fueros de antaño, mientras la pesadilla de Prebisch
revive y se redita frente a la caída de los precios de las materias primas, y de cara a las nuevas y viejas restricciones emanadas de la doctrina y la necesidad.
Las sociedades no quieren retornar a la inflación, siempre lindante con el desborde, pero se niegan a ver la evanescencia de un desarrollo, apenas saboreado en el aumento precario del empleo, la redistribución con cargo a las transferencias masivas condicionadas y en algunos casos la expansión efectiva de la seguridad social para los otrora excluidos. De cómo encaren los gobiernos y sus coaliciones este renacido crucigrama de penuria y restricciones dependerá en gran medida el futuro de la región y su lugar en el mundo, duro y ajeno, que se abre paso a través de la bruma espesa que nos ha dejado la Gran Recesión.
No hay sabiduría convencional que alivie la angustia imperante. Pero tampoco está presente aquel aliento vibrante que desataron los proyectos reformistas del primer desarrollismo cobijado por la Alianza para el Progreso del presidente John F. Kennedy o el gran sueño revolucionario cubano que buscó crear una patria y una nación y, al mismo tiempo, inventar una sociedad radicalmente distinta y mejor. Tampoco está en activo el magno llamado a una revolución con democracia que quería un socialismo sin dictadura, sino con una profunda gestión popular y pluralista que nos legó el visionario discurso de Salvador Allende.
Pataletas y exabruptos, denuncias estridentes del Imperio y renuncias a pensar e imaginar los nuevos mundos, fruto de una globalidad trunca y en crisis, acosada por el cambio climático y el terror criminal salido del subsuelo del abuso colonial, como los escenificados por la presidenta saliente de Argentina o el curioso heredero de Hugo Chávez, son de corta duración y sus propias legiones partidarias lo saben o empiezan a masticarlo.
Por lo pronto, la Cruz del Sur encierra más de un misterio y la amenaza real, inminente, de querer repetir la historia para, de manera fatua, imaginar que se puede volver a empezar. De lo que se trata es de recuperar y conquistar el futuro, aunque hoy esté nublado.