omo ya hemos dicho, la situación argentina es grave, pero no seria. Mientras la sesentona Cristina Fernández, presidente saliente, bailaba una cumbia en el balcón de la Casa Rosada, el bloque del Frente para la Victoria (FpV) en el Senado bonaerense se dividía en dos (justicialistas y kirchneristas) y el bloque de representantes del FpV también se partía en el Congreso nacional, donde la mayoría de sus legisladores, elegidos en las últimas elecciones, reconocían la validez de sus curules, pero no la validez de las de los macristas, dando un raro ejemplo antidemocrático y boicoteaban la asunción del mando por el nuevo presidente, mientras otros legisladores participaban en el escuálido show macrista. Por su parte, Mauricio Macri, como alegre bataclana, bailó rock en el mismo balcón donde la noche anterior Cristina había bailado cumbia y recibió a algunos presidentes de la región y a las personalidades extranjeras
de segundo o tercer orden, como el corruptísimo jefe de la corrupta familia de los Borbones, Juan Carlos el Africano, matador de elefantes. Después, pronunció un discurso programático
en el que ni menciona a los obreros, los sindicatos, los jubilados y ni habla de sus planes económicos en el mismo momento en que las empresas desatan una ola de enormes aumentos de precios, se habla de una devaluación de 50 por ciento y los sindicatos ya amenazan a Macri para pedir aumentos masivos que compensen la caída del ingreso popular.
La pelea en la lumpen-burguesía, entre Macri y sus seguidores y Cristina y los suyos, se hace a espaldas del país, sin ideas y con una comicidad involuntaria: la televisión oficial, así como el serio diario La Nación y La izquierda diario del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), hablan seriamente de la disputa de vodevil en torno a la entrega del bastón de mando y de la banda presidencial (símbolos del poder) titulando el traspaso de los atributos
, lo cual convierte a Cristina en donadora de órganos involuntaria y a Macri en transexual gracias al traspaso de los atributos
de su antecesora. ¿Cómo pueden respetar las grandes potencias a un país con ese nivel de lucha política
y de liderazgo?
Nadie, en el campo kirchnerista, se pregunta por qué ese sector estaba convencido de que su candidato, Daniel Scioli, ganaría ya en la primera vuelta, por qué nadie pudo prever los resultados y medir el ánimo del país real y cómo fue que la gran mayoría en 2011 se despilfarró en apenas cuatro años permitiendo el triunfo de Macri. Nadie, en ese campo, reflexiona sobre la actitud antiobrera del gobierno de Cristina Fernández, sobre la corrupción de sus funcionarios, sobre las leyes antiobreras, como la antiterrorista o la ley contra los piquetes, ni se pregunta por qué los gobernadores kirchneristas y del Opus Dei se acercan a Macri o el ministro de Tecnología de Cristina (un claro agente de la Monsanto) es ahora su ministro. Sin balance alguno, están también sin plan de acción ni proyecto alternativo cuando la caída del precio del petróleo hace más barato importarlo que producirlo dando un golpe mortal a Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), la petrolera con participación estatal, y enterrando el proyecto de fracking en Vaca Muerta.
En el FIT un sector (el Partido Obrero) cree, desconociendo que 95 por ciento de los electores votó por variantes diferentes de una política burguesa, que habrá una desbandada del kirchnerismo que creará una situación revolucionaria. Otro, el Partido de los Trabajadores Socialistas, no hace ningún balance sobre el fracaso del voto en blanco en el balotaje y propone sólo una agitación sindical. En la izquierda, por tanto, no se estudia tampoco el porqué de la situación social ni se sabe muy bien qué hacer salvo resistir las políticas del macrismo.
En Venezuela, tal como muchas voces y mis artículos advirtieron reiteradamente, millones de ex chavistas votaron por la derecha proimperialista. Atribuir eso a la presión imperialista es ridículo. Porque no se puede esperar que el imperialismo cambie de carácter o haga otras políticas. Hablar de la defección de las clases medias lo es también porque el chavismo inicial consiguió arrastrar a una parte de ellas y ahora, como en Argentina, millones de trabajadores se unieron a la oposición y la transformaron en mayoría.
En 17 años el chavismo no consiguió crear una economía rural capaz de autoabastecer el país. Tampoco creó un sistema de mercados populares controlados desde la base que asegure una distribución eficiente y barata de los alimentos y productos de primera necesidad. Nicolás Maduro mismo denunció en varias ocasiones las empresas ficticias que roban al fisco y alimentan el contrabando y dijo que algún funcionario debe haberlas aprobado.
Hugo Chávez y sus sucesores quisieron utilizar la renta petrolera para modernizar el Estado capitalista y nada hicieron para disminuir la dependencia del petróleo en el mercado mundial. Al fin de su vida, Chávez comprendió que había que destruir ese Estado semicolonial y construir otro, con un golpe de timón basado en las Comunas, la planificación desde abajo, el poder popular. Maduro asfixió ese intento de rectificación ahogando la participación de los trabajadores, subordinándolos a militares y gobernadores, dependiendo del aparato del Partido Socialista Unificado que está identificado con la burocracia estatal y aliándose con la boliburguesía contra los revolucionarios en el Partido Socialista Unido de Venezuela en el gobierno, que fueron expulsados. Creyó posible gobernar con una retórica dañina, pues reunía bajo una sola bandera a los chavistas descontentos, acusados de agentes del imperialismo junto a los contrarrevolucionarios, como Henrique Capriles o Leopoldo López. Intentó crear un bloque sólido con las fuerzas armadas exagerando los conflictos reales con Colombia o Guyana, cuando las Fuerzas Armadas se dividen según ejes de clase y varios militares ahora buscarán acuerdos con la derecha y cuando la única forma de controlarlas es con un poderoso movimiento de masas independiente, capaz de decidir. Para reorganizar el proceso bolivariano, hay que hacer un balance urgente, construir otro Estado, apoyarse en los trabajadores. Esta es la conclusión principal.