al vez haya quien se sorprenda al leer el título de esta nota, ¿considerar que las falsificaciones son arte? Arte
es una palabra santificada y muchas veces la tomamos como algo que debe ser óptimo y enaltecedor, a algo casi sacralizado, como cuando decimos por ejemplo de una película es una obra de arte
y sin duda nos referimos a una cinta de gran valía. E igual cuando decimos: esto no es arte
y lo es sólo porque así lo consideró su autor y así está exhibido. Hay buen arte, arte pésimo y arte mediocre, como hay buenos y malos falsos y la calidad o torpeza de éstos dan índices sobre el estado de las enseñanzas artísticas y de las ofertas del mercado en general en determinado país y momento.
Diré que en México los falsos son generalmente malos y fácilmente identificables, lo cual quiere decir que no hay muchos artistas entrenados o aspirantes a artistas que estén dispuestos a trabajar en serio para engañar a posibles compradores, ya sean éstos galeristas, coleccionistas o conocedores
, los conocedores no equivalen a conocimiento artístico, un historiador puede ser admirable en su campo, darse a entender de modo impecable y no ser lo que entendemos connoisseur, esta categoría no es muy común y hay gente de primera línea en el pasado y en el presente que ha fallado en identificar un original de una falsificación.
Las falsificaciones muchas veces no han sido efectuadas con intención de engañar. Hace ya tiempo, me fue presentado a través de la curadora de un museo conocido, una pintura que parecía impecable, de Remedios Varo; yo conocía el original, que entonces todavía estaba en el domicilio de Walter Gruen y de su mujer, Alexandra Varsoviano (fallecida el pasado octubre). El cuadro era una copia y alguien la puso a consideración para venta. Creí que era el original, ¿cómo era que andaba circulando, si bien en un vehículo con salvaguarda? La pintura parecía impecable. Poniendo la atención debida y examinando una buena fotografía del cuadro colección Gruen, me percaté de que cierto espacio arquitectónico fallaba, no se curvaba
congruentemente. No me basé en mi criterio, llamé a los Gruen, seguían en posesión del cuadro en cuestión, ya conocían el otro, y lo habían calificado de muy buena copia.
Se me solicitó un certificado y esta vez sí pude escribir un auténtico certificado de falsedad
, es decir, un documento que testificaba que la pintura con todo y sus calidades era una copia. No fue adquirida por el museo en cuestión, pero dentro de ese mismo círculo hubo quien la adquirió por una cantidad razonable. De paso conviene recordar, y ese es el motivo de mi nota, que Remedios Varo llegó a falsificar a Giorgio de Chirico y éste admitió el trabajo de Remedios y lo firmó como suyo. Deben ser unas piezas muy especiales.
Lo digo porque circula hoy día (aunque hay pocos ejemplares en México, yo adquirí el mío en el Muac) un libro publicado por Phaidon, cuyo autor es un escritor de ficción que a la vez es historiador del arte y se especializa en Art and Crime. Noah Charney aborda personalidades que otros especialistas en el tema han tratado, hay varios conocidísimos: verdaderos maestros en esta actividad y no me refiero sólo a Van Meegeren, el famoso falsificador de Vermeer, quien hasta cuenta con una sala en la que se exhiben sus trabajos en un importante museo holandés, o como Elmyr de Hory, quien inspiró una famosa película de Orson Wells, o de Alceo Dossena, cuyas piezas pasaron por ser de Desiderio da Setignano o de otros escultores de primera línea en el siglo XV y ahora adjudicadas al propio Dossena son obras muy celebradas de la colección del Victoria and Albert Museum de Londres, en el rubro copias y falsificaciones
.
Charney reseña a otros famosos falsificadores cuyo ingenio es evidente, entre ellos Wolfgang Beltracchi, especialista, entre otros, en reproducir a Max Ernst y a Fernand Leger, algo nada fácil por cierto. A él lo ayudaba su propia apariencia, un poco semejante a la de Jesucristo pero también con un toque a la Durero. Charney publica su retrato. Se anota que este atractivo falsificador de pelo largo fue el responsable de la caída de la famosa Galería Knoedler.
El autor divide su material en capítulos, el lector se percata de que los falsificadores que tienen nivel de maestría, no siempre realizan sus piezas principalmente por dinero (o sea no porque sus propias obras no se vendían y empezaron a falsificar). Las cosas son más complicadas. En este libro titulado The Art of Forgery hay una omisión grave, es la siguiente: no toma en cuenta, más que muy de soslayo a México y apenas menciona a alguna otra ciudad latinoamericana. En nuestro país han aparecido infinidad de falsificaciones (la mayoría, pero no todas, pésimas) de Frida Kahlo, quien es la artista latinoamericana mayormente falsificada, pero hay también falsificaciones de Tamayo que han sido detectadas, de Remedios Varo y de Leonora Carrington, de Francisco Toledo y hasta de Sergio Hernández.
El libro mencionado es muy rico en argumentos, pues también proporciona una buena guía sobre la técnica, bastante complicada que ostentan las obra obras maestras
de la falsificación, independientemente de las intenciones de sus autores y los intermediarios.