efinida la agenda de la visita de Francisco a México, queda la impresión de que el acento de sus mensajes será social. Las ciudades que recorrerá ya indican los temas que abordará. En la Basílica enfocará el sustrato católico del culto guadalupano como lugar de encuentro entre diferentes culturas que forjaron la identidad mexicana. En San Cristóbal de Las Casas, el reconocimiento de los derechos de los indígenas es una cuestión obligada que dará seguimiento a la prédica de Juan Pablo II. Ahí está la controversia por los diáconos indígenas casados, impulsados tanto por Samuel Ruiz como por Felipe Arizmendi iniciativa que lamentablemente fue inhibida por la curia romana con argumentos timoratos que mostraban el profundo desconocimiento de las raíces indígenas. Y, por supuesto, Ciudad Juárez, donde Francisco desplegará uno de sus planteamientos más críticos en torno a la modernidad: la migración, los indocumentados y el drama del tráfico de personas. Tanto el presidente Peña en Twitter como el embajador de México ante la Santa Sede, Mariano Palacios Alcocer, adelantan la dimensión social de la visita del Papa. Alcocer es explícito al afirmar: Francisco tiene una agenda social muy cercana a las preocupaciones mayoritarias del pueblo y un discurso muy claro sobre temas como los migrantes, los pobres, marginados, indígenas, mujeres, enfermos, en contra del armamentismo y a favor de la dignidad humana
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Ante el oportunismo político de miembros del Poder Legislativo, especialmente del PAN, finalmente se impuso la cordura. Estos se atropellaron para invitar al pontífice para que emitiera un mensaje ante los senadores y diputados. Tuvieron un repentino e impetuoso soplo de fe que los propios obispos tuvieron que moderar. Tanto Eugenio Lira Rugarcía, secretario general de la CEM, como recientemente el cardenal de Morelia, Alberto Suárez Inda, argumentaron que la iniciativa legislativa quedó descartada, ya que aun cuando lo hizo en Estados Unidos, si lo hace en México todos los países van a querer lo mismo y no quiere que se convierta en una tradición. En realidad el papa Francisco está bien informado del nivel de descrédito de la clase política que busca colgarse de figuras éticas emblemáticas para legitimarse. Es claro que Francisco es reacio a las presiones de los círculos de poder, se ha reservado el derecho y la libertad para manejar su agenda de visitas hasta el último momento. También es evidente que el pontífice argentino es renuente a que su imagen sea usada o manipulada para avalar o certificar indirectamente algún grupo político de poder. En otras entregas he manifestado mi preocupación por las actitudes regresivas y pragmáticas de la clase política que busca un falso posicionamiento social manipulando lo religioso como vehículo de identificación popular. La clase política en el último lustro no sólo ha dado señales de reconfesionalizarse, sino que constituye una seria amenaza al carácter laico del Estado, contraviniendo la compleja laicidad que el país ha construido, vulnerando una larga historia de separación de poderes entre las iglesias y el Estado. La devaluada clase política mexicana busca, como en la Edad Media, encontrar legitimad divina y cobijarse bajo la popularidad de Francisco.
Tampoco debemos idealizar al pontífice. Jorge Mario Bergoglio, como sus predecesores, busca fortalecer la agenda y la presencia de su Iglesia local en términos sociales, políticos y religiosos. En sus recorridos y convocatorias masivas, intentará posicionar a la Iglesia católica; en sus 13 intervenciones públicas entre homilías, salutaciones o discursos, el Papa perseguirá vigorizar un episcopado medroso. El cuerpo eclesial está demasiado mimetizado con la cultura política y muy sometido al poder del Estado. Francisco buscará sacudirlo e inyectar pastoralidad y celo misionero. Sin embargo, también apoyará su plataforma política. No es casual que visite entidades en que figuran claros precandidatos presidenciales. Manuel Velasco, gobernador de Chiapas, quien acaba de regresar de Roma muy dispuesto a seguirse fotografiando con el papa Francisco, encontrará en el evento sobre la familia en el estadio de los Jaguares, montado por Televisa, el foro idóneo para identificarse con el popular pontífice. En la capital del país, Miguel Ángel Mancera tendrá una oportunidad de exhibirse junto a Francisco; no sólo le entregará las llaves de la ciudad, sino que le mostrará una réplica de la Capilla Sixtina que se montará en el Zócalo. Y la magna misa en Ecatepec, el municipio más poblado de toda América, será la oportunidad del gobernador Eruviel Ávila para no quedar atrás. Si Andrés Manuel López Obrador ya fue al Vaticano para expresar su simpatía al pontífice en una audiencia pública, en esta lógica, si me apuran, hasta podría anotar a Silvano Aureoles, gobernador de Michoacán.
Uno de los vacíos y silencios hasta ahora en la agenda es el contacto con las víctimas de pederastia, en especial con las del depredador Marcial Maciel. El tema ha rebasado la frontera religiosa y se ha convertido en una cuestión de política pública. Hay demasiados actores involucrados en la protección de los abusos sexuales, que van desde empresarios hasta políticos, funcionarios y medios masivos de comunicación. Será importante medir la sensibilidad de Francisco ante este hecho lacerante, en el que el episcopado ha guardado silencio institucional porque nunca se ha pronunciado como tal. Los organizadores deberán evitar cometer el mismo error que perpetró Benedicto XVI al ignorar a las víctimas, cuando el pontífice alemán se reunía en cada uno de sus viajes con decenas de víctimas de abuso por el clero católico. Y el caso de los padres de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, quienes buscan un encuentro y aliento de Francisco. También salta en la memoria el caso de Javier Sicilia, quien quería presentar al Papa en 2012 la situación de violencia del país y finalmente lo embaucaron, pues lo hicieron viajar a Roma mientras Ratzinger se trasladaba a México, para ofrecerle una entrevista en la curia con un funcionario menor. Hay mucho en juego en la visita de Francisco y será interesante no sólo analizar sus disertaciones y gestos, así como la recepción y comportamiento de la sociedad mexicana.