l Nobel de Literatura concedido a la periodista bielorrusa Svetlana Alexievich cambia por completo el juego de voces que gira en torno a ese galardón.
De pronto el testimonio adquiere un valor que jamás tuvo antes y el cronista sube a un escenario que no le estaba destinado. ¿Tiene algo que ver Svetlana con la gran literatura? ¿Puede situarse al lado de Tolstoi, Dostoievski, Balzac, Proust, Kafka y demás luminarias? Claro que cada vez más, en El País, participan escritores que no son considerados periodistas, sino filósofos, ensayistas, novelistas reconocidos.
Incluso los grandes escritores que pertenecieron al boom no desdeñan el periodismo, como Mario Vargas Llosa y fue el caso de Carlos Fuentes. Sería justo recordar que Gabriel García Márquez primero se ganó la vida siendo extraordinario reportero.
Poetas y escritores de gran calibre como Octavio Paz (fundador de revistas literarias) le dieron importancia a sus ensayos para los periódicos. Paz quería que la poesía se dijera en la plaza pública. Publicar en The New York Times, El País, Le Monde es una forma de consagración.
La columna Inventarios de José Emilio Pacheco, en la revista Proceso, es una escuela de gran cultura que todos añoramos.
Según la Encuesta Nacional de Lectura 2012, de la Fundación Mexicana para el Fomento de la Lectura, sólo cuatro de cada 10 mexicanos leen. Para miles de niños, el primer acercamiento a un libro es un ejemplar de texto gratuito de primaria.
Para la gran mayoría de las familias mexicanas comprar un libro es un lujo. Los mexicanos ricos leen la biografía de Carlos Slim, de Diego Osorno.
En México los políticos no brillan precisamente por su cultura. Es un lugar común repetir que Peña Nieto, siendo precandidato del PRI a la Presidencia, no pudo mencionar tres libros en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara en 2011.
Pocos años antes, Marta Sahagún, esposa del presidente Fox convirtió en mujer a Rabindranath Tagore y explicó que terminaría su intervención con una frase de la escritora Rabina Gran Tagora
. Entre tanto su marido Vicente Fox llamó Borgues a Jorge Luis Borges frente a los académicos del Congreso Internacional de la Lengua Española en 2001.
En un país en el que los libros son caros, el periodismo cultural cumple una función indispensable. Un estudiante para quien es imposible comprar un libro, puede leer en un periódico a Juan Villoro, Carmen Aristegui, Jenaro Villamil, aunque tanto el periodismo como la crónica sean un género menospreciado en un país en el que no se necesita inventar nada porque es imposible encontrar tragedia más shakespeariana que el asesinato del candidato del PRI Luis Donaldo Colosio a bocajarro en Tijuana en 1994. Su mujer, Diana Laura, se negó a que el entonces presidente de la República, Carlos Salinas de Gortari, la tomara del brazo y murió ocho meses después consumida por el cáncer.
Svetlana Alexievich es una periodista de 67 años cuya voz ahora se aísla encima del coro de reporteros y reporteras del mundo. Su físico es tan caserito como el de cualquiera de nosotras las que aparecemos en la redacción del periódico con nuestro suéter o nuestra blusita que mañana echaremos a la lavadora. Su escritura se considera historia oral
.
Svetlana recoge voces. Recuerdo que hace años, Carlos Fuentes decía, no sin conmiseración: “Mira, ya se va la Poni en su vochito a preguntar por el precio de los jitomates en la Central de Abastos”. Sigo haciéndolo. Al escribir a partir de los otros y de los horrores de mi país, documento la vida de un México cada vez más lastimado.
Antes de Svetlana, se habló mucho de premiar al notable periodista polaco Ryszard Kapucinski, quien vivió años en México. El galardón a Svetlana Alexievich ha sido criticado (mejor dicho snobeado
) por tratarse de una periodista ajena a la llamada gran literatura. Svetlana denuncia, evidencia lacras y tragedias, incurre en la llamada no ficción
y no altera los hechos. ¿Es menos acreedora al premio por documentar y denunciar las lacras de su país? Putin ni siquiera se dignó felicitarla. Chernóbil, en Ucrania, se convirtió en un campo de muerte a raíz del accidente nuclear. Svetlana explica: He escogido un género donde las voces humanas hablan por sí mismas
. Escuchar, registrar y difundir testimonios requiere un oído atento, una paciencia enorme y un corazón bien puesto. No alterar el relato es un compromiso moral. En una novela, el escritor hace lo que quiere, a la hora que quiere y termina cuando quiere. Nada es más estimulante que la gran aventura solitaria frente a la mesa de trabajo.
Salir a la calle a cosechar desgracias, documentar al país es una tarea mucho menos glamurosa. En el caso de Svetlana, guionista y dramaturga, las biografías de los ancianos, mujeres y niños afectados por la bomba atómica han sido el fundamento de su obra.
Svetlana se autoexilia al saber que no es santo de la devoción del gobierno de su país. Sus funcionarios la rechazan porque también la literatura es denuncia, la literatura es un grito de indignación, la literatura es caminar en un terreno minado, la literatura es entrar en un túnel.
Kafka entró a los bajos fondos de sí mismo, Stendhal y Flaubert taladraron su época, le sacaron el jugo y fueron no sólo los autores, sino los protagonistas de sus novelas. Es ya un lugar común la declaración de Flaubert: “Madame Bovary c’est moi”.
Creo, al igual que Gabriel Zaid, que la cultura es una conversación. Muchos pueden tomar la palabra y hacerse oír; la palabra que se escribe en la página en blanco, la palabra que se teclea en el tablero de una computadora para enviarse de inmediato a la redacción del periódico. ¿Cuál es mi conclusión? Se escribe tan bien o tan mal en un periódico como en un libro, pero es más fácil que el director del periódico corra al mal periodista.
Hasta 2015, el Nobel de Literatura no encumbraba a periodistas. ¿Qué lo hizo cambiar? ¿Un periodista es desde ahora un escritor? Un escritor sólo depende de sí mismo, es su propio juez y el mismo o su agente forjan su carrera literaria. Imposible darle una mala calificación al inglés de ventas fabulosas Ian Mc Ewan, ganador del Booker Prize, porque es popular, lo han traducido a múltiples idiomas y vende. Vende porque es bueno.
Los ingleses tienen larga tradición literaria y eso los ha hecho lectores a un nivel que aún no alcanzamos en México.
Tengo reverencia por la gran literatura, pero no todos los Nobel han hecho gran literatura. ¿Es gran literatura la del egipcio Naguib Mahfuz, premiado en 2006?, la de la alemana Herta Müller, en 2009 (prefiero toda la vida a Rulfo), a quienes les fue concedido el Nobel por una razón hoy inapelable? Carlos Fuentes merecía el Nobel. Hasta Salman Rushdie tiene libros malos y no todos los cuentos de Alice Munro, Nobel 2013, son buenos.
En su plegaria de Chernóbil, Crónica del futuro, Svetlana Alexievich hace hablar a hombres y mujeres que sufrieron las consecuencias del estallido de la central eléctrica atómica, un reactor de 20 toneladas de combustible nuclear.
Denuncia la radioactividad de los quemados irreconocibles por la hinchazón, describe los hospitales en que los heridos eran rechazados, el dolor de los niños cubiertos de llagas y mucosas que caían en capas. Lo suyo no es La condition humaine, sino la piel humana. Habla de cómo los bielorrusos se comunican en la noche con sus muertos, pero también se refiere a Pedro Bezújov, el personaje de La guerra y la paz, de Tolstoi, quien concluye –después de haber sufrido el horror de la guerra– que todo volverá a ser igual. Nada nunca es igual y al recoger las palabras de los malheridos y sus familiares dolientes hace la historia del sufrimiento como si éste fuera un refugio.
El refugio de las palabras está en su Plegaria de Chernóbil, pero también está en toda literatura, la que llamamos grande y en la que perdona y perdonamos porque finalmente nos toca a todos.