Muestra insólita disposición ante la élite empresarial en Barcelona
Viernes 18 de diciembre de 2015, p. 27
Madrid.
El grado de angustia del actual presidente español Mariano Rajoy, candidato a repetir otros cuatro años, se vio este jueves diáfanamente en Barcelona cuando, ante la sorpresa de amigos y enemigos, lanzó una oferta de diálogo a su bestia negra catalana, Artur Mas, para hablar y dialogar
sobre el desafío soberanista lanzado por el catalán, algo impensado hace apenas 20 días.
Y lo dijo ante los más picudos empresarios de esa región autonómica. Ante esa crema y nata empresarial Rajoy se mostró, como nunca, dispuesto al diálogo. Era una suerte de lobo feroz disfrazado de inocente ovejita. Al fin y al cabo la opción independentista catalana alcanza ya a 47 por ciento de esa nacionalidad. Y en gran medida eso se debe a la política cerril llevada a cabo por el Partido Popular, que se mueve al compás del gallego Mariano Rajoy.
A 24 horas del puñetazo que le estampó en el pómulo izquierdo un descerebrado menor de edad en su natal Pontevedra, parece obvio que ese artero golpe no influirá en el desenlace electoral. La magnitud de la crisis económica y social impide que ese tipo de incidentes permitan lecturas político-electorales.
Madrid es hoy fiel reflejo de la realidad española. Por un lado están los que pueden volcarse en las tiendas para hacer las compras navideñas, y a la par de esa efervescencia que se acompaña de un masivo movimiento en bares, tabernas y restaurantes, está la cara inocultable de los sin techo.
Son españoles y también de otras nacionalidades, sobre todo del ex bloque soviético, principalmente rumanos. Son grupos organizados que copan las principales arterias comerciales de la ciudad. La bienvenida siempre es en el aeropuerto de Barajas, inundado sin remedio por hombres y mujeres, generalmente decentemente vestidos, que van de bar en bar, de mesa en mesa, pidiendo limosna.
La foto de primera plana que acompaña este reporte no cuadra del todo con ese modus operandi, pero sirve para describir la mecánica general. Son personas que piden pasivamente, no acosan a los viandantes. Instalan sus precarios chiringuitos contra alguna abrigadora pared, despliegan sus peticiones en trozos de cartón y esperan que el llamado espíritu navideño ablande el bolsillo de los paseantes.
Esa gráfica ya es parte del paisaje madrileño y, en mayor o menor medida, de todas las ciudades españolas. Es gente que no vota, es gente destrozada, carente de autoestima, expulsada del circuito productivo generado por la crisis y sin esperanza alguna de recuperar lo perdido.
Los sobrevivientes más generosos siempre dejan algunos centavos de euro, pero la mayoría no suelta porque vive con el temor a caer otra vez en el abismo.
La pesadilla comenzó con el socialista presidente José Luis Rodríguez Zapatero, quien negó una y otra vez que su país estuviera en crisis, y la profundizó Mariano Rajoy con su política antisocial. Al fin y al cabo, como en México, aquí mandan los dueños del dinero, y los políticos ejecutan sus mandados.
La burbuja de la abundancia reventó para arrastrar a miles de familias a la pura y dura sobrevivencia. Los hijos independizados regresaron a sus casas paternas, los divorcios aumentaron y hasta suicidios se dieron. Fue el sálvese quien pueda.
Esa situación sirvió para que banqueros y hombres de negocios apretaran tuercas con el objetivo de llevar agua a sus molinos. Impusieron reformas fiscales, laborales, educativas, de pensiones, en fin, de todos y cada uno de los campos que entorpecían sus propósitos. Y ganaron.
En ese teatro se celebran unas elecciones complejas como nunca porque ya no es juego de dos, sino de cuatro. Y a menos que el puñetazo al pómulo de Rajoy tenga más efectos milagrosos que todos los que se adjudican a los santos y santas del planeta, el 21 de diciembre este país amanecerá hecho bolas.