or si alguien quiere resistirse al arrastre de la Fuerza, quedan muy pocos estrenos que se salgan del dominio en salas impuesto por la nueva entrega de la saga La guerra de las galaxias. Uno de ellos es El clan, la más reciente realización del argentino Pablo Trapero, que resultó ser un millonario éxito en su propio país.
Tal vez si el espectador mexicano se enterara de qué trata se acercaría a esta película, aunque fuera por morbo. Basada en hechos reales, El clan aborda los secuestros cometidos por la familia bonaerense Puccio a principios de los años 80, aprovechando el estado de confusión que se vivió tras la salida de los militares y el inicio de una era democrática con el gobierno del presidente Alfonsín (un breve prólogo explica esa situación para los no enterados). Encabezada por el despiadado padre Arquímedes (Guillermo Francella), la familia participa de los crímenes, si bien algunos miembros sólo lo hacen de manera pasiva. La mayor parte de la responsabilidad recae en el hijo mayor Alejandro (Peter Lanzani), campeón de rugby, quien engaña a un compañero de su equipo para ser la primera víctima.
Con innegable fuerza narrativa –Trapero ganó el premio al mejor director en el pasado festival de Venecia– El clan describe un estado de corrupción generalizada, legado de los años de la guerra sucia, donde las autoridades policiacas se hacen de la vista gorda pues, se sugiere, también salen beneficiadas con los secuestros. Esa licencia brinda a Arquímedes un sentido de empoderamiento por el que no hay respeto alguno por el bienestar de los secuestrados. Ya que han escogido a miembros conocidos de su propia clase media acomodada, lo más práctico es ejecutar a sus víctimas.
Un gran acierto ha sido el empleo de Francella como el gélido paterfamilias. Desconocido para el público mexicano, el actor es muy popular en Argentina como figura cómica del cine y, sobre todo, la televisión de su país. (Hagan de cuenta que, por ejemplo, se contratara a Eugenio Derbez para interpretar a El Mochaorejas.) El efecto es muy perturbador, pues Arquímedes se presenta también como padre amoroso, empeñado en mantener a la familia unida: una de sus preocupaciones centrales es hacer volver al hijo apodado Maguila (Gastón Cocchiarale), residente en Nueva Zelanda.
Trapero quiere dar la impresión de no tomar partido por verdugos o víctimas en su relato. Sin embargo, el uso inapropiado de algunas canciones lo delata. Al principio y al final de la película se escucha Sunny Afternoon, la satírica canción de los Kinks, que refiere a un hombre arruinado por los impuestos, e impone un tono burlón a las acciones. Dicha canción, de 1966, ni siquiera corresponde a la época de las mismas.
Esa intención se subraya en el secuestro de una señora mayor, el último cometido por la banda. Durante toda la secuencia, la canción acompañante es Just a Gigolo/ I Ain’t Got Nobody, la chacotera interpretación de David Lee Roth a un éxito de Louis Prima. Asimismo, durante la tortura de uno de los secuestrados, Trapero alterna sus expresiones de dolor con los gritos orgásmicos de la novia de Alejandro, mientras fornican en un auto. Todo eso da a El clan una postura moral peor que dudosa. No es sólo celebrar los secuestros, de alguna forma, sino incluso burlarse de quienes los padecieron.
Para un país que, como el nuestro, ha padecido su epidemia de secuestros, El clan reviste especial interés como reflexión de un fenómeno social de pérdida de valores. Lástima que su punto de vista sea tan turbio.
El clan
D: Pablo Trapero/ G: Julián Loyola, Esteban Student, Pablo Trapero/ F. en C: Julián Apezteguia/ M: Sebastián Escofet; canciones varias/ Ed: Alejandro Carrillo Penovi, Pablo Trapero/ Con: Guillermo Francella, Peter Lanzani, Antonia Bengoechea, Stefanía Koessl, Gastón Cocchiarale/ P: El Deseo, INCAA, ICAA, Kramer & Sigman Films, Matanza Cine, Telefónica Studio, Telefe. Argentina-España, 2015.
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