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No sólo de pan...

¿De soberanías e importaciones alimentarias?

D

espertamos en el año 2016 con una tentación en la lengua de articular 1996, al menos en gente de mi generación, perteneciente a los 1950, siglo XX, segunda mitad, que llegamos a 2000 con más sorpresa de seguir vivos que de presenciar un mundo previsible desde las décadas pasadas. Aunque lo previsible no implica, de ninguna manera, aceptación y almas resignadas, si había ya un cansancio del espíritu que llegó a su clímax –para muchos como yo– en 2015 y que amenaza planear sobre 2016. Por eso, al enviar mi primera felicitación de Año Nuevo, como respuesta a alguien que se me adelantó, dado que este cambio de año me dejaba inerte de tanto frío (figurado) en el corazón, me surgió una frase que comparto aquí con los lectores: que la rabia y la ira se transformen en acciones creativas contra la injusticia. Espero poder cumplirlo.

Pero, ¿qué pasa cuando te despiertas uno de los primeros días del año y lees en primera plana que el presidente Peña Nieto afirma estar a siete puntos porcentuales de lograr la autosuficiencia alimentaria? Primero, que alguien me explique qué quiere decir esto, pues el complemento de la información habla de una producción actual de 68 por ciento de los alimentos que consumimos y con siete puntos más, según la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO); es decir, con 75 por ciento seríamos técnicamente autosuficientes, que no es lo mismo OJO que soberanos.

En su reporte, Matilde Pérez Uribe (La Jornada, 7/I/16) consigna las cifras aportadas sobre tierras cultivables y cultivadas, entregadas y por entregar a los campesinos (que sin embargo siguen reclamando la titularidad de sinnúmero de ejidos) y ayudas económicas gubernamentales, sin especificar de cuánto ni a quiénes. ¿Será que con estas cifras los Reyes Magos operaron un milagro?

Porque la propia Matilde Pérez Uribe (La Jornada, 21/VII/15) reporta este informe: “México, al igual que 17 países de Latinoamérica y el Caribe, es importador neto de alimentos, aunque es una potencia agroalimentaria, expuso la FAO, y destacó que la región está en condiciones de autoabastecerse y de acelerar la lucha por la erradicación del hambre mediante la cooperación y el comercio intrarregional… Destacó que la importación de los alimentos “deja a muchos países –incluido México– en una situación de fragilidad frente al alza de los precios internacionales y caídas en el suministro alimentario. Esta situación podría cambiar si los gobiernos deciden potenciar su intercambio alimentario”. Y continúa: “Las importaciones anuales de alimentos de México, de acuerdo con el estudio, superaron sus exportaciones en 3 mil 363 millones de dólares en promedio entre 2010 y 2012 (…) los países de la región tienen “enorme potencial para cubrir la demanda, pues en el periodo 2010-2012 exportaron 3.6 veces más alimentos de los que importaron, por lo que podrían haber abastecido la totalidad de la demanda regional e incluso haber quedado con un gran monto disponible para exportar” (subrayado nuestro).

Aun así, México abastece el comercio intrarregional de alimentos con seis por ciento a la vez que importa trigo, maíz, arroz y otros insumos en 43 por ciento. Recordemos al presidente Peña Nieto declarar triunfante que México era campeón en exportaciones y el estómago apretujado de quienes producen para el extranjero. Si la FAO recomienda, para acabar con el hambre de millones de personas, la cooperación en un mercado agroalimentario interregional, no explica de manera clara, simple y aplicable cómo hacerlo. Porque, como ya sabemos, la FAO basa sus propuestas contra el hambre en la producción masiva de cereales, legumbres y hortalizas en monocultivos, con alta tecnología, es decir, altos contenidos químicos en la producción y baja composición de capital humano, pues la contratación de trabajadores agrícolas o la asignación de tierra, en teoría, aumentaría el precio de los alimentos y, en consecuencia, el valor del trabajo, reduciendo el margen de ganancia de los capitales.

Sin embargo, este cálculo es completamente idiota, ya que, al permitir que los campesinos devuelvan a la tierra su productividad y se alimenten de ésta, que su prole las explote, en el esquema de familias extensas y autónomas, en vez de emigrar y que su retiro al cabo de una vida productiva, sea asumido por la familia, en mejores condiciones humanas y de salud, en lugar de presionarlos y expulsarlos de la tierra, volverlos desempleados sin hogar y por ende sin condiciones de reproducción, convirtiéndolos en ríos o mares de seres humanos desesperados que atraviesan como nunca el planeta, el problema no sólo es humanitario, lo que bastaría para tomarlo en cuenta y corregir el rumbo del capital neoliberal, sino que es un problema de violencia y perversión que, a su lado, Sodoma y Gomorra es un cuento fabricado por prescolares.

En otras palabras, el problema del neoliberalismo salvaje es más de inteligencia que ético (para quienes lo propician). Un dato: desde 1974 un programa canadiense fleta un avión para llevarse alrededor de 25 mil campesinos anuales reclutados en 68 oficinas distribuidas en México, a fin de cultivar allá cereales, verduras, hortalizas, pero aquí los mismos campesinos no tienen trabajo. ¿Será porque el moche de los 184 millones de dólares canadienses en remesas, generados en 2015 por sólo 17 mil 607 trabajadores, dejan más al gobierno que la producción campesina?