Operación Cine Negro
En exclusiva por Televisa
Torpe manejo informativo
De Cassez a Los Mochis
a eventual valía testimonial de una fragorosa videograbación del día en que El Chapo fue devuelto a sus dominios de El Altiplano fue depreciada por las autoridades responsables de esa filmación y de su posterior filtración, al convertirla en material propagandístico entregado a la casa televisiva dominante, Televisa, con propósitos facciosos y no institucionales, necesitado el régimen de diluir la percepción de que la recaída de Joaquín Guzmán Loera fuese producto de acuerdos expresos o de una determinación circunstancial (el editorial de The New York Times, la publicación en puerta de la entrevista con Rolling Stone y, sobre todo, la creciente presión del gobierno estadunidense para obtener más cesiones del gobierno peñista) que hubiera obligado a los siempre conocedores del destino de El Chapo a forzar dicha recaptura.
La Operación Cisne Negro terminó así en Operación Cine Negro, como si el peñismo estuviera empeñado en convertir a muchos mexicanos en detectives aficionados y forenses de ocasión a partir de los datos oficiales disponibles respecto de la extraña detención de un sinaloense con aspiraciones de estrellato cinematográfico mundial. Gael García Bernal y Alejandro G. Iñárritu recibían Globos de Oro en una ceremonia en Estados Unidos (a la que no asistió Sean Penn, aunque sus andanzas en México fueron mencionadas en son de broma), mientras Los Pinos Productions daba a conocer en exclusiva en Televisa las imágenes tomadas con una cámara Go Pro inserta en el casco de uno de los partícipes en la fogosa acometida contra la casa de Los Mochis donde El Chapo pasaba la noche.
Además, para redondear el estilo del film noir, se acentuaba el papel de la mujer fatal, la productora e intérprete Kate del Castillo, a la que el gobierno mexicano intenta convertir en distractor motivo de escándalo, como si ella y Penn tuvieran en sus actuaciones más responsabilidad al llegar con fines periodísticos a un prófugo que el elenco estelar del peñismo que (cuando menos) permitió la salida de prisión del nativo de Badiraguato.
Operación Cine Negro en 15 minutos intensos, con el traqueteo constante de las armas poderosas usadas por cada uno de los bandos, el gubernamental, dirigido por una voz de contraste calmo, apenas alterada en ciertas ocasiones al dar instrucciones muy genéricas al comando de élite que cualquiera supondría movido mediante claves, identificaciones y estrategias más sofisticadas. Alguien podría incluso extrañarse ante el hecho de que las indicaciones del mando fuera de cuadro carecieran de destinatario preciso, algún nombre o apellido, algún código numeral o un seudónimo, salvo al final (Puma de roble
, parece decirse), cuando se rinde un primer parte de la refriega de la que lograron escapar mediante el acostumbrado sistema subterráneo el máximo jefe narco no gubernamental (aunque sigue intocado El Mayo Zambada, sin los reflectores de El Chapo pero con los hilos en la mano desde siempre, acostumbrado a mantener el buen funcionamiento del negocio esté libre o no el otro socio, el famoso Joaquín) y su jefe de seguridad.
No está de más, imbuidos ya del espíritu de creatividad cinematográfica impulsado por Los Pinos, imaginar la impactante escena, según las versiones oficiales, del par de agentes de la Policía Federal que de repente se toparon con dos personas que a bordo de un automóvil rojo robado se abstuvieron de disparar contra dichos policías, y eliminarlos (el escolta llevaba una pistola, según esas versiones), y prefirieron tratar de intimidarlos haciéndoles saber de palabra quiénes eran y los riesgos que correrían tales federales si se atrevían a aprehenderlos, cosa que finalmente sucedió, conforme al relato gubernamental.
Ésas y otras hazañas, en las que servidores públicos pertenecientes a la Marina, el Ejército o las policías hubiesen arriesgado la vida y hubiesen cumplido extraordinariamente con su deber, han sido depreciadas, como se apuntaba líneas arriba, debido al torpe manejo informativo gubernamental. Entregar a Televisa, por ejemplo, el video del ataque a la casa de El Chapo hace recordar (tal vez de manera injusta respecto a lo sucedido ahora) que los mismos destinatarios privilegiados de ese material filmado (Televisa y el periodista Carlos Loret de Mola) participaron años atrás de un montaje realizado por el entonces secretario de seguridad pública, Genaro García Luna, para recrear
, también con fines propagandísticos, los también fragorosos momentos de la irrupción en un inmueble para liberar a secuestrados y aprehender en vivo y en directo
al mexicano Israel Vallarta y su pareja, la francesa Florence Cassez, que años después fue puesta en libertad no necesariamente porque fuera inocente, sino por el telemontaje que violó el debido proceso pena correspondiente.
Así que por sus excesos los conoceréis: el júbilo incontenido, teatral, casi forzado, al dar a conocer la recuperación de El Chapo, fue directamente proporcional al tamaño de la vergüenza y el descrédito sufridos seis meses atrás, en el episodio de mala comedia de enredos que la administración peñista escenificó con una alcantarilla y un túnel como símbolos gráficos de la podredumbre extrema de un sistema de gobierno (y sus vertientes específicas de gobernación, seguridad pública y nacional y sistema penitenciario).
Nada ha cambiado para bien en el escenario nacional, salvo (si acaso) la reaprehensión de un personaje cuya movilidad y operatividad siempre ha estado sujeta a vaivenes y entendimientos con gobiernos, políticos y corporaciones armadas de todos niveles. Esa nueva captura pretende ser celebrada como magno acontecimiento nacional, una suerte de reivindicación personal del mismo que antes tan gravemente falló, no sólo el jefe máximo del funcionamiento institucional, Peña Nieto, sino el secretario de gobernación que ahora promueve la versión de su presunta rehabilitación como precandidato presidencial. Cine negro, en sala en penumbras, con poco blanco y mucho oscuro, libretos exagerados y papeles sobreactuados. ¡Hasta mañana!
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