El preludio del fin
a semana pasada el presidente Barack Obama arribó al Congreso de Estados Unidos para dar su octavo y último Estado de la nación.
En lugar de hablar de los logros de su gobierno en los pasados 12 meses, se refirió a lo que falta por hacer, así como los retos que enfrentará quien llegue a la Casa Blanca en enero de 2017. Fue enfático sobre la necesidad de una reforma política para dar aliento a lo que definió de excepcional sistema democrático estadunidense.
Renovar el derecho de voto de los ciudadanos, evitando la discriminación por razones baladíes, cuyo último fin es partidista; romper con el proselitismo en que predominan los ataques sobre las propuestas; y la que ganó un sonoro aplauso de los demócratas: derogar la disposición que permite el aporte ilimitado de dinero a las campañas. Ésta llevaba un claro mensaje a los miembros de la Suprema Corte, cuya inclinación conservadora abrió la puerta para corromper el sistema electoral, dando lugar a la compra de los puestos de elección popular, entre ellos, la presidencia.
Su énfasis en torno a la reforma política tiene como marco la inusual agresividad que precandidatos presidenciales del Partido Republicano han usado para ganar adeptos. Sin mencionar sus nombres, los destinatarios fueron Cruz y particularmente Donald Trump. Al parecer el liderazgo republicano no entendió que con esta referencia el presidente les hacía un gran servicio. Evidenció a los precandidatos cuyo desprecio por latinos, musulmanes y otras minorías han puesto en un serio peligro la viabilidad para que un miembro de ese partido llegue a la Casa Blanca.
El presidente no dejó pasar la oportunidad para cortejar a los extranjeros indocumentados cuando se refirió a la urgente necesidad de una reforma migratoria. Vale un paréntesis sobre una contradicción con lo dicho. Al día siguiente del mensaje se anunció la apertura para recibir refugiados centroamericanos, pero al mismo tiempo el servicio de migración inició una serie de redadas para deportar a varias decenas de integrantes de esa minoría.
Habrá tiempo de hacer un balance sobre los aciertos, pero también los errores cometidos en los turbulentos años en que Obama condujo los destinos de Estados Unidos. Por lo pronto es opinión generalizada que deja al país mucho mejor de lo que él heredó. Rescatarlo de una de las crisis más profundas de los pasados 100 años no es poca cosa. Con excepción de los conservadores más recalcitrantes, es evidente que la mayoría de los estadunidenses así lo consideran.