l proceso de producción capitalista se desarrolla en el marco de diversas contradicciones. Ellas dan lugar a periodos recurrentes en los que la tasa promedio de ganancia del capital se reduce y ocurren las crisis. Desde 2007 se registra una crisis larga que no se asimila a los movimientos cíclicos de auge y recesión, de más corto plazo, para los que están diseñadas las políticas macroeconómicas de ajuste.
Ahora esas políticas que se han hecho convencionales y de aplicación general no actúan de modo efectivo. Una expresión de esto es la misma duración de la crisis actual y la inoperancia de las medidas usuales, de tipo fiscal y monetario, que pretenden recomponer las pautas de la acumulación.
A escala global prevalece un alto nivel de endeudamiento de los gobiernos, las empresas y las familias. Las medidas para reducir el sobreendeudamiento no han sido efectivas y eso detiene el gasto en inversión y consumo, manteniendo reducidas las tasas de crecimiento del producto del empleo.
La enorme expansión de la liquidez provocada por la Reserva Federal (Fed) para acometer la crisis y evitar el colapso del sistema financiero mantuvo durante mucho tiempo las tasas de interés de referencia a niveles de prácticamente cero. Aun así la inversión no se recuperó, los bancos lograron recomponer sus balances, sin eliminar por completo la fragilidad de sus carteras. Junto con la expansión de la liquidez hay un exceso de ahorro, lo que constituye un entorno de restricción para la recuperación productiva y aviva la especulación.
El crédito no se expandió al sector privado de manera suficiente. Hubo, pues, una apropiación desigual de los recursos entre las entidades financieras, las empresas, sobre todo las de tamaño mediano y los trabajadores. Ahí puede insertarse el aumento de la desigualdad como rasgo de la situación social.
La postura del banco central de sostener tasas cero de interés por siete años se considera anómala y desde hace un año se anunciaba la normalización de la política monetaria, es decir, empezar a elevar las tasas para incidir en el desempeño de los mercados. Recientemente la Fed aumentó un cuarto de punto porcentual la tasa de interés. Así se entra a un periodo de transición que, por ahora, no garantiza que las condiciones de normalidad se restituyan. La misma noción de lo que es normal está en cuestionamiento.
Lo que se observa es una discrepancia creciente entre las unidades nacionales que componen la economía global; esto genera ahora una nueva serie de distorsiones en el flujo de capitales y la asignación de los recursos productivos. La contradicción esencial entre capital y trabajo está expuesta de modo abierto.
Mientras la FED actúa para recrear las condiciones del crecimiento en Estados Unidos, impacta en la dirección de las corrientes de capital que salen de otros países, como es el caso de las economías emergentes por la diferencia de los rendimientos que se obtienen dentro y fuera. De modo más amplio se crean las condiciones para una pugna entre las principales divisas en los mercados de dinero y capitales.
La economía de la Unión Europea no responde a los incentivos monetarios del Banco Central Europeo y ello contribuye a nuevos acomodos del capital y de los niveles de producción, de empleo e ingresos en la forma de ganancias, rentas y salarios.
China exhibe finalmente las repercusiones de un largo periodo de alta expansión productiva, especulación y endeudamiento que obliga a un ajuste cuyos efectos aún no se definen completamente.
Por otra parte, el auge de las materias primas, especialmente del precio de petróleo, se ha acabado y provoca alteraciones severas en las economías que sostenían una expansión sobre la base de exportar dichos bienes.
Un aspecto relevante de las situación económica es la necesidad de desendeudamiento. Este asunto conlleva ciertas condiciones técnicas para el reacomodo financiero, pero exige también una acción política decisiva cuyos costos no están dispuestos a absorber muchos gobiernos. La reestructuración en curso impone fuertes cargas en la distribución del ingreso y la generación de riqueza. El escenario es proclive a generar un nuevo deslizamiento recesivo.
Una parte del debate a este respecto está planteado entre quienes ven el proceso como un movimiento cíclico convencional y quienes postulan que de lo que se trata es de un estancamiento de tipo secular. De ahí se desprenden una serie de políticas públicas que promueven el aumento de la demanda agregada, frente a quienes sostienen que se está llegando a las etapas finales de lo que llaman un súper ciclo
de endeudamiento con el consecuente reacomodo de los agentes económicos en el mercado.
Las políticas fiscal y monetaria de un país como México intentan, en este marco, acomodarse a estas condiciones, pero de forma supeditada a las acciones principalmente de la Fed. Esto es un hecho plenamente admitido por Hacienda y de modo explícito por el Banco de México. La cuestión se aprecia, por un lado, en el origen y el uso de los recursos del fisco (captación de impuestos, abrupta caída del precio del petróleo, el destino del gasto y el creciente nivel de endeudamiento) y, por otro, en el alza de las tasas de interés. Todo ello en un escenario de fuerte depreciación del peso y las expectativas de inflación que pueden ceder y complicar aún más el frágil entorno prevaleciente.