asaron ya 15 años desde que el ojo profético del sociólogo alemán Ulrich Beck llamó la atención acerca del deslizamiento del mundo, cada vez menos sutil, hacia lo que él llamó la sociedad de riesgo global
. “Todos estarán de acuerdo –afirma– en que en las décadas venideras nos enfrentaremos a profundas contradicciones y paradojas desconcertantes y en que experimentaremos esperanzas envueltas en desesperación”. El concepto de riesgo combina lo que en otros tiempos era mutuamente excluyente: el análisis integrado de la sociedad y la naturaleza, la conjunción de las ciencias naturales con las ciencias sociales, el discurso previsor con las amenazas concretas. La sociedad del riesgo global abre el discurso público y la ciencia social a los retos derivados de la crisis ecológica, que, como sabemos ahora, son globales, locales y personales al mismo tiempo
.
Evocando a Beck, cada año el World Economic Forum publica el Informe global de riesgos ( The Global Risks Report), que aparece antes de la reunión de potencias en Davos, Suiza. El informe de 2016 acaba de publicarse, con la novedad de que por vez primera el cambio climático encabeza la lista. El informe, que recoge las opiniones de unos 750 expertos, dirigentes y académicos, es un reporte sombrío que registra por igual la crisis climática, la gigantesca migración de refugiados, el ascenso del EI, el desempleo, la ciberpiratería, la fragilidad de la economía, el terremoto petrolero y la desaceleración de China y de otros países emergentes. El informe registra un incremento en todos los 29 indicadores que, agrupados en cinco categorías (ambientales, económicas, sociales, tecnológicas y geopolíticas), analizan cada año, y en sus interacciones.
Curiosamente, en paralelo al informe, hoy está en cartelera una nueva película nominada al Óscar sobre el crack de 2008 ( La gran apuesta, de Adam McKay), que intenta explicarnos el derrumbe de Wall Street y su efecto dominó sobre bancos y otras instituciones financieras del mundo. Esta película, que fue antecedida por otras tan notables como El lobo de Wall Street, donde se unieron los talentos (y el capital) de Leonardo DiCaprio y Martin Scorsese, deja ver en su última escena la aparición en 2015 de indicadores similares a los de la pasada catástrofe financiera. A lo anterior deben sumarse las respectivas crisis económicas de países tan diferentes como China, Grecia o España, y los descomunales endeudamientos de los gobiernos, encabezados por el de Estados Unidos. Este último país representa hoy por hoy el ejemplo supremo de una economía sostenida por alfileres. La razón: Estados Unidos enfrenta una deuda de 60 mil billones de dólares que representa el 330 por ciento del PIB, es decir, ¡poco más de tres veces su producto económico anual! Casi la mitad de esta gigantesca deuda la concentran el gobierno federal y las familias estadunidenses, que deben pagar dividendos a toda una gama de organismos financieros nacionales y extranjeros, principalmente chinos (véase la serie de artículos de J. A. Rojas-Nieto en La Jornada, septiembre de 2015).
Por todo ello, se inicia 2016 con un evidente nerviosismo en las élites y cúpulas que dirigen al mundo. De lo que no se habla (o muy poco o tangencialmente) es de las causas de este panorama preocupante y de las fuerzas que lo determinan o lo impulsan, única manera de detenerlo y remontarlo. La razón es que las miradas preocupadas de las minorías se detienen a escudriñar los efectos o impactos, pero no se sumergen en las causas profundas o últimas. El mundo está en una tablita
no por arte de magia, sino porque los mecanismos de explotación alcanzan cada año nuevos récords. Los indicadores de desigualdad social y de concentración, acumulación y centralización de riqueza aumentan a la par de los fenómenos de depredación ecológica y de deterioro ambiental. Las máximas ganancias reportadas en 2015 por agencias como Bloomberg o Forbes oscilan entre 5 mil millones y 29 mil millones de euros en corporaciones como Amazon, Inditex, Facebook, Dalian Wanda, Alphabet y Mars. Ya el economista francés Th. Piketty dejó claro en su libro El capital en el siglo XXI, a partir de datos estadísticos duros, cómo la desigualdad social en el mundo se ha incrementado durante el siglo anterior. Pero los ciudadanos del mundo además han registrado y visibilizado la existencia de una suerte de olimpiada de la corrupción
, en la que buscan participar los principales actores de la economía, las finanzas, la diplomacia y la política del mundo contemporáneo. ¿Buscarán la celebridad y la fama por la corrupción? Ahí están desde grandes magnates, dirigentes del deporte mundial (FIFA y COI), el rey de España y varias cabezas de los mayores bancos, hasta corporaciones tan comunes como Volkswagen y financieras como Goldman Sachs y decenas de dirigentes políticos, diplomáticos y de organismos internacionales. Y todo ello sin entrar a los tejidos subterráneos entre las mafias mundiales y las empresas, los bancos y los gobiernos.
Ante este panorama, las fuerzas de la cordura y de la dignidad se mantienen y multiplican, más allá de intereses individuales o grupales, ideologías y creencias, controles y poderes, acicateados por los principales indicadores de la realidad. La conciencia de especie, la inteligencia global, el espíritu de colmena siguen ganando adeptos y a pesar de todo. 2016, como los años por venir, serán cada vez más dramáticos y necesitarán de contrapesos basados en la información, el conocimiento, la equidad, el compromiso y la verdad. Si de algo podemos estar seguros es que el futuro siempre llega. Y puede llegar como una fuerza desquiciada, un vendaval incontrolable, un alud indetenible e impredecible o como un evento sobre el que podemos ejercer un cierto dominio. El futuro será lo que hoy todos nosotros hagamos por él, y eso se logra mediante la audaz combinación entre conciencia y acción.