Nereo
yer apareció en el periódico la misma esquela que se publica por estas fechas desde 1999: Nereo: descansa en paz. Nosotros seguimos recordándote y velando tu sueño.
Como siempre, la firmaban únicamente sus hermanos Clara, Eugenio, Porfirio y Adelina Godínez Lázaro. Los conocí poco antes de que terminara el novenario. Ciertos detalles en su fisonomía –las cejas hirsutas, los ojos color miel, los labios muy delgados– revelaban su parecido con Nereo, salvo que en ellos las facciones sí estaban en orden.
Aurora y Trinidad, los padres de Nereo, recibieron mi pésame en silencio y sin mirarme. Cuando pregunté acerca de las circunstancias en que había muerto mi amigo, su hermana Clara se limitó a decir: Gracias a Dios, tranquilo y en su cama.
Me pareció que ese laconismo ocultaba algo. Al final del rezo los Godínez Lázaro y yo intercambiamos teléfonos a sabiendas de que era inútil porque nunca volveríamos a comunicarnos. ¿Para qué? No me interesaban sus vidas ni lo que pudieran decirme acerca de Nereo, si es que en realidad sabían algo de él.
II
Me he puesto a pensar en cuántas personas habrán leído una esquela tan pequeña, perdida entre fotos, anuncios y artículos. La encontré porque estaba esperándola. Voy a recortarla y a guardarla junto con las otras diez y seis que he ido metiendo entre las páginas del diccionario que me regaló Nereo. Me sorprendió que lo hiciera, porque el libro tenía un valor muy especial para él.
Es un tomito azul muy mal cosido. Cuando alguna página se le desprendía, Nereo la colocaba entre las demás, sin fijarse en la numeración, para evitar que se perdiera y con ánimo de ponerla en su sitio más tarde. Nunca lo hizo. Cuando el libro pasó a ser de mi propiedad no me atreví a corregir el desorden ni a borrar los signos y los términos escritos en sus márgenes.
III
El diccionario significaba tanto para Nereo porque lo había comprado con el primer sueldo que le dio Luis Bárcenas: el dueño de la librería de viejo instalada en una accesoria de la vecindad (muy bonita, por cierto) donde vivían los Godínez Lázaro: Nereo, los cuatro hermanos que cada año firman la esquela y sus padres.
Nereo decía estar muy agradecido con ellos porque en vez de sobreprotegerlo y aislarlo, habían procurado darle herramientas para que el leve retraso mental que padecía y sus facciones alteradas no fueran motivos de exclusión.
En la escuela, sus hermanos contribuyeron al bienestar de Nereo levantando un discreto cerco para evitarle las bromas de sus compañeros. Llegó la hora en que la táctica defensiva de los Godínez Lázaro resultó inoperante. Conforme Nereo iba creciendo las diferencias entre él y los demás niños se hacían más evidentes y las burlas más crueles. Por ese motivo, con frecuencia Eugenio y Porfirio se liaban a golpes con los agresores. La situación rebasó los límites del pleito callejero una tarde en que Rodolfo Márquez –el líder de su grupo– acometió a Porfirio con un cuchillo y lo dejó herido de gravedad. Para evitarle nuevos peligros a su hermano, Nereo, pese al desacuerdo de su familia, abandonó los estudios.
La deserción ocurrió a mitad del ciclo escolar. A esas alturas del año, imposible inscribirse en otra escuela. En esas circunstancias, sus perspectivas se limitaban a pasarse la mitad del día solo en la casa hojeando libros o revistas, viendo la tele y esperando a los suyos. Aguantó esa rutina hasta que tuvo una ocurrencia: pedirle a don Luis que lo tomara como ayudante mientras remprendía sus estudios. Sacudir los estantes y ordenar los libros eran tareas sencillas hasta para él.
Después de conseguir la autorización de Aurora y Trinidad, don Luis aceptó la ayuda de Nereo durante los seis meses de vacaciones obligadas. No fue así: la estancia de mi amigo se prolongó hasta muy poco antes de su fin. Tal vez lo haya presentido porque en el que sería nuestro último encuentro me regaló su diccionario. Cuando descubrí los signos y términos en sus márgenes y pregunté por su significado, Nereo me dijo en tono de secreto: Son parte de un idioma que estoy inventando. Mis palabras toman prestadas sílabas de otras. Es divertido; pero lo que más me gusta es que sólo yo puedo entenderlas.
IV
Nereo murió hace diez y siete años, a punto de cumplir los veinte. Me enteré de su fallecimiento un sábado por la noche en que, como de costumbre, fui a la librería. Don Luis estaba solo. Su gesto desolado y el crespón negro sobre un estante me hicieron presentir algo terrible: la inesperada muerte de Nereo. Había ocurrido el domingo anterior. En su casa le estaban rezando el novenario.
Cualquier cosa que yo hiciera a partir de ese momento no tenía importancia alguna para Nereo. Daba lo mismo que me alejara o que hiciera acto de presencia ante su familia. Opté por esto. Mientras caminaba rumbo a la vivienda de los Godínez Lázaro imaginé las frases de consuelo que diría: Piensen que al menos murió en su casa, sin sufrimientos, y que está descansando.
Después, cuando vi la actitud evasiva de sus padres y oí el lacónico informe de Clara, me pregunté si en realidad Nereo había muerto tranquilo y por causas naturales.
Una cosa me llevó a otra: recordé nuestra última conversación y la manera tan extraña en que mi amigo se me quedó mirando al momento de regalarme el diccionario. Lo conservo tal como Nereo me lo dio. Las palabras incomprensibles permanecen en los márgenes y las páginas continúan en desorden: la 320 (defectuoso, deforme, degradación) sigue junto a la 938 (soledad, solitario, soltería) y la 392 (desbloquear, descansar) entre la 1002 (tristeza, triturador) y la 948 (sufrimiento, suicidio.)