na revisión más o menos minuciosa de la programación de nuestras orquestas, no sólo las capitalinas sino también las del interior, permitirá descubrir de inmediato que la presencia de la música sinfónica mexicana es escasa y que, además, está limitada severamente a un repertorio de apenas un puñado de obras que se repiten sin cesar, como en un carrusel perpetuo que no va a ninguna parte. Si este estado de cosas es evidente en las programaciones de las temporadas orquestales regulares, se vuelve patéticamente flagrante en los famosos (o infames) conciertos mexicanos
de cada patriótico septiembre, en los que priva la chabacanería, la falta de imaginación y el lugar común.
Un sonoro (y muy desafinado) botón de muestra: como más allá de cierto huapango y cierto danzón (muy estimables ambos) parece no haber nada más que el vacío, algunas de nuestras orquestas han recurrido a programar bodrios impresentables de música mexicana
como una ridícula Obertura mexicana de un tal Merle J. Isaac. Sobra decir que este SAMSM (Síndrome de Ausencia de Música Sinfónica Mexicana) se agudiza hasta volverse terminal cuando de música contemporánea se trata. Pero el asunto es generalizable a la producción orquestal nacional de todos los tiempos. Una instancia: me ha tocado ser testigo cercano de las muy escasas ocasiones en que se ha programado alguna de las sinfonías de Candelario Huízar, para ser cancelada de última hora las más de las veces.
Otra instancia: ¿cuántas veces se ha programado en años recientes esa destacada partitura orquestal de Federico Ibarra que es Cinco misterios eléusicos? Interpolo aquí una anécdota para desagraviar (sólo un poco) a los responsables de las programaciones orquestales y endilgarle a nuestro intolerante, malinchista y desconocedor público la parte sustancial de la responsabilidad que le toca.
Hace muchos años, uno de nuestros dramaturgos más laureados salió en el intermedio de un concierto de la Ofunam al vestíbulo de la Sala Nezahualcóyotl pisando fuerte y rezongando más fuerte aún, al tenor de estas palabras: Qué bueno que ya pasaron estas porquerías y que ahora viene el glorioso Brahms
. Mis respetos también, señor dramaturgo, para Brahms. Las dos porquerías
en cuestión fueron sendas obras de Mario Lavista (Lyhannh) y Francisco Núñez (Presencias) que había programado y dirigido Eduardo Díazmuñoz, uno de los pocos que se han atrevido a pisar con convicción este terreno lamentablemente minado. En fin, que como preámbulo es más que suficiente.
Mi intención primaria es dar noticia de la existencia de una herramienta que, bien difundida y bien utilizada, puede servir para enmendar un poco este estado de cosas. Se trata de un notable libro titulado Guía práctica para la programación de la música orquestal mexicana, siglos XIX, XX y XXI. Se publicó en 2012 bajo los auspicios del Conaculta y el Sistema Nacional de Fomento Musical; Enrique Barrios concibió y coordinó el proyecto, cuya autoría es de la musicóloga Xochiquetzal Ruiz Ortiz. Lo medular de este libro, cuya revisión somera y aleatoria puede proporcionar numerosas sorpresas al melómano interesado, consiste en casi 200 páginas de un listado de obras sinfónicas mexicanas, alfabético por compositor, con sus respectivas dotaciones y editoriales. Previamente, una introducción, una explicación del catálogo, y una lista de abreviaturas. El resto del sustancial libro está ocupado por 13 apéndices en los que se sistematiza la información a partir de distintos parámetros, una lista de archivos musicales, otra de editoriales de música, un directorio de compositores y una bibliografía.
De Rafael Adame a Samuel Zyman, hay en estas páginas varios cientos de obras orquestales mexicanas, la gran mayoría de las cuales permanecen lamentablemente en la sombra del olvido, un olvido que seguramente es inmerecido en la mayoría de los casos; después de todo, se trata de nuestra música.
Detallar las múltiples riquezas, novedades y sorpresas que se perciben en estas páginas rebasa el ámbito de este texto. Quedan, sin embargo, las preguntas evidentes: este singular, útil y necesario libro, ¿ha circulado profusamente, como debe ser, entre nuestros directores, orquestas, festivales, disqueras e instituciones de promoción y divulgación cultural? ¿Se le ha dado consistentemente el noble uso para el que fue concebido?