o más extraordinario es que un vidente había advertido a Julio César del grave peligro que lo amenazaba en los idus de marzo. Ese día, cuando iba al Senado, César se encontró con el vidente y riendo le dijo: ‘Los idus de marzo ya han llegado’, a lo que el vidente contestó compasivo: ‘Sí, pero no han acabado’. Horas después, Julio César fue asesinado.”
Esta dramática crónica, atribuida a Plutarco, se ha empleado muchas veces para advertir a un gobernante, en un sentido sugerente, pero concluyente, que algo podría ir mal. Acudiendo a estos hitos históricos o literarios es correcto decir que el gobierno de México está complicado en una serie de emergencias preocupantes en los terrenos clásicos del quehacer público: la política interior, la exterior, la económica y la social.
Si el gobierno estuviera haciendo un diagnóstico objetivo sobre su enmarañada situación habría adoptado medidas enérgicas para hacerle frente, advirtiendo en el propio análisis sobre que los siguientes tiempos de la administración de Peña Nieto serán crecientemente conflictivos y faltan más de dos años que pueden ser terribles. Conociéndose la naturaleza de sus estudiosos patricios, es posible que tal diagnóstico resultara más bien laudatorio.
Estamos hablando del deber ser, del deber hacer, de políticas emergentes obligadas ante situaciones de excepción que superaran la frágil gobernabilidad del momento y cuyo estudio debería partir, sin excusa, del reconocimiento, por lo menos a nivel de hipótesis de trabajo, de que las cosas no marchan bien. Sin esta actitud de sentido objetivo y precautorio ningún diagnóstico sería válido. Gobernabilidad es la condición que hoy no se da, pareciera que la receta es que la inercia de los hechos maneje a las instituciones.
No hay previsión y las reacciones frecuentemente son inapropiadas. Tómese como ejemplo el innecesario enfrentamiento con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en el que en lugar de sumarse a su prestigio y valerse de su capacidad técnica se le desafía con argumentos emocionales, no científicos.
La vieja regla era no perder contacto con esos organismos, conocer anticipadamente sus posibles recomendaciones, sobre todo en los periodos en que elaboraba sus informes, y así preparar respuestas evitando las incómodas observaciones. Hoy los esperamos sentados y luego nos indignamos. Era un método de relación con un objetivo compartido, legítimo, legal y eficaz.
A tres años de distancia el pueblo debería estar complacido por una convergencia de hechos favorables a sus intereses que fueran diestramente conducidos por la efectividad gubernativa, no por el efectismo. La verdad es que en el México de hoy los ambientes dominantes son exactamente los opuestos.
Las demandas sociales explícitas o implícitas son el muro de contraste de la efectividad del gobierno. La serenidad social como actitud calificadora de la vida pública es la prueba ácida de un gobierno eficiente que el nuestro no pasa. La sociedad está incrédula, agobiada, fatigada.
En México las demandas sociales son rotundas e intensas y los reclamos consecuentes son estrepitosos y frecuentemente colindantes con la ilegalidad. La receta aplicada por el régimen es la paliación, la negación y el uso del tiempo como bálsamo de cualquier herida. Es la ausencia de un plan maestro.
Aquella tradición de que la gobernabilidad para existir debe poseer mecanismos de respuesta imaginativos, eficientes y oportunos, no existe. Valga revisar las noticias del día para advertir la dicotomía casi esquizofrénica entre los hechos lastimosos de cada día y el discurso oficial.
Con ese telón de fondo en estos idus de marzo se observa una especie de conjunción de estrellas de energía negativa. Parece que todo se precipita, que todo se agudiza. Corrupción expansiva, escandalosa, auspiciada por la impunidad; crímenes cotidianos cada vez más protervos, insolentes, impunes; una presencia internacional amorfa, sin luces y una economía en picada resultan en un desasosiego que encuentra como respuesta oficial la trivialidad: presunción, giras, viajes, discursos cotidianos, oropel.
Hay mensajes en el cielo. Hay advertencias ominosas como los relámpagos vespertinos precedentes a la tormenta. No se leen, se les responde con más levedad. Así, los idus de este marzo parecen ser premonitorios de más males.