a mayor parte de las economías capitalistas desarrolladas tienen ya varios años de estar aplicando una política monetaria con tasas de interés cercanas a cero. Esta postura de política monetaria (conocida como ZIRP, por sus siglas en inglés) busca crear incentivos para que el crédito vuelva a fluir hacia inversionistas y consumidores.
Los efectos reales de esta política no han sido lo que se esperaba. Las economías que han aplicado una ZIRP no han logrado recuperarse de la crisis de 2008. Y si la economía mundial se hunde en la recesión parece que los bancos centrales ya no tienen instrumentos para responder a la nueva emergencia. Se les acabó la pólvora cuando la verdadera guerra está a punto de comenzar.
Los límites de la política monetaria son bien conocidos. Aún con una tasa ZIRP los bancos comerciales no están otorgando créditos y ni los consumidores, ni los inversionistas están haciendo colas para pedir préstamos. Como dice el refrán, se puede llevar un caballo al abrevadero pero no se le puede obligar a tomar agua
Ahora el espectro de la deflación ha llevado a implementar una política de tasas de interés negativas en varios países y en la eurozona. Esta postura (conocida como NIRP, por sus siglas en inglés) implica cobrar a los bancos privados por tener sus reservas en el banco central. El objetivo es promover el crédito para empresas y consumidores y evitar que se contraiga más la demanda agregada cuando los agentes atesoran su dinero. Pero la NIRP tiene peligros. El más importante es que afecta la rentabilidad de los bancos comerciales y éstos pueden optar por trasladar la carga a los usuarios de la banca. El resultado final es incrementar el costo del crédito y el efecto es contraproducente. Además, hoy las tasas negativas parecen estar buscando más incrementar la demanda agregada a través de la devaluación de la moneda, lo que no ayuda mucho a coordinar la política macroeconómica global.
¿Cuál es la solución si se quiere incrementar la demanda agregada en épocas de deflación? Una posibilidad de la que se habla hoy con más frecuencia es la del helicóptero monetario. Esta es una idea propuesta originalmente por el gurú del monetarismo contemporáneo, Milton Friedman, en 1969 (en su artículo La cantidad óptima de dinero). La imagen utilizada por Friedman fue la siguiente: si un banco central quisiera salir de la deflación y promover el crecimiento podría darle a la ciudadanía una transferencia directa de dinero, tal y como si un helicóptero dejara caer dinero sobre una comunidad. Esta transferencia directa tendría que ir acompañada de la certeza de que esta expansión de la oferta monetaria sería única: los consumidores podrían gastar libremente el dinero adicional, llevando la inflación al nivel deseado por el banco central. En 2012 Ben Bernanke desarrolló esta idea señalando que esto se podría llevar a cabo a través de reducciones en los impuestos directos, lo que llevaría a un incremento del déficit fiscal que podría ser financiado con creación monetaria por parte del banco central.
La gran diferencia entre el dinero esparcido por un helicóptero y la actual política de flexibilidad monetaria es que ésta sólo ha servido para comprar activos financieros (bonos del tesoro, por ejemplo) a cambio de reservas bancarias. Esto podría servir para que los bancos experimentaran menos restricciones y pudieran reanudar sus actividades de préstamos. Pero la carga del sobrendeudamiento de familias y empresas ha impedido la expansión del crédito. Las transferencias directas realizadas por el helicóptero monetario irían a las manos del consumidor sin intermediación. No habría que esperar a que una especie de efecto de goteo desde el sector financiero lleve a un incremento del poder de compra de los consumidores.
Claro, el helicóptero monetario es una simple metáfora: de lo que hay que hablar es de una redefinición de la política fiscal. Para que funcione esta política de transferencias directas se requiere rediseñar las relaciones entre el gasto público y el banco central. Específicamente, se necesita abandonar la idea de la autonomía del banco central y restablecer las condiciones bajo las cuales el gobierno puede cubrir un déficit fiscal a través de su monetización
. De esta manera la política fiscal podría redirigirse a incrementar el gasto en educación, salud, infraestructura y desarrollo de nuevas tecnologías sin temor de incurrir en un déficit que sólo puede cubrirse a través de mayor endeudamiento en los mercados financieros.
La política fiscal debe poder utilizarse plenamente y eso precisa una relación nueva entre gobiernos y bancos centrales. Eso debe ir acompañado de controles democráticos en un contexto republicano que evite los abusos de gobiernos irresponsables o corruptos, pero también los abusos del sector financiero (al que hoy en día están sometidos los bancos centrales en todo el mundo). Los dogmas neoliberales deben ser abandonados si se quiere salir de la deflación.
Twitter: @anadaloficial