esús de Nazaret llegó a Jerusalén para celebrar el inicio de la Pascua judía, pero se encontró el templo, la casa de Dios, ocupado por comerciantes y cambistas de monedas que lo habían convertido en un verdadero mercado lleno de gemidos de bestias y algarabías que profanaban su función de lugar para la adoración del padre celestial. El templo se había transformado en una plaza donde imperaba la corrupción. Es ese momento en el que por única vez las escrituras religiosas judías presentan a Jesucristo enojado, entrelazando cuerdas para formar un látigo y golpear al ganado hasta sacarlo del templo y tirar las mesas de los cambistas y de los vendedores de palomas, desparramando las monedas por el suelo. Por siglos la teología se ha ocupado de la respuesta de Jesús a los negociantes sobre lo que verdaderamente significa la santidad del templo, pero en México Jorge Mario Bergoglio no solamente no corrió a los mercaderes sino que permitió que siguieran traficando mientras oficiaba y los bendijo.
En la diversidad de opiniones que se expresan sobre la visita del Papa hay quienes quieren ver su discurso como aliento de rebeldías y protestas, pero al contrario, para México pronunció un discurso adormecedor que termina por dar al César lo que es del César, y también cedió parte de lo que le corresponde a Dios en el alma religiosa de los mexicanos. El reportaje de Paula Mónaco publicado en La Jornada del 19 de febrero resultó demoledor de las esperanzas de que en algún momento Bergoglio volteara la vista hacia el peregrinar de los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Sí hubo bendiciones para quienes participan del ocultamiento de datos y de la protección de algunos protagonistas de la trágica noche de Iguala, pero ni siquiera una palabra de consuelo para los padres que van de Herodes a Pilatos sin que las autoridades respondan lo que deben contestar desde hace tiempo: dónde están los desaparecidos. En este punto, el padre Alejandro Solalinde, en entrevista con Carmen Aristegui, señaló esta falta de Bergoglio: “el papa Francisco está obligado a hablar de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, pues es un caso emblemático que representa a todas las demás desapariciones, es como la flagrancia en la que se sorprendió al Estado mexicano cometiendo esa desaparición forzada, es el punto del hartazgo de la gente, la gotita que derramó el vaso… Sí debería al menos mencionar esa palabra”. Con una magnífica oratoria parecida a la que domina el mismo presidente Obama, las alegorías y metáforas de Bergoglio dan la impresión de querer empujar a los pueblos hacia posiciones de empoderamiento y de reto al sistema, pero su planteamiento acaba dentro del establishment; sirve para adormecer conciencias, aquietarlas con la promesa del reino divino, más que alebrestarlas. En efecto, Bergoglio logró apaciguar el encrespamiento del oleaje mexicano y consiguió dilatar el tiempo político para la maniobra del Estado, a quien en efecto reconvino, pero de igual a igual; nada que se saliera del marco previamente acordado.
Por esa misma razón no tocó el trágico asunto de la pederastia en la cuna del mayor escándalo de perversión que protagonizó contra la niñez Marcial Maciel, jefe de la Legión de Cristo. Sí, puede decirse que lo hizo en el avión de regreso a Roma, pero ya lejos de aquellos que habían gestionado los recursos necesarios para sufragar los gastos de la costosa visita, entre quienes según lo señalaron los mismos católicos estaban los famosos legionarios. Mario Bergoglio tampoco se ocupó de los ataques de los que son objeto aquellos que cotidianamente dan la cara por los transmigrantes centroamericanos ante las pandillas del crimen organizado y los sicarios de las gubernaturas por las que atraviesan en su camino hacia el norte. Entre ellos está el propio Alejandro Solalinde, perseguido por caciques, mafias y gobernantes de los estados de Oaxaca y Veracruz. El vicario de Cristo perdió la oportunidad de trascender el oropel y las lisonjas televisivas que han acompañado a los papas que lo antecedieron y mostrar valentía ante las circunstancias que un pueblo profundamente religioso como el mexicano está viviendo. Pero no, sus respuestas en tierra como en el vuelo de regreso mostraron a un político avezado, con respuestas insinceras, algo que Mario Bergoglio tendrá que resolver con su propio confesor. Pero más allá de los retruécanos, las frases papales se sintieron también vacías, sin ningún efecto práctico sobre la liberación que necesitan las naciones que agrupan a contingentes católicos mayoritarios, como es el caso en Latinoamérica. Por lo pronto, los ganadores momentáneos del viaje a México son los mercaderes del templo, los que desde hace tiempo vienen preparando la recaptura electoral de 2018. No tardaremos mucho en saber cuánto aguantaremos.