l día siguiente de su llegada a Cuba, y después de depositar una ofrenda a José Martí en la Plaza de la Revolución, Barack Obama llegó a su reunión oficial con el presidente Raúl Castro. Miramos con una mezcla de estupor y atracción las imágenes mientras escuchábamos los himnos cubano y estadunidense. Con una turbación difícil de explicar, vimos a Raúl y a Obama caminar marcialmente bajo las notas de la conocidísima Marcha del 26 de julio.
Gestos simbólicos de mucho significado. Significado que, por un lado, se quiere representar y significado que, por otro, se quiere olvidar y ocultar. Martí no es solamente el hombre de la rosa blanca para los sinceros, capaz de no llevar cardo ni ortiga al enemigo: es el brillante pensador que supo vivir en el monstruo y conocerle las entrañas a gran profundidad, advirtiendo, casi febrilmente, a nuestra América del enorme peligro de que cayera el águila imperial sobre nuestros pueblos, de frustrarse la verdadera independencia de Cuba. Este es el Martí que Obama quiere olvidar, este es el Martí que ha acompañado a Cuba desde que la historia absolvió su revolución.
Tal vez Obama no conoce la letra de la Marcha del 26 de julio que lo acompañó, que dice: “La sangre que en Cuba se derramó/ nosotros no debemos olvidar/ por eso unidos debemos estar/ recordando a aquellos que muertos están/ …”; pero la quiere olvidar y pide a los cubanos que la olviden junto con las confrontaciones de los últimos 57 años, apostando a que muchos, como él, aún no habían nacido en 1959.
Probablemente este discurso debería alcanzar mayor significado en Estados Unidos para los recalcitrantes guerreristas, pero a los latinoamericanos nos recuerda puntualmente los procesos de punto final y perdón
que impulsaron al final de las dictaduras con el fin de borrar la memoria histórica sobre el salvaje terror de Estado sostenido por décadas. Obama quiere implantar la desmemoria, que nada bueno trae a los pueblos, ya que la memoria histórica es el único espacio desde donde sostener la verdadera justicia y paz.
Lo que Obama quiere olvidar no se remonta únicamente a 1959, sino a la historia de arbitrariedades e intervenciones que desde 1898 ha protagonizado su país, y que, por cierto, impulsó la revolución de 1959. En 1934 los revolucionarios cubanos lograron sacudirse la vergonzosa Enmienda Platt, pero pagaron con sangre abundante esa primera osadía y apareció en el panorama el torvo personaje sostenido por los gobiernos estadunidenses: Batista.
Desde 1898, más de 100 años de la primera llegada estadunidense, los cubanos luchan por su soberanía, un derecho humano colectivo imprescindible, pero Obama quiere que lo olviden, quiere hacernos creer que estamos en un mundo sin luchas hegemónicas, donde el pasado de la guerra fría no tiene ya ningún significado. Los cubanos con guante blanco le recuerdan su injerencismo actual, pues invitan a Maduro un día antes de la llegada de Obama e insisten en las condiciones mínimas para avanzar: desmantelamiento del bloqueo y devolución de la base de Guantánamo.
Digo que probablemente el discurso del olvido debería dirigirse a sus guerreristas porque en realidad Cuba jamás agredió, intervino o atacó al pueblo o al gobierno estadunidenses. Todas y cada una de las acciones intervencionistas, cuya lista es casi inagotable, sobre el pueblo cubano han sido protagonizadas siempre por el gobierno estadunidense. No tiene ningún sentido plantear: ¿qué es lo que Cuba va a dar a cambio de tan generoso ofrecimiento de Obama?, por la sencilla razón de que todas las medidas que hay que desmantelar son las que unilateralmente impuso Estados Unidos, y las que se le exigen a Cuba corresponden exclusivamente a su soberanía.
En términos reales, muchas acciones emprendidas hasta ahora liberan al pueblo estadunidense de restricciones impuestas: ellos tenían prohibido viajar a Cuba, hacer remesas de dinero y hasta, ridículamente, fumar puros cubanos. Ahora se les permite viajar, usar su tarjeta y gastar hasta 400 dólares en Cuba, enviar correo y alguna remesa, fumar, llevar iPhones y computadoras. Creo que los estadunidenses han ganado algunos derechos individuales que les fueron prohibidos.
En el electoral panorama de Estados Unidos tendría sentido, hoy día, entender que lo que debe cambiar, aún más, es la realidad política estadunidense frente a un continente americano y un pueblo cubano que con su resistencia le impuso la necesidad del reconocimiento a Cuba, en un mundo donde cruentas batallas se desarrollan aún por el control y la hegemonía, pero sobre todo en un Estados Unidos donde podría triunfar Ted Cruz, incluso Trump, verdaderos remanentes vivos de la guerra fría, que al día siguiente de su triunfo regresarían a su unilateral belicismo.
Los pueblos de América no pueden de ninguna manera olvidar la historia de más de 100 años que no ha significado otra cosa que Las venas abiertas de América Latina, libro que Hugo Chávez tan certeramente le regaló a Obama y que no debería olvidar, si es que lo ha leído.