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La independencia nacional
E

sta nota no se refiere al 16 de septiembre ni a Miguel Hidalgo, pero sí a la emancipación de la comunidad nacional interesada en temas electorales respecto de los partidos políticos, esto como única forma de aspirar a un puesto de sufragio popular. A partir de decisiones individuales y de leyes con espacios apenas coyunturales, hoy cada vez más mexicanos podrán acceder a esas elecciones y sus consecuencias. ¡Una independencia nacional!

Los comicios del próximo junio serán un fermento para este recurso, pero no serán significativas ni numéricamente ni por el nivel de los puestos pretendidos. No se espera otro gobernador con ese origen. La elección de 2018 sí será una del éxodo de sus partidos de quizá decenas de candidatos independientes, con algunos a la propia Presidencia de la República.

Como toda lucha por la independencia, los presuntos candidatos enfrentan a verdaderos y poderosos enemigos: el establishment, el sistema, que como grupo político y económico promueve exclusivamente los intereses de sus miembros como garantía de preservar así a los propios de la corporación.

Ese sistema está representado centralmente por el propio Presidente de la República, los partidos formales, en lo particular por PAN, PRD y PRI, encabezados por sus comités ejecutivos nacionales y en lo local por los gobernadores, sin detrimento de la membresía del dinero, la Iglesia, ciertos medios de comunicación y corporaciones sindicales. Es el poder que dominó la política y la sociedad mexicana desde 1920 con la elección de Obregón. ¡Poca cosa!

A este formidable obstáculo se enfrentarán aquellos mexicanos independentistas que aspiren a ser desde presidentes de la República hasta regidores en un ayuntamiento municipal. Para su ventura disponen de dos argumentos muy poderosos: 1) lo vetusto de la propuesta que ofrecerían los partidos formales, y 2) la única promesa real, inevitable, esperada por la sociedad: que se actúe contra la corrupción del sistema; la impunidad de sus infractores; su amafiamiento orgánico y la ineficacia operativa evidente. Es tan vigorosa y singular esa promesa que si la argumentaran los partidos oficiales, se convertiría en un tremendo bumerán.

El establishment está impedido de patrocinar ideas atractivas sobre las grandes impaciencias sociales, aquello que ha colmado su indignación, incredulidad y desesperación. Todos sus partidos muestran estigmas recientes que los deberían hacer callar sobre seguridad y justicia, honestidad, eficiencia, política exterior o derechos humanos. De hacerlo saltarían Ayotzinapa, Iguala, Veracruz, Tamaulipas, Guerrero, el tren bala a Querétaro, los moches, los chapodiputados, Montiel, Moreira y decenas más de personajes impresentables alojados en el régimen.

Los presuntos candidatos independientes deberán cumplir con los extraordinarios requisitos que la ley actual les impone, dócilmente templada por el establishment. La auténtica complicación a futuro es otra, es una lucha de personalidades. Como nunca, el dicho popular divide y vencerás es totalmente cierto.

Los candidatos independientes pueden derrotarse recíprocamente ellos mismos si se multiplican. Un candidato puede convocar y hacer valer una propuesta triunfadora, si son dos candidatos con la misma propuesta ninguno ganará. Casos así veremos varios.

Los grandes partidos, con toda la asechanza posible, abonarán el promisorio terreno de la soberbia y de la ambición de ciertos independientes, los enfrentarán entre sí antes de que se inicien las campañas formales. La candidatura independiente hace recordar como riesgo aquella narración mitológica de la manzana de oro que la diosa Eris (disputa) lanzó a un grupo de diosas envidiosas diciendo que era para la más bella, logrando una disputa entre ellas mismas que condujo a la Guerra de Troya.

El ojo el huracán en 2016 será naturalmente la candidatura a la Presidencia de la República, tema que para el PRI será resuelto sin duda por el dedo de siempre. Por hoy los presumibles candidatos independientes a ella aún no afloran, pero también a manera de ocurrencia, de ocurrencia cruel, vale anticipar que veremos ciertas marionetas salir a escena.

La oportunidad para personajes protagónicos, pero también para esquiroles, es muy grande. Participar nada más por lucimiento o porque el sistema le llene sus bolsillos es una situación previsible y ya vista en otras campañas. Ambas pueden ser el talón de Aquiles del intento por buscar una democracia menos atacable.

Distintos serán los dilemas del cómo gobernaría un independiente, que no tendría más que dos caminos: 1) se adapta a las reglas del sistema tradicional, adoptando en parte sus formas, vicios y virtudes, o 2) monta una oposición personal a todo, conflicto por naturaleza desigual, del que su estado, municipio o puesto legislativo inevitablemente saldrá raspado.

No le queda otra alternativa. Veamos al animoso gobernador de Nuevo León, cada día más sometido a las viejas pautas, aceptando los viejos frenos y cada día más lejos de su bravura independiente. Pero ese es tema para otro día.